domingo, 28 de abril de 2024

- LIBROS, LIBROS, LIBROS ... -



Si te metes en un libro, te puedes socializar. Si vives lo que lees, te sumergirás en un universo imparable de sentires. Un libro siempre es emoción, aventura, pasado, futurísimo, mentira, excelsa verdad, dinámica, fortaleza, cielo, infierno o apuesta ...

Un libro es rugby y fútbol, y danza clásica, y confidencias, y pornografía, y libertad, y viajar a donde te dé la gana sin moverte del sofá. Libro es vida. Libro son deseos, y haceres reales e imaginados. Libro es el dios todo. Todas las emociones que alguien ha podido desarrollar, o perfeccionar, o ajar, o precisar, o detener, o vivenciar o renunciar.

Libro es un gol, o un campo de golf, un golpe directo, un marathón, un bar costumbrista, un ritmo, un estilo, una divulgación, un peligro, un regalo, los ojos de tu amada, la sonrisa de tu atleta, la crónica subjetiva de alguien que decide crear, o el me da la gana de cualquier persona que decida escribir algo sobre unas páginas.

Libro es ser médico a palos, doctor House, auscultar, palpar situaciones y decidirlas. Libro es hacer dudar, acojonar, hacer un milagro, convertir unas ideas en una medalla de oro, un papel en una sábana, hacer de un mago un labrador, de un influencer un filósofo, o de un pobre de favela un millonario sin fronteras. Porque libro es libertad.

Libro son las memorias, o las ostias en las Redes, la historia de la primera cópula sexual, el primer beso, la fórmula sagrada de la cocacola, la descripción y etimología de tu anatomía, la grandeza y la menoridad de la Historia, los agudos grises y matices, el rescate apresurado de los sin voz, el imperio de los que casi siempre ganan, las cosas de tu chucho, el aullido del mudo, la excursión al espacio interior o exterior en una creación científica, la revolución cultural, o la asunción de que el universo se expande contínuamente como dice Hawking.

El mundo del libro es el mismo que el que llena al ser humano de materia versátil, una enciclopedia sobre la lencería femenina, una poesía acerca del horror, lo que te puede pasar en una mazmorra si estás capturado y torturado; un escupitajo a la justicia o a la injusticia. Libro son ideas majestuosas o retorcidas, el respeto que nos hace grandes, la dualidad con sabor a bombón o a sal, el mapa secreto para no ser demasiado ambicioso, la amargura, la tentación para hacerse rico en dos tardes, la pretensión de que nunca aspires a ser el mejor, un erotismo cuidado e intenso, la colección de los mejores zapatos de tacón de siempre, los fantásticos mocos de un chica ideal, de cuando el mono se hizo animal actual, cuando se dice que Dios nos creó y lo sabe todo de nosotr@s, o como cuando alguien afirma que únicamente la duda metódica sería siempre nuestra mejor brújula existencial.

Libro es basket, y reunión de intelectuales, y lonja de la seda, y radio sin sonido, o alma que se da a la bebida, o brujas buenas que nos dan ternura, o infancia rota, o la historia de un sucio violador, o el análisis de una apuesta argumentativa, o la carta de un jefe de secta menor, o una sucesión de gags con letra, o lo que siempre deseaste leer y no pudo ser, y el triunfo de la sorpresa sobre la desesperanza, o la autoayuda de la primavera, o la gran decepción, o la previsibilidad y su amigo el aburrimiento.

El libro está ahí. Digitalizado o analógico. Se hacen Ferias hermosas en su presente y homenaje, y a veces cuando hay mala leche se le quema en las hogueras para decir un no. Los cajones están llenos de libros explosivos y de tabú, de volúmenes censurados entre el dolor y la indolencia, y los insectos se apostan y hacen hábitat entre su superficie y todos los recovecos.

Sí. El libro eres tú, y tu chica, y tu torero matador, y la actriz por la que darías un brazo, o la búsqueda sana e incesante de la felicidad. Libro es una planta ilustrada, una vuelta a las andadas, el Tour de Francia, un recuerdo casi imposible de un tipo que nunca existió, piratas, impostores, canallas o santos elegidos.

