El agua tiene ganas de volver a reinar. Quizás por unos días de Mayo, la fuerza del Planeta Agua exhibe su músculo que desangelamos los humanos con nuestra santa estupidez.
Cae la lluvia, se ríe la lluvia, domina todo lo que alcanza y llena de charcos mi ciudad. Los árboles la miran y esperan escépticos e incrédulos. La lluvia mediterránea y suave se fue para no volver. Y nos dejó en herencia la lluvia del trópico. Ahora todo es tropical y sorprendente, anega los campos y llena con su energía todo lo seco y reseco.
Esa fortaleza, esa hercúlea y puntiaguda forma de presentarse, entre temperatura suave y canto de cotorra que anida, toma el relevo de otras avalanchas de agua irregular, y por otra parte se reconcilia con la gran sequía que rompe sus equilibrios en lo cotidiano.
Amo a la lluvia salvaje y trato de dejar atrás sin conseguirlo a aquella lluvia de aquí y de poesía, que tanto me inspiró y me inspira cada vez que escribo.
Esa maravillosa y definitiva desfachatez, es libertad en acción. Esta lluvia de ahora lo puede todo y se torna rebelde como una adolescente enloquecida o como un rapero sin freno. Y llega el gran charco, y la gente se defiende dentro de los coches tratando de huír bobamente de su dominio.
La lluvia ha venido para meterse dentro de nuestra comodidad, para ser la diva del mambo; la que hace que las sirenas de los bomberos se escuchen por muchos barrios de la ciudad. El tráfico se vuelve caos de cueva y refugio. Y los que no tienen un techo para protegerse, deciden esconderse y arroparse en cualquier lugar y preparar estrategias de supervivencia.
¡Puto polvo! ... Meses y meses de calima. De desierto sahariano. La humedad ha indicado que traía agua escondida entre el viento, y que pronto descargaría un cargamento de energía pluvial sobre la ciudad.
Admiro al agua. Nadie puede mandar sobre ella. Está libre y desnuda, hace la gamberra sobre todo lo que abajo está, y se disfraza en efectos especiales como trozos de hielo inesperado y agresivo.
El agua es creativa y maravillosamente puñetera. Y se hace la dueña y señora porque es la vida que a todos nos parió.
Las gentes guerrean por un vaso de agua o por un territorio fértil y mojado. Necesitamos el agua que sea. A falta de suavidad hídrica, nos iremos adaptando a la nueva forma abrupta del llover. Y seremos obedientes de lluvia, y nos postraremos al lado de sus charcos y coqueteos, y ganaremos la bandera del agradecimiento y de la potencia de su alegría.
Me da un carajo que se me mojen los zapatos o las gafas, o que el papel se desmenuce cuando se empapa, y hasta doy gracias a la vida porque el agua esquiva aún recuerda cómo son nuestras cabezas, y que existimos porque somos el beber.
En el medio de la gran tormenta agreste, salvaje y mágica, está la música del tiempo eterno. Este jarrear imparable se torna juez supremo y decide todo lo que desea. Y no hay ni habrá manos ni pozales en el mundo que puedan detener su desborde. Y hará fresco, y las chicas se afanarán en recomponer el rímmel de sus ojos y la fresa de pintura de sus labios. Y todos sabremos que llover es uno de los espectáculos más apasionantes que se pueden observar y admirar. La lluvia es musculosa, tierna, infalible, coqueta, maravillosa, reina, señora y madre.
-COMO SUS HIJAS LAS GOTAS.-