Aunque he practicado muchos deportes a nivel aficionado y desde que yo era una niño, el presente escrito trata de referirse a mi gran afición al atletismo televisivo y a nivel de espectador.Si observo a los grandes atletas que admiré, muchos de ellos tienen mi edad o parecidas cifras. Eso tiene un buen significado. Una sintomática conclusión. No viví mi vida cuando estaba en mi apogeo vital, y entonces la televisión se convirtió en mi gran consuelo. Los deportes. Y ahí descubrí todas la modalidades. Y me impresionó el atletismo porque era diferente, universitario, los mejores atletas de todos los países luchando entre sí, y un público entendido más que populista. También descubrí por la tele que se podía correr sin parar durante poco más de dos horas a ritmo frenético, y mil etcéteras.
La tele deportiva fue mi escuela, y reemplazó a esa mi radio tan cercana en la que hoy se suceden las tertulias de forofotes o en donde se ven los partidos solo si tienes dinero para abonarte a las plataformas.
En mi cabeza siempre hay apellidos imborrables del atletismo que muchas personas ya han olvidado, o ni siquiera saben que existieron. Recuerdo a Myrus Yifter, o a Kipketer, o a Sergei Bubka, o a Willie Banks, o a Petra Felke, Jan Zelezny, Michael Thompson, Steve Cram, y así llenaría tres folios o más de atletas de los ochenta.
Empezó a apasionarme el atletismo por su elegancia, espectacularidad, aceptación de derrotas y alegría de victorias, mucho antes de que Usain Bolt destrozara muchos de los recuerdos anteriores.
Uno de los pocos atletas que se conservaba en el recuerdo, era cuando Jesse Owens le ganó a los nazis de Hitler en sus propias narices alemanas y olímpicas. Para recordar a otros atletas, había que tirar de afición.
Me fascinó la milla. La tradición inglesa del medio fondo. Siempre se decía que mientras hubiese un atleta inglés en carrera, los favoritos para ganar nunca podrían estar tranquilos hasta el final de las pruebas.
En la milla eran galácticos Sebastian Coe, Steve Ovett, Cram, Said Aouita, o Sidney Maree. Y para mí, uno de los atletas españoles más injustamente tratados por los medios. Hablo del altivo y sensacional José Luis González. Siempre arisco con la prensa,-como todos los genios-, difícil, y complicado como los grandes superdotados. Pero González ganó la milla de Nueva York e infinidad de carreras, ganándoles a casi todos los mejores atletas universales. Esos cabezazos agónicos de los doscientos metros finales en el sprint, fueron realmente inolvidables. Me llama mucho la atención lo poco que la tele se acuerda del genial toledano.
Me impactaron los mítines. Aquellas concentraciones rebosaban sabiduría, calidad y expectación. Yo, devoraba los paquetes de papas, y degustaba cada vez más los campeonatos mundiales o europeos, y la parte atlética de los Juegos Olímpicos.
Me encantó descubrir los mundiales de cross, con John Ngugi. Ganaba siempre. Como otros inolvidables atletas africanos etíopes, eritreos, keniatas o tanzanos. ¿Quién no recuerda al fondista Gebreselasi? O a Bekele Debele, Kenenisa Bekele, y mil etcéteras.
En aquellos mítines yo nunca fui nacionalista. Jamás. Me abrí a las grandes estrellas americanas y de todos los países. A los rusos, eslavos, asiáticos y lo que hiciera falta. Aquello era calidad. Es calidad.
Me acuerdo del genial y tranquilo cuatrocentista yankee Edwin Moses, imbatible muchos años, el cual medía sus zancadas ganadoras entre valla y valla. Willye Banks animaba todavía más, incitando a los espectadores a aplaudir y crear emoción antes de sus saltos. A El Gerrouj, que batía todos los récords del medio fondo inglés, como relevo de Said Aouita, marroquíes ambos. Heike Dreschler, la alemana, hacía personalidad y magia en longitud. Espectáculo puro. Florence Grifith mantiene su récord de velocidad. Siempre polémico. Murió joven.
Mike Powell mandaba al olvido en longitud a Bob Beamon y a lo que nos contaron de su hazaña en Méjico. Robert Korzeniowski arrasaba en la marcha atlética. Al polaco genial le han capado parte de sus éxitos galácticos cuando las exigencias de la todopoderosa televisión no deja hacer bien su trabajo apremiando las realizaciones y acabando por convertir la magia de los 50 kms marcha en unos más domados 35.
El heterodoxo y magistral Jonathan Edwards maravillaba con sus saltos estratosféricos en el triple salto, e Iván Pedroso era imparable en el salto de longitud. Sotomayor en el de altura. Inolvidable siempre el atletismo cubano, el cual siempre renueva su estrellato con una velocidad y rigor ejemplares. Cuando la joven sensación venezolana Yulimar Rojas aterriza y enamora, acude a que el profesor Pedroso valore sus brincos.
Pocos atletas antes de la era Bolt, como el estadounidense Carl Lewis. Uno de los iconos eternos de este mágico deporte. Lewis era elegante, callado, orgulloso y genial. Su progresión en el hectómetro la acometía con un movimiento acompasado de manos y brazos, imparables. Coincidió con una pléyade de estrellas de la velocidad, y entre ellas con el tramposo canadiense Ben Johnson, que ganaba por el dóping. Y no era mediático.
Pasó Bolt. Como un rayo. Cayó el telón de acero. La sociedad es otra. Las tensiones entre países no han dejado de estar ni estarán. Ahora, los rusos están apartados por los organismos rectores del atletismo. Han pasado muchas cosas. Sé que el atletismo siempre es cosa de minorías en muchos lugares. Pero la esencia que nació en Grecia, sigue y seguirá viva y vigente.
Sí. Me sigue apasionando el atletismo a pesar de que Duplantis haya tumbado al mito Bubka, o de que muchos anteriores dioses descansan olvidados. Ahora, el atleta también se ha hecho mujer con todas las consecuencias,-ya lo eran en la época de las pioneras astronautas soviéticas-. Y los jóvenes gladiadores del tartán saben que su tiempo es limitado y que si tienen buenas marcas y entusiasmo, pueden llegar al placer de la medalla y al himno triunfante.
Dicho todo lo anterior, a mí me hubiera gustado haber podido levantarme del sillón y haberme puesto a vivir. Afortunadamente, los años y mi recuperación me han hecho ver el atletismo y la vida de otra manera. El deporte, siendo espléndido, solo es una faceta más del placer del vivir. Ocurre que yo no tuve ni salud ni juventud para darme cuenta a tiempo. Y agradezco y agradecí a ese atletismo magnético, que me dio consuelo y me lo da en tiempos difíciles como son los míos.
Me he perdido mucha vida durante este tiempo de pasión. El atletismo y otros deportes me robaron acción y vitalidad. Pero, desgraciadamente tenía muy pocas opciones de variar el rumbo de mi vida. Y ahora, ya me veo capaz de simultanearme hazañas atléticas de otras y de otros, con mi patrimonio personal que sigue y avanza en la aventura inexcusable del vivir real. Es duro, pero también absolutamente imprescindible para ser coherente con el tiempo que la vida siempre nos concede.
¡SALUD PROPIA Y PARA TOD@s!