Joan Dobón no entendió nada. De pequeño, no notó el calor de unos padres, ni el guiño cercano de unos abuelos. Y al llegar la adolescencia, siguió sin entender nada.
Lo único que sabía el barcelonés Dobón, es que hacía mucho frío en invierno y demasiado calor en el estío. Le costaba hacer amistades, y en cuanto se acercaba a los otros, éstos se iban casi a las primeras de cambio. ¿Qué sería aquello de la amistad? ...
Joan Dobón conoció a los veinticinco años, a Inga, una guri irlandesa con la que vivió unos días de amor y flirteo. Pero, Inga, había venido a la playa barcelonesa de Lloret única y exclusivamente a desconectar de su tiempo británico de estrés. Y Joan siguió sin comprender nada. Para una vez que se echaba pareja, va y resulta que le salía rana. ¡Ciao! ...
Joan Dobón, construyó una coraza desde el corazón de sí mismo. Era cuestión de hacerse fuerte en su individualidad, y de pasar de todo y de tod@s. La soledad. La conocía bien Joan. A veces, podía ser un excelente refugio defensivo. ¡Aislamiento, aislamiento! ...
Joan Dobón no se integró en la sociedad. Afortunadamente, procedía de una familia de posibles, y pudo tener un despacho de abogados propio. No le faltaba el dinero. Pero, al principio, Joan comenzaba a echar de menos demasiadas cosas. Le punzaba el corazón, una extraña impotencia de relación. Era, sin duda, un bicho raro.
Un día, decidió no afeitarse más, y se dejó el despacho. Y se lanzó a una arriesgada aventura. Tomó el primer tren, y luego el segundo avión que pilló, y se largó de su Barcelona sin rumbo fijo. Solo sabía que quería escapar de su realidad.
A los pocos días, Joan volvió a Barcelona. Le dolía la cabeza. Tenía la sensación de estar cansado y derrotado. Y decidió, que el mundo no lo habían construído para él. A lo mejor, no pensar era una excelente idea. ¡Aislarse, aislarse! ...
Tiró su móvil a la basura, se desconectó de internet, y dejó de frecuentar algunos sitios a los que acudía de modo esporádico. Su cabeza seguía doliéndole, y entonces Joan Dobón decidió prescindir de todos sus escasos conocid@s. No quería ni deseaba, saber nada de nadie.
Una noche, observó en su buzón la presencia de una carta. La abrió, y ponía: desahucio por impago. Joan, sonrió extrañamente. Era lo que estaba deseando hacía tiempo. Dejar atrás su casa y su familia, y vivir y dormir como un mendigo, roto y ajeno a toda realidad. ¡Aislarse, aislarse! ...
Mala apuesta sin duda. Pero el tren de la cordura, ya había partido para Joan. Y, poco a poco, entró en contacto con el mundo de la irrealidad. Perdió el norte y la dignidad, y ya no recordaba apenas quién era y en dónde se hallaba. Lo único que deseaba, era evitar la presencia de los demás. El calor o la proximidad ajenas, le sentaban a Joan como si le clavaran unas largas y punzantes agujas. Ya no quería saber nada de nadie...
Un año después, varios enfermeros se vieron obligados a inyectar un potente sedante a Joan Dobón. Porque, en el interior del casi anónimo psiquiátrico en donde se hallaba, había comenzado a romper todos los objetos que encontraba a su paso, y además amenazaba con autolesionarse.
Falleció a los cuarenta años de edad, sumido en una oscura y potente psicosis. Se negó a comer, y un día le sobrevino un infarto fulminante. Al funeral de Joan Dobón, fueron contadas las personas que acudieron. Algunos familiares, y prácticamente nadie más. Algún conocido de derrota cotidiana. Joan había sucumbido, enamorado de una fatal idea.
- ¡AISLARSE, AISLARSE! -