Mi parroquia era rutinaria y convencional. Entre semana, uno o dos días, hacían ejercicios espirituales y cosas así en la sacristía. Todo bastante previsto y previsible. Yo no volví más, al alcanzar los once años de edad. Pero en mis últimos meses, llegué a coincidir con una gran novedad. España estaba cambiando. Necesitaba melenas de Beatles o Cruyff, barbas, y mucha, muchísima libertad. Los tiempos son siempre inexorables. Y antes de que la serie televisiva de Richard Chamberlain como protagonista de "El pájaro espino" hiciera removerse en sus sofás a muchas féminas, algo sucedió en mi parroquia del barrio.
Era, un sacerdote. Pero llevaba melenas. Y tocaba la guitarra. Era, Don Antonio. No tendría los cuarenta años de edad. Y no es que poseyese el atractivo de un galán de Hollywood, pero comparado con sus compañeros de parroquia, su frescura y distinción, provocaban bastantes nuevas emociones. Y totalmente inesperadas.
A pesar de que estamos en plena era digital, entonces era otro mundo. Y el boca a boca, muchísimo más potente que el twiter de hoy. Y más que pronto, se corrió la voz:
- "Oye, ¿sabéis que ahí en la iglesia hay un cura joven y nuevo, que incluso toca la guitarra? ..."
La consecuencia, fue casi inmediata. Además, hay que tener en cuenta que si bien ahora la tentación suele aparecer mucho más en los lares de trabajo, antes no era así. Y las señoras y señoritas, permanecían en casa y con la pata quebrada, y ese boca a boca solía hacer un efecto inmediato.
Además, estaba siendo la revolución sexual, la mujer había quemado reivindicativamente los sujetadores, las minifaldas estaban irrumpiendo con éxito, y las suecas daban lecciones de bikini en mi playa cálida y en otras muchas playas. Lo cantaba, Manolo Escobar ...
Consecuencia. Aquellas reuniones de los ejercicios espirituales, se convirtieron en verdaderos éxitos de concurrencia. Y además, la sacristía era amplia y cabía mucha gente. Lleno total.
D. Antonio, estaba alegre y serio a un tiempo. Apuesto y dubitativo. Porque no debía esperar aquel triunfo, y estaba aparentemente sorprendido. Y ejercía su labor espiritual y con Dios. Pero también tocaba la guitarra. Como nadie antes. Y los niños y las niñas de los ejercicios espirituales, cantaban alegres las canciones, y se sentían plenos y acompañados por sus madres, por sus tías, y por las amigas de sus madres.
Aquella sacristía de mi tierna iglesia de la infancia, no es que fuera un akelarre navarro de grito y desnudo, pero estaba atiborrada de mujeres de cualquier edad. Y al acabar el acto, las féminas se paraban a hablar con Don Antonio. Y le decían de todo menos reproches. Y no tenían prisa por volver a sus casas. Unas casas, que estaban lógicamente bien cerca de la iglesia, aunque habían algunas excepciones. Algunas chicas de cualquier edad, tomaban hasta dos líneas distintas de autobuses para no perderse ni el más mínimo ejercicio espiritual que dirigiese D. Antonio. Cuentan los maledicentes, que alguna pecadora metió en cierta ocasión su teléfono fijo en el interior de la sotana del cura especial. Y también entre los libros de la sacristía ...
¿Escándalo? ¡No! ¡Escandalazo! Porque recuerdo al cura D. Juan y a D. Vicente, y al veterano D. José, extremadamente preocupados y molestos.
A D. Vicente que era evidentemente homosexual, no le preocupaba tanto ese escándalo que generaba el melenas D. Antonio, pero entendía que su vida, su tapadera y su sueldo, debían posicionarse con la opinión general de sus compañeros.
Se pusieron en contacto con las Autoridades Religiosas, y más que pronto se tomaron medidas. La iglesia no debía ser el escenario de los sucederes que, queriendo o sin querer, suscitaba D. Antonio.
Todo fue opacidad en estas negociaciones a buenas. Supongo que le invitarían a cortarse las melenas de inmediato y le instarían a dejar de usar la tradicional guitarra española. Lo único que no podrían hacer, era que D. Antonio envejeciera de repente. Pero todo lo demás, sí ...
Yo creo recordar, que ante la para ellos insolente negativa de D. Antonio a obedecer las órdenes, la cosa no llegó a durar ni tres meses. Y las paredes y techos de la iglesia, jamás vieron nunca más pasar a la figura del joven sacerdote. ¡Lo echaron! Desconozco si le cayeron o no más sanciones, pero nunca "mais" se oyó en la ciudad hablar de él. Quizás, lo dejó todo ...
Fue un visto y no visto. Un jarro de agua fría. Algunas féminas llegaron a encararse con el cura párroco y con los otros sacerdotes de la parroquia en busca de respuestas acerca de la no presencia del joven cura distinto. Mas solo hallaron sonrisas irónicas entre los sacerdotes. Hasta que finalmente, uno de los curas le soltó a una de las señoras de cualquier edad:
- "Mira, hija. Tú estás felizmente casada. Te bautizó D. José y te casó D. Vicente. ¿Es casualidad que nunca venías a los ejercicios espirituales hasta que apareció este señor cura de las melenas? Lo sabrá tu marido, como es natural. ¡Y te diré más! Mañana vendrás a confesar tus pecados de pensamiento, obra y omisión. O de lo contrario, hija mía, mal, ¿sabes? ..."
La respuesta también se propagó desde el potente boca a boca. Las féminas siguieron siguieron yendo a los ejercicios espirituales para acompañar a sus vástagos y con la esperanza de un milagro que las favoreciera. Pero sin éxito, y en mucho menor número. Algunas, ya no volvieron más.
Las normas son las normas. Y no digamos en los setenta, en donde eran, "normísimas". El Poder es el Poder. Y donde hay patrón, nunca mandarán los diablos.
¿ESTÁ CLARO?