Hola, desconocidos. Me llaman aquí, "Freedom". Es mi apodo. El de siempre. Con el que me identifico plenamente. Os contaré algo. Veréis.
Yo iba tirando en la vida. No conocí a mis padres. Me crié casi en la calle, y solo recuerdo a mi novia, a unos tíos que tenía y que eran un amor, y a algunos colegas del barrio. Soy muy alto. Era muy alto. Hacía trabajos de poca monta y también hacía de camello en ocasiones. Había que sobrevivir. Como era atleta y las metía todas, recibí algunas ofertas de equipos de basket. Sí. Soy negro y de Nueva Yotk.
Tenía veintiocho años, y no sabía nada de nada. Era un cuerpo hueco en acción. Y tenía el orgullo juvenil y casi infantil de verme grande y potente. Y como aquí se suele tener pistola, yo poseía ese arma y así me fue. No me gustaba escuchar un no. Yo siempre debía tener la razón o se liaba. Siempre andaba a la pelea, basándome en la fuerza de mi estatura y kilos. Y estas cosas nunca acaban bien.
Yo, no soy de esos de las películas, los cuales afirman que son inocentes cuando hacen algo demasiado gordo. Prefiero decir la verdad. Una tarde, un tipo rubio que siempre me miraba con poco respeto y que era grandote como yo, se puso a discutir conmigo. De las palabras, pasamos a las manos, y el tipo me atizó dos leches lanzándome contra el suelo. Y desde ahí, empezó a patearme por todo el cuerpo. Hasta que saqué la pistola, le disparé y lo dejé seco. Apareció un coche de la policía, yo huí, pero ellos me seguían y me disparaban. Me paré y repelí los disparos. Dos muertos más. Con el rubio, acabé con tres vidas. Punto.
Me condenaron a cadena perpetua. Sí. A no salir de aquí en mi puta vida. Entré en violencia desatada. La cárcel es el invento más terrible que una cabeza humana ha podido diseñar. No es natural. Te lo quita todo. Hasta el alma.
En los primeros tiempos en prisión pasé situaciones límites. Me pegaba con todos. Con los compañeros del trullo y con los funcionarios. Me metían en celdas de aislamiento de máxima seguridad. Y lo peor, vino después. Cuando me juntaron con los otros presos en el patio. Eso fue un infierno. Me violaron, me obligaron a hacer felaciones, me pegaron unas palizas tremendas, perdí movilidad en un brazo a causa de una de tales palizas, y todo lo imaginable. Y extrañé mucho al amor. Porque no venían mis tíos a verme, ni mi novia Chery. Aunque yo disculpo a Chery. Siempre la querré aunque no viniera o se hubiese olvidado de mí. Cuando éramos novios, yo le decía a Chery que me apretara su uña contra la palma de mi mano en señal de complicidad. Y yo, siempre, cojo cualquier elemento de punta que haga falta y me lo aprieto en la mano. A veces me hago daño. Es mi recuerdo y homenaje a mi chica imposible.
¿Salir de aquí? Ya no lo creo. No creo en nada. Sigo vivo, casi es un milagro, y me da todo igual. Hice varios intentos de suicidio. Pero mi estancia aquí me ayuda mucho a pensar. No creo en Dios. Y cuando lo deje, sé que no hay nada. Lo único grato que hay es cuando desde mi ventana puedo ver al fondo un paisaje montañoso, el sol, las nubes, etcétera. Nada más.
A veces pienso que la inyección letal suavizaría mi dolor, pero es un fin del todo. Y lo que quiero es salir de aquí, porque este sitio no es bueno para la salud de la mente de las personas y en general.
¿Si me he arrepentido de haber matado al tipo rubio y a los dos policías? ¡Pues claro! Afortunadamente, mi violencia y mi capacidad de pensar no entraban en exceso en colisión. Mandé cartas de perdón a los familiares de las tres personas. No obtuve nunca respuesta. Solo sé que odio a la Asociación Nacional del Rifle y a toda esa cultura letal.
Y sobre todo, quiero ser libre. Y el patio no es libertad. Estoy seguro de que yo no haría daño a nadie si lograra salir de aquí, y por supuesto que lo último que haría sería comprarme un arma de fuego. Eso ha ajado y desgraciado mi vida. Si les hubiera dado un palazo, no les hubiera matado. O, quizás sí. Pero una pistola es predominante para matar. Disparas y se acabó. Y te vas a la mierda.
Siempre voy a tratar de escaparme de aquí. Aunque mis posibilidades son más que escasas. Pero debo intentarlo. Ahora ha llegado el maldito virus ese, y veo que a la gente le jode estar unos días metidos en casa. Pues imaginaos yo. Yo no tengo fecha ni espero tenerla. Soy un ser anulado al que han roto el corazón y helado la sonrisa. Estoy pagando bien aquel error, y me siguen pegando y abusando a toda hora. Y además la cárcel es un abuso permanente. Y la perpetua, es peor noticia que una pandemia. ¿Es evidente? ...
-PORQUE NO SÉ SI ESTOY VIVO-
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