jueves, 5 de marzo de 2020

- HUMILDAD -




La paradoja y la realidad. El nerviosismo y la sorpresa. La Humanidad se desarrolla hacia unas formas y un progreso tecnológico jamás antes conocido. Y parece normalizarse la vanidad. Podemos hacer cosas realmente importantes, sí, pero hay otra verdad que nos cuesta aceptar.
El virus es un ejemplo. Tenemos que convivir con otros seres, con otros agentes, con más inconvenientes de lo esperado. Porque esto del coronavirus solo parecía ser cosas del África profunda, o del quinto pino, y de que estábamos más o menos liberados de las antiguas pandemias. Por eso esto nos parece tan sorprendente como inesperado.
También los blancos occidentales estamos en la circunstancia. Y esto nos humaniza y nos devuelve a la autenticidad y a los pies en el suelo. Y nos golpea en reflexión acerca de las prioridades y bondades básicas de la salud. La salud es el bien más grande al que aspira el hombre.
Es llamativo lo que sucede. A pesar de que hemos roto las barreras tecnológicas inimaginables, no somos tan dioses. Hemos salido del Sistema Solar y la tecnología digital parece magia imposible, pero también aquí están los temores y las amenazas.
Un virus es un ente microscópico que nos manda a la casa de la humildad. Aparecen los contagios y las muertes, y el Mercado de la gran globalización ha de detenerse. Un virus. Un organismo libre y vivo, es capaz de influír en nuestra seguridad de un modo contundente y voraz. Y entonces el hombre debe cambiar costumbres, hábitos, y huír del pánico como hicieron los habitantes cuando las pestes o cuando la medicina todavía no podía existir.
Y parece y aparece un festival o carnaval de mascarillas, guantes y elementos de protección. Sí. El hombre y las enfermedades. Parece cíclico. Llega un virus y pone patas arriba al mundo ufano del 2020.
Parece que esta gran suerte de gran gripe que se inicia en China, fuese como una nueva adicional a la que solemos tener todos los inviernos. Y los científicos luchan en los laboratorios para encontrar una vacuna.
La gente está preocupada. Sin fronteras. Es para estarlo, porque este virus tiende a la propagación aunque su mortalidad sea escasa. Se paraliza casi de repente nuestro tiempo de ocio; de costumbres. Todo esto parece digno de otro tiempo.
Este es el gran golpe para la reflexión. Somos más frágiles. Nos estábamos acostumbrando a que las grandes enfermedades se movieran en lugares distanciados de nosotros en miles de kilómetros, que todo se quedaría por allá, y que todo serían historias de pobres y de extraños. Cosas ajenas ...
Pero, no. El virus es libre y universal. Puede estar en cualquier lugar. Por eso la historia de la supervivencia humana es la de la serenidad y la de la reacción. La necesidad del inconformismo. El actuar, sin el interés económico como prioridad. Da bastante igual lo que digan los índices bursátiles o las emociones menores y de este cariz.
Lo que hay que ser, es humildes. Más. Que esto nos sirva de prueba de fuego para nuestros recursos físicos y mentales. Hay que acabar con esta nueva y potente amenaza. Y buscar nuevas lecciones. El virus y el ser humano van a ser siempre enemigos irreconciliables. En unos meses tendremos más respuestas acerca de los misterios de este virus de Wuhan.
Pero mientras tanto, acrecentaremos nuestra higiene, nos abstendremos de hacer cosas a la nuestra, respetaremos más al Estado y a sus directrices sanitarias, y tendremos toda la confianza y el optimismo.
Salud, virus y muerte. El hombre se mueve en muchos campos y panorámicas, en muchos laberintos y opciones. Pero el más suertudo e inteligente, es siempre quien logra sobrevivir. Cuando se suspenden eventos masivos, deportivos, tradicionales o de cualquier tipo, debe primar la cabeza fría y la responsabilidad. Demostrar el por qué hemos sobrevivido durante tantos años aquí. Y es, porque podemos pensar y reinventarnos.
-OBEDIENCIA Y REALIDAD-

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