Un libro es dios. Tiene todas las posibilidades como asimismo el diablo, es lo que nos diferencia y une a un tiempo entre nosotros y las demás especies. Libro es Darwin, y es humanidad, solidaridad, humanismo, márketing intruso, el mago Potter o Don Quijote.

Libro es la Biblia del sueño, el amuleto y el bolso, el solfeo, la cultura, la ciencia fusa e infusa, nuestro profe particular, un intruso en el ascensor, el vademecum, los tebeos que nunca te dije; libro son tus ojos y mis manos. Libro es amor, y Guerra y Paz, y la posibilidad de detener tus pensamientos en unas cuartillas propulsadas por la máquina del padre Gutenberg.

Libro es mi beso, y tus pupilas al leerme, y tus lágrimas gozosas, y un triple de Air Jordan, y cuando pasas de mí o te produzco extrañeza. Libro es todo aquello y mucho más de lo que puedas imaginar. Y tú puedes crear más complejidades a poco que te lo propongas.

-PORQUE LIBRO SIEMPRE ES UNA MÁGICA INCÓGNITA. -

 

jueves, 18 de abril de 2024

- ÚLTIMAS TARDES CON RAFA NADAL. -



La tarde en Barcelona sigue suave y atractiva. Primaveral. El torneo del Godó ya es de nuevo de arcilla; de tierra batida. Rafa Nadal juega en su casa y en su pista, y contra su cuerpo y contra su nostalgia.

Son tardes de despedida, de homenajes, de adiós, de golpes geniales del señor "Vamos", y de un amargor brillante de tristeza. El pueblo tenístico espera expectante la espectacularidad, la consistencia, el juego sereno y eternamente fondista y ganador.

Rafael saca la personalidad y el empaque. Se le nota inactivo y escéptico; como pasando las hojas de su libro tenístico póstumo. En el fondo, todos y cada uno de nosotros queremos que se pare el tiempo, que la lesión abdominal no exista, que sus rivales no sean tan jóvenes ni dinámicos, que no sean los postreros clínics del genio gladiador de Manacor, que la burguesía y la afición catalana siga admirando su figura épica y heróica, que los guiris que abarrotan la Ciudad Condal sigan la estela de los partidos de uno de los mejores tenistas que el mundo del tenis ha conocido.

El cuerpo de Nadal está nublándose, cayendo la noche, a veces quiere salir el sol, y no tenerle que ver excusándose en las ruedas de prensa por la causa que sea. Le admiramos, le queremos, le quisimos, le querremos, aprenderemos de él su garra de no querer sentirse en el ostracismo del Olimpo, le homenajeamos, besamos al mito que nos ha hecho felices, hacemos fuerza para su resurrección y más victorias.

Nadal quiere ser competitivo. Despedirse, con la más digna decencia en su última estación que podrá ser Roland Garros o incluso los Juegos Olímpicos. Debe ser duro. Es duro ver que Cronos el "fuckker" le tiene tomada la medida y el último torneo, el último juego o el último punto. Seguimos admirando, -lo haremos siempre en una pista-, a Rafa Nadal. En realidad, las cosas son lógicas. Hasta el más precoz de sus seguidores se va haciendo mayor, a algunos nos salen canas, a otros las primeras novias o incluso los primeros divorcios o separaciones. C´est la vie ...

La vida, sigue. Estas últimas tardes con Nadal demuestran que todos seremos vulnerables, y nos jode que pierda, que no se gire con la agilidad de antaño, que ahora los dioses huelan a Sinner o a Alcaraz, que "Nole" cada vez se queja más, o que Tsitsipás o Medvedev empiezan a ser meros outsiders.

El tiempo no es cruel. Rafa, cede. No importa. Alguna lágrima se escapa. Pero no es de rabia. Es de realidad, del hoy, del paso del tiempo, del pensar  en aquellos caramelos de tardes brutalmente competitivas que el señor de Manacor nos ofreció durante varias décadas. 

Sí. Décadas jugando al tenis. Décadas de Roland Garros, décadas de Wimbledon, del Open USA o del de Australia. El tiempo, sigue. Ese espectador del tenis siente las últimas tardes de alguien que ha sido especial. Dan ganas de llorar a mares, de que vuelva la épica, de que la victoria solo sea una parcial emoción, y sobre todo, besarle con fuerza a través de unos extraordinarios aplausos por su tenis.

¿Decepción? El transcurrir del tiempo es decepcionante cuando has sido Dios. El Dios de la raqueta se emociona y se enfada. Va asumiendo que el resto de la vida de Rafa no puede ser el tenis. El tenis ha sido él. Ahora, ya no nos va quedando el Rafa guerrero, sino el Rafa real.

Sabemos que Nadal está bramando contra todos los dioses que parecen tirarle al barro de la no competitividad. Es humano. También y como todos, Rafa también es humano. Desde Barcelona, el mito manacorí sigue tras perder, firmando autógrafos. Pero por adentro irá una procesión de rayos y truenos de impotencia. En estas últimas tardes de Nadal, nos embarga la pena y la sorpresa, el sueño de que aún pueda hacer algo enorme y cosas así.

¿POR QUÉ NO SOÑAR EN QUE AÚN QUEDA MÁS? ...
 

domingo, 14 de abril de 2024

- Y MILY JUGÓ SOBRE MI BICI ESTÁTICA. -



Mily te observa con sus ojos dulces y almendrados. Camina despacio, muy despacio; como pensando sobre dudas imposibles.

Mily está flaca y tiene un cuerpo menudo y flexible como una gimnasta de las que llevan la punta de los pies hasta lo más alto e imposible, y hace como que nunca pierde la sonrisa, y juega con la ironía de su misterio y adora a su gata Lima.

Mily es dulce y dura, impenetrable y frágil, coqueta como las damas eternas de Madrid, y apenas dice nada sino que mira. Adora a los niños, y se detiene a decirles algo al verles pasar a su lado, y Mily cuando besa es que besa de verdad, y la vida le ha soltado más que palos que a una estera, y no desea estar noqueada, y las malas noticias médicas acerca de su salud le producen rechazo y todo el escepticismo del mundo.

Mily ha perdido muchos vínculos familiares en su vida, porque se distrae y reivindica un mundo de sueños y de propia identidad, y en el fondo quiere sentirse como la roca del brazo de Hércules y una chica eterna.

Para Mily, solo importa su gata. Ha delegado en apariencia su impulso a las voluntades de sus cercanos. Pero no es así. Porque Mily quiere seguir plantándose su sombrero pizpireto, sus pantalones ajustados, besar a Lima, calzar sus hermosos botines de colores que causan sensación, y hacer exactamente lo que le venga en gana.

Aunque esa mayúscula libertad no pueda existir, Mily decide darle un corte de mangas a las responsabilidades cotidianas, y hacer de su femineidad un encanto cool, y jugar como una niña sobre mi cuarto histórico y personal en el que se halla una fuerte bici estática que ella domina con la soltura y la gracia de una adolescente lanzada.

Mily se desorienta muchas veces, y no sabe dónde demonios ha puesto las llaves aunque las tenga delante de sus narices. Y es que, en realidad, Mily parece vivir atrapada entre unas llaves esclavas que no la dejan sentir el placer.

Como cuando su Carlos se fue al otro barrio y le lloró a mares, o como cuando los jóvenes de cualquier bareto de Valencia con olor a porro, la miran como admiración, gusto y curiosidad unidas. Como cuando ahora le gustan las cosas hippies y alternativas, o como cuando casi tienes que empujarla literalmente para que acelere su paso taciturno y desesperante, o si quieres que saque su voz y cante una de las mil canciones de su generación que sí que se sabe aunque no te lo creas.

Mily siente curiosidad por las cosas bohemias e inesperadas, por la gente educada y pintoresca por conocer, desde su inteligencia natural y evidente, y desde su rebeldía de niña pija y a la vez sensible y consciente.

Por eso y por todo eso, Mily se ríe de los médicos, de las medicinas, de las guerras, de los santos muy santos, de las mujeres poco generosas, o de aquellos que a su paso le tiran lástima y caridad.

¡Ni hablar! Da igual lo que la médica le diga acerca de su simple inacción o gran descuido en la memoria. Mily nunca pensará en su desubicación y huirá de todo lo nocivo porque pica, agujerea, permeabiliza, jode, hiere, golpea, llora y además suena a truenos y a rayos.

Entretanto, su gata la mira con una paz infinita. La gata Lima es tranquila como Mily; forman un dueto cómplice que rompe la claridad de la luz de la primavera y de la vida.

¡NUNCA DEJES DE BAILAR, MILY!
 

lunes, 1 de abril de 2024

- AQUELLA VECINA, AQUELLOS MOMENTOS ... -



Educada de formas y aspecto. Alta. Con iniciativa propia, individual y hasta exquisita. Se llamaba, Violeta. Pero no me fue nada fácil saber su nombre. Y yo, acostumbrado a la idea de cercanía y vecindario, aquellas cautelas no solo me sorprendían, sino que igualmente me resultaban desagradablemente frías. No hay nada peor que no entender las cosas.

Una de las primeras veces que sentí y vi a mi nueva vecina Violeta, fue cuando la vi enfrentarse con decisión y extrema seguridad, no solo con los propietarios que le habían vendido el piso, sino también con el arquitecto de la finca. Eran unos enfrentamientos seguros, directos e impecables. Esa chica parecía saber muy bien lo que quería, y no iba a dar un paso atrás en sus pretensiones. Quería las cosas así y asá, y las explicaciones del porqué de sus deseos no podían tener lugar. Y para ello, nunca mostraba nerviosismo. Su táctica era el estatismo educado, el cual precedía a la velocidad de respuesta sin nada de dudas.

Violeta era joven. Pero fuerte. No menos ambiciosa que lo es el mundo de hoy. Cuando vas a hacer o a presentarte ante alguien, no has de dejar nada a la improvisación, y hasta venir leída de leyes de casa. Con toda la asesoría,-pagada o no-, de la que uno es capaz de obtener y de situar sobre la mesa. Pero, una vez acabada la pugna, entonces Violeta parecía pasar página inmediatamente. Porque su vida, aunque todavía en los inicios de su juventud, ya había germinado hacia su tiempo imparable que es el actual.

Yo,-extraño ante todo lo que percibía-, no podía entender tanta seguridad precoz, y tanta resolución educada, correcta, consecuente, y casi hasta madurada. Lo atribuía a una educación diferente a la mía. De una mujer joven, con padres con posibles, independiente y extremadamente fría. Lo que pasa es que ahora vas viendo entre decepcionado y realista, que  los inicios en los que Violeta se daba a conocer en mi finca centenaria, ya formaban parte del tiempo de ahora. Sí. Lo del vecindario era un recurrente yerto y propio, y ahora todo había cambiado. Aunque a mí me huela o no a chamusquina, unas nuevas reglas del juego comunitario ya reinaban en la finca en donde nací y vivo.

Recuerdo a Violeta, como a una chica de altos vuelos pero siempre discreta y cautelosa. A su rollo, que era totalmente distinto al mío, el cual se quedó en lo analógico y en otras éticas y en otros modos de entender las cosas. Ya no se hablaba en valenciano, los poderes estaban blindados plenamente a los derechos que emanan las leyes, y todas esas cosas actuales. Pero a mí me seguía chirriando tanto individualismo, tanta indiferencia en lo relativo a la finca; tanto celo exagerado en las formas y modos de la nueva vecina. Y en alguna que otra cosa más.

Porque Violeta nunca llevaba falda ni colores alegres. ¿Cómo era posible que una treintañera no se maquillara nunca, caminase con zancada fuerte pero nada elegante, utilizase siempre colores oscuros, no mostrase el más mínimo interés por sus vecinos, y que pareciese que estuviera viviendo en mi finca toda la vida, a pesar de ser una advenediza? ...

A Violeta le daba igual mi calle. Mi nombre, mis apellidos, mi cercanía, la cercanía de los otros, y cosas así. Y por decirlo mejor y con más puntería, lo que ocurría es que a ella con preocuparse de sus cosas y de sus intereses, asunto finiquitado. Era y es profesora, y utilizaba perfectamente el lenguaje administrativo y funcional. Nunca la recuerdo expresiva, ni riéndose a carcajadas, ni presentándonos a su amigo especial aún pasados algunos años de estar aquí con él.

Violeta encajaba perfectamente en ese mundo al que los vecinos le suenan a cotillas, y las preguntas a inconveniencias. Un día, en el transcurso de una gestión para la cual era necesario localizar a una de las inquilinas, nunca dejé de recordar su gesto entre sorprendido, encogiéndose de hombros y absolutamente indiferente. No es que no supiera nada de su vecina de arriba. Lo que sucedía era que sentía que no tenía por qué saber nada de ningún vecino. Era una muralla, una pared, una suerte de blindaje para su crecimiento y ubicación para mí tan extraños. ¿Qué hacía una chica tan joven adquiriendo un piso de una vieja finca centenaria?, ¿no sería mejor que hubiese puesto sus preferencias en una finca más actual? Las respuestas a esta pregunta ya existían. Y, podían tener sentido. Lo que buscaba Violeta era los pisos más baratos posibles,-dentro de la carestía-, y así pagar menos que en otros lugares. Invertir en ofertas y oportunidades, que su amigo el Internet podía ofrecerle a su individualidad y razón. Todo era una estrategia práctica. Violeta era para mí una suerte de máquina fría y extraña. Como si una gran tristeza interior, la llenara de solemnidad y de contención emocional. Violeta tenía la ambición de su tiempo, y toda su estrategia de actualización y modernidad. Abría y cerraba con fuerza, rapidez y celo, la puerta de su casa al entrar y salir. Le gustaba cerrar su puerta. Casi blindarla. Era significativo su modo de abrir y cerrar. De clausurar, seguir y no mirar hacia atrás. 

Comenzaron las interminables reuniones de escalera. Ella me miraba como a un extraterrestre, y yo sentía que mi tiempo de vecindario estaba muerto y enterrado. Violeta nunca se acojonaba por nada. Ni perdía los papeles. Y cuando discrepaba, nunca su enfado era evidente. Yo, en cambio, soltaba toda mi naturalidad con todo temor al dinero de las obras, y con toda mi alegría y tristeza a flor de piel. Yo soy pura emoción, las reuniones se habían convertido en un combate de buitres en busca de salirse cada uno con la suya, y Violeta era ...

No lo supe. En aquellos momentos todo lo de Violeta era para mí un choque generacional sorprendente. No es que nunca sabré en qué piensa Violeta, sino que ella hará lo posible para que no sepa de sus estrategias ni actitudes en el vivir. Era bastante, mi antítesis como persona. Y yo me sentía descabalgado en un mundo que ya nunca más se parecería a mí, y en el cual el último vecino sería el último en apagar la luz. ¡Otro mundo! ...

Violeta, animalista, fuerte, profesora, con las ideas claras, con pareja medio escondida y sumisa, sin ropa de mujer de antes, e incluso con aspiraciones políticas quizá fruto de su modo muy claro de entender su tiempo que es éste. Animalista hasta el fanatismo o la pasión, inocente, y verdugo a su vez de los rivales con más dificultad para entender la emoción viva, sincera, atemporal, y mucho menos blindada y prefabricada.

Violeta, me cayó muy mal. Es evidente. Pero, ¿cómo iba a caerme mal alguien independiente, sin timideces, con exquisita educación, discreta hasta la exageración, silenciosa, correcta, funcional, rápida, atrevida pero sin despeinarse, audaz pero jamás una mancha en su vestido nunca con falda?... Pero, no lo podía evitar. La advenediza era demasiado joven para ser tan contenida. Debía resbalarse más dada su edad, mostrar más fisuras  en su seguridad, dar más sentido a sus años treintañeros y por lo tanto inmaduros e iniciales. Así pensaba yo a Violeta.

Se daba unos tremendos madrugones, se dormía pronto, se blindaba en el interior de su piso, se iba a currar, nunca sabías si iba a estar, o si llamándola a la puerta te iba a abrir. Todo había de ser casi guionado y perfecto. Nada de imprevisibilidades. Las cosas dubitativas, suponían para Violeta unas anomalías inasumibles. Enfado sin confesar, y rechazo evidente y concretado en acciones y en escasas palabras esclarecedoras.

Daba igual que estuviesen ladrando todos los perros de la escalera casi todo el día y hasta parte de la noche y sin que nadie optara por la corrección de dichas molestias. Violeta militaba y seguramente militará en un Partido político animalista, en el que su promoción la llevó a estar en un tris de entrar en el Congreso de los Diputados. Eso, denotaba su afán por su lucha un tanto quijotesca y tremendamente personalizada. No pareció sonreír a las personas que la rodeaban, no percibía la necesidad de ponerse manos a la obra contra los constantes ladridos de los perros de la finca, y un día llegó a afirmar en un incidente con roedores, que las ratas eran muy maravillosas y que había que hacer lo posible para que no sufriesen los terribles daños de los venenos administrables para su desaparición de los falsos techos de los pisos superiores en donde eran capaces de hacer sus guaridas y acojonar de paso al vecindario.

Ahí, en ese incidente,- aparte de quedarme pasmado-, no pude dejar de pensar en los vecinos de mi finca de toda la vida y de otro tiempo. Del señor Salvador, del señor Antonio, de la pejiguera señora Maruja y su genio imparable, de la señora Paquita y de su antipático marido Joaquín, del señor Emilio, y por supuesto de mis padres y abuelos. ¡Dios la que se hubiera liado! Guarra, es lo más suave y amable que hubiese escuchado y no a través de un watsap comunitario la segurísima y audaz Violeta. Pero se solucionó el tema, casi en silencio, y con la fortuna hoy de encontrar a un buen hombre y mejor profesional de las plagas urbanas y rurales, y la situación se controló y solucionó con el seguimiento del citado profesional. Aquello fue para mí, la gota que colmó el vaso. Pero eso no solucionó las dudas en el choque generacional. Las respuestas siempre habían estado en el aire, pero para mí era demasiado duro cambiar el chip a sobresaltos y a golpes de extrañas variaciones severas. Debía darme yo a mí mismo mi tiempo de comprender y de digerir aquello. No fue un plato precisamente ligero de saborear. Sino lo contrario.

Ha pasado el tiempo. Un día me parecieron excesivas las ausencias de Violeta. Quizá habría encontrado otro trabajo en otro lugar, o se habría quedado embarazada,-cosa que puedo dudar-, o se habrían puesto enfermos sus padres, o alguna circunstancia importante.

La capacidad adaptativa de Violeta en su tiempo y en sus retos y logros, me seguía pareciendo absolutamente imbatible. Porque todo parecía ser competitivo en ella. Sin ninguna concesión. Convirtió mi escalera al indiferente individualismo absoluto, y hasta a la domótica. Violeta no parecía querer al año 2024, sino quizá al 2042 o por ahí. Futuro sin cifras.

Un día, alguien me comentó que esa joven mujer que siempre vestía con tonos excesivamente oscuros para su juventud cronológica, hacía tiempo que quería comprarse una casa. Y en ello debía de estar. Y se confirmó el rumor con cara de evidente noticia. Sin decir nada, se fue. Estaba aquí,-a pesar de ser propietaria-, a la espera de encontrar un lugar mejor para vivir y en donde fuera o fuese. Mi calle se la trajo al pairo, siempre. Y lo mismo sucederá allá a donde vaya. Su idea de casa es coyuntural, anecdótica, sin un arraigo claro. Solo desea que la dejen en paz, que todo gasto de escalera vaya por móvil, gestionarse de modo independiente sus futuros y sus retos, y nunca encadenarse a la vetusta idea de hacer calor vecinal.

A Violeta no le va la asignatura de lo vecinal como cercano, y lo considera algo retórico y del pasado absurdo y obsoleto. La cuestión de Violeta será siempre el futuro, su futuro, sus nuevas metas; sus nuevas realidades o situaciones.

Lo que ocurre es que yo,-aunque voy aceptando la sociedad que hace tiempo que llegó para no irse ni en m finca ni en el mundo-, siempre he de recordar y recordaré a una chica que nunca llevó colores llamativos y alegres, sino que siempre vestía con tonalidades oscuras y hasta aburridas.

-TODO UN POTENTE CHOQUE GENERACIONAL. -