jueves, 28 de noviembre de 2024

¡ NO SUBAN A ESE TAXI !




 Si a esa hora punta de la tarde no se veía un solo taxi libre, ¿cómo es que de repente he divisado y detenido uno? En realidad es una pregunta que tiene respuestas poliédricas, cinematográficas; algo así como ir a bordo de una peli de acción y peligros.

El taxista, era joven. No tendría ni treinta años. Apostaría a que ama apasionadamente la Fórmula 1, y que esto es su pasión. Es difícil ser taxista veinteañero y digital, con el contexto del viejo y hasta grosero tapón en el que se han convertido las grandes ciudades.

El atasco debería ser algo reflexivo para el conductor, y nunca jamás un desafío. Una forma veloz de ganar dinerillo o de quedar superbién con su asombrado cliente. Es cierto que yo tenía prisa, pero es que mi chófer entendía mucho más de velocidad que de dar paso a los demás. Igualmente poliédrico todo.

El joven y hasta intrépido taxista, encontró uno de sus retos. Un punto negro, en el que has de joderte y esperar a que se te cuelen otros pilotos igualmente competitivos. Esa circunstancia, enfadó mucho a mi taxista. Le adelantaron indebidamente, y el chico empezó a ganar adrenalina y a perder los papeles. Amagó, levantó una de las ventanillas del taxi, e inclinó estratégicamente su cabeza para poder lanzar desde allí un escupitajo de acierto olímpico a la cara de su chófer rival. Y me dijo: 

-"¡¡ Se lo he soltado en todos los morros !! Jeje,je,je ..."

Yo, le sonreí para quedar bien. Me sentí en peligro y dentro de un sociedad de mucho riesgo. Antes, quedabas el segundo, y la gente te aplaudía. Hoy en día, quedar segundo es como si toda tu excelsitud fuese devastada en pocos segundos por un Satán invencible.

El coche rojo de la maniobra inadecuada, contraatacó. Hizo frenar al joven taxista quijotesco, y el resultado del frenazo fue mi comedia de impasibilidad. No tendría por qué suceder nada. O, sí. Nunca sabes lo que habrá nunca mientras duermes debajo de tu cama. Podía haber sido el malo, un tipo con armas, un tarzán de gym, un futbolista expeditivo, o simplemente alguien con licencia de caza mayor, un consumidor de drogas, o un machista a quien su novia hubiese rechazado recientemente.

Me puse pálido y guardé silencio. El taxista inexperto y audaz, se percató de mi mal momento. Aún me pica una de mis rodillas de un golpe al frenar. Hoy no veré ninguna peli trepidante y buscaré algo espiritual. Y de repente me suelta el joven taxista: - "Sé que le he hecho pasar un mal rato. ¡Discúlpeme! ..."

Le respondí breve: - "No pasa nada. " ...

Afortunadamente todo fue tan rápido como mi deseo de salir de aquella ratonera con ruedas asombrosamente velocísima entre tanto coche junto. Fue la mejor noticia. Porque conservar la vida, lo es.

Cuando llegué a casa, miré el reloj y era pronto. Demasiado pronto, pensé. Otro día que vea a la ciudad colapsada a horas de embotellamientos, tendré mucho más cuidado aunque tenga toda la prisa del mundo.

¿Madurará el joven taxista? Siento dudarlo. De momento, espero que el destino proteja a sus nuevos viajeros y que no lance más escupitajos a nadie por hoy. Es mi santo deseo. Aunque me temo que mi pensamiento es solo compasión y hasta buen propósito navideño.

Sí. La vida. Yo espero vivir muchos años aunque haya atascos, estreses, o aprendices mediocres de Fernando Alonso. He saboreado el placer del vivir y de la libertad. Y para lograrlo, no hace falta ser tan competitivo, ni grandullón, ni hipócrita, ni habilidoso con una máquina.

Sé que este muchacho tiene madera de bueno, aunque no lo demuestre demasiado. Merece muchas más segundas oportunidades. Y quizás un regalo de Reyes en forma de invitación para participar en una prueba en un circuito de Fórmula 3. Aunque acabe en un trompo su experiencia.

¡MUCHA SUERTE!

miércoles, 13 de noviembre de 2024

- PESADILLA. -







Solo sé que le di una tremendo manotazo al agua. Sí. A un agua loca que mataba. El agua siempre había simpatizado conmigo en mi pensar. La relacionaba con la vida, con la sequía, con el calor; con el olor a campo que te hace disfrutar ...

Ahora, odio al agua. A un agua brutal que me superó. Aquello no fue un agua normal. Fue un tremendo mazazo de muerte. Se me vino encima aquella avalancha, pero yo era una inofensiva menoridad. Una vulnerabilidad con piernas. Un ser optimista, confiado, idealista en mi consistencia, como vencedor de todos los peligros, seguro, fuerte y absurdo. Muy absurdo.

Aquel agua era criminal. Un agua enloquecida, tirana, fascista, autoritaria, imparable, ventajera, ruín, sin piedad, cabalgando como una fiera fría en busca de su desembocar en el mar.

Pero nunca se me olvidará el manotazo que le arreé a aquel extraño tsunami que me atacó. Y yo, me defendí. Me cagué en el torrente y me acordé de toda la familia física que lo genera. Me olvidé de toda sed, de todo baño plácido en La Malvarrosa o en cualquier río veraniego. Como el de Montanejos.

Beberé agua porque no tengo más remedio, y porque la que veo me recuerda a la muerte. El agua del barranco era puro terrorismo y traición. Me lanzó por los aires. Aliada con el viento, acabé medio ahogado encima de un coche de techo resbaladizo. Estaba helado. Los coches eran anécdotas preocupantes de gran tamaño, que bailaban al son del juego del agua brava, loca y excesiva.

Volví a caer al agua tras mi breve estancia en la baca del turismo. Y el agua volvió a reírse de mí y en mis narices. Y de nuevo y sin saber bien el porqué, volví a soltarle un tremendo manotazo al agua que todo lo dominaba a su paso infernal. Le di tal manotazo, que creo que no tengo rota la muñeca de milagro.

El hecho es que me consagré íntimamente como un guerrero del contraataque. O, de la rabieta. Antes de que ese agua gigantesca y asquerosa acabara definitivamente conmigo, le había vuelto a soltar al monstruo acuoso mi rebeldía de supervivencia. Aunque fueran de nuevo unos segundos.

Ni creí morir, ni nada. No recordé que era profesor de matemáticas en un Instituto, ni que tenía familia, ni que era de izquierdas; ni me paré a pensar absolutamente nada.

Solo era un juguete bobo del agua violadora. La puta corriente me lanzaba hacia la maleza, hacia delante sin preguntar nada, y el sosiego se había detenido en la nada. Lo mejor es que ni siquiera podía detenerme a pensar que iba a morir en cualquier momento. ¡Nada! ...

Todo era inercia. Estaba seguramente, desnudo. No lo puedo asegurar. En esos momentos nadie puede asegurar nada. Solo puedo relatar hechos. Fui dando tumbos fluviales, hasta que quedé atrapado en una rinconada en la que la vegetación hizo de débil muro. Había tragado agua pero aún no había llegado a mis pulmones. Estaba vivo aún. Pero en aquellos momentos nadie puede tener la certeza de la mínima seguridad.

Respiraba. Y al sentir que podía notar hechos, volví a dar un alocado manotazo al agua, como si fuese un nuevo corte de mangas a la fatalidad. ¡Me cago en ese agua enemiga y definitivamente matadora! ...

Alguien, me vio. No sé cómo no morimos todos. Me lanzaron cuerdas, me tiraron ánimo, pero yo solo tenía la rabia de seguir dándole tremendos manotazos al agua brutal.

No me salvé yo. Me salvaron otros que no odiaban tanto al agua y al barro, ni a la maleza, ni a los coches, ni a los cadáveres que pasaban, ni a los infortunios descomunales.

Sí. Me salvó gente fría, serena, maravillosa, extraña para mí, insospechada, voluntaria, valiente, humana y llena de amor y agallas. He sobrevivido aunque sigo en shock y no deseo que nadie me pregunte nada. Sé que conseguiré cosas e iré recordando mis posibles buenas noticias de la realidad. Pero ahora, en cuanto veo agua, la golpeo con fuerza con la mano y la aparto.

¡¡MALDITA AGUA!!