Insólito. España. 2020. Marzo. Nadie en las calles. Estado de Alarma. ¿Está pasando? Parece inaudito. España sin bares ni fútbol. España con miedo a las enfermedades. ¿Eso no pasaba y pasa solo en África y bien lejos? ...
Confinados. Metidos en nuestros hogares cárceles con la orden de no poder salir salvo a las cosas absolutamente imprescindibles. Asombroso. Mi sociedad es dinámica, festera, libertaria y de culo inquieto. No me busquen para practicar el zen. Y ahora, casi sin tiempo a reaccionar, nos cascan todo esto.
Mascarillas, guantes, cosas inauditas y nunca vistas, hospitales saturados, demoras, contagios, muertes, etcétera. Entre móviles de nueva y mutante generación, parecemos haber vuelto a la Edad Media. El discurso real se llama y es coronavirus, pero ha desencadenado y destapado otros impactos que tienen que ver con la perplejidad y con la sensación de estupor y de que no somos siquiera libres para irnos a la calle cuando nos plazca. ¡Esto es todo un reto! ...
Sí. El Estado de Alarma es realmente un reto. Estar ahí adentro parados cual metidos en un refugio durante una extraña y casi inédita guerra, nos perturba y nos desconcierta negativamente.
Información. Pandemia. Lavarse las manos. Las mascarillas. La seriedad y la responsabilidad, a codazos en el Mercadona para acaparar como locos víveres por si acaso, más estupor, inmovilidad en un atleta velocista, la supresión de muchas actividades, el demoledor trabajo del personal sanitario, la limitación de la movilidad, el desborde de lo previsto, la sensación de caos y de el sálvese quien pueda; el Titanic coyuntural de la Economía de la Globalización.
Nuestras propias actitudes ante estos inicialmente previstos quince días de confinamiento en nuestras casas. No hay cines, ni teatros, ni bares.
Que, ¿no hay bares en este país?, ¿ni Fallas?, ¿ni Semana Santa?, ¿ni fútbol de Liga ni de la Champions?, ¿ni de la NBA?, ¿de casi ningún deporte? ¿Será posible? Y lo jodido es que las cosas son así. El gran cambio inesperado. Solo parecen haberse librado de la morrocotuda sorpresa, los móviles y los ordenadores. Y también la tele. Pero todo es muy distinto.
Nosotros, los españoles, por redes sociales seguimos siendo bulliciosos y celtibéricos. Y todos estos días cuando son las diez de la noche, salimos unos minutos al balcón y aplaudimos el trabajo estajanovista de los médicos y asistentes sanitarios. Y gritamos ¡Viva España! Y entonces nos reencontramos con el deseo, y nuestras sonrisas se abren en alegría de esperanza. Nos rehacemos y nos sentimos orgullosamente vivos y potentes.
Nuestra fuerza española es nuestro ingenio y nuestras raíces. La diversidad de nuestros diferentes territorios nos enriquece en opiniones y creatividades. Nosotros somos partidarios del jogo bonito, pero también de la práctica europea y de las nuevas formas que propone la modernidad.
Aburrimiento, desconexión, ganas de mandarlo todo a la porra, desazón, miedo, y sin posibilidad de hacer planes ni a corto ni a medio plazo. Hemos por narices de esforzarnos, de pensar en porqué seguimos aquí, de creernos a lo mejor de nosotros mismos y de tenernos mucha paciencia estos días.
España es conocida en el mundo porque vivimos hacia la calle, hacia la luz, hacia la risa, hacia las terrazas, hacia los grupos de alegría, hacia la música y la fiesta, y el ocio y la extroversión. Eso es España aunque hay tantas como ciudadanos.
Pero ahora toca estudiar y hacer bien los deberes de mamá Sanidad. Estamos aquí, estamos bien, lo vamos a conseguir, esto solo será un tiempo; esto solo será algo que contaremos a nuestros descendientes. Una triste etapa. Porque nuestra inteligencia se llama optimismo, y en donde el pesimista no tendrá cabida. España tiene el orgullo que nosotros nos damos. ¡Apretemos los dientes!
¡SÍ SE PUEDE!
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