Segundo día en el Hostal. Mucho silencio. Serán parejitas los de las habitaciones contiguas con baños a compartir. Nos evitamos mucho los unos a los otros. Así va el mundo. A veces es celo de intimidad compartida. O, novietes y novietas. Es mejor el romanticismo del silencio y del misterio. Afuera, siempre hay follón, pero es un jolgorio tolerable y contenido. No nos llevamos mal.¿A dónde ir un sábado en Madrid, con piernas lesas, sin un duro, y con desconocimiento supino