¡De Joselito, nada! Ella fue Cristina Ortiz, "la Veneno". Pero en su seno tradicional familiar habría de ser Joselito. Sexo y rol de varón, todo un hombre, sin ruido, obediente y sin media sorpresa.
Un pueblo pequeño. Rural. Poderes. La vieja cotilla, y las dificultades para ser uno o una lo que le dé la gana. Cristina no fue aceptada. Solo sería aceptada si era Joselito. Y ahí empieza a romperse todo. Porque Ortiz fue valiente y nunca renunció a su naturalidad de mujer. Que es lo que fue. Y llegó el sempiterno castigo de la paliza clásica y familiar, si Cristina decidía desobedecer. Dicha violencia la acompañó hasta su final. Nada pudo ser paz ni libertad.
Y Cristina dejó el pueblo. Y se vino a Madrid. Se vino a Madrid con un cuerpo portentoso, con toda la herida y con muchos ganas de sentirse alguien. Y Madrid siempre puede ser una aventura y maldita, si no te atienes a sus férreas reglas. Porque Madrid, como tantos madrides que hay en el mundo, solo es formal. Y amaga, pero no da. También Adra es Madrid. Y Málaga puede ser Madrid, y Andalucía, y Mozambique también puede ser Madrid.
La gran urbe, da para mucho. Los grandes núcleos poblados y de poder, lo dan y a borbotones. Y el celofán rosa pasión de la gran aventura, siempre atrapa, gusta, desarbola, desnorta, ilusiona, saca imaginación de donde no la haya, y puede cronificar heridas y morales, y puede convertir el éxito y la visibilidad en una mazmorra militar y carente de oxígeno.
"La Veneno" era un huracán. Sin medida. Esto de la vida son cuatro días y una vivaracha jungla. Se prostituyó como inversión y sin chulos. Fue valiente y sexual, una máquina de placer, una maravillosa suicida contra todo y contra todos. Un icono trans. Alguien, que dejó huella a su pesar. Alguien que murió demasiado pronto y que lo visitó todo. Una fenicia de su belleza, un terremoto de brillante desfachatez, un juguete roto distinto o diferente, con un carisma especial para su dictada autoseguridad llamada descaro, para la televisión, para el cachondeo, para la extraodinaria belleza corporal, para el eterno femenino, para romper a cachos una trayectoria siempre violenta que sabía del placer y hasta del amor.
¿No llegó a nada "La Veneno"? Era difícil. Es difícil que se acepte a una trans. Sí. Todavía con cariño los suyos en su Adra la llaman Joselito en vez de Cristina. Nunca se aceptará por ahora su libertad. Será solo una puta de bazofia, peligro y altos vuelos, que cuenta la leyenda que se cepilló a los peces más gordos y ricos de este país. Y que apenas pudo vislumbrar hipocresía y falsedad.
Cristina abrazó la dependencia de las substancias adictivas, y hasta pasó la pérfida asignatura de la cárcel nefasta. Fue almodovariana por real, y cantó, y bailó, y esgrimió una percha potente y en extremo sexy. Y enseñó las tetas porque quiso y cuanto quiso. Y fue bien mujer. Y hasta hembra eterna. Y te clavó las uñas en el corazón, y amó de yogurines y hasta de galanes tradicionales. Amó que la amaran. Y sobre todo, se amó a sí misma de modo siempre compensatorio.
Fue baja pasión y libertad de volcán, alegal más que ilegal, desaconsejablemente ruidosa y peligrosa, como esos niños a los que se abandona a su suerte. Y Cristina caminó por la traicionera pasarela de su vida. Y fue pegada, violada, vejada, desconsiderada, y resistente cual Ave Fénix. Y yo no la admiro. Pero la respeto.
-Y ASÍ LO ESCRIBO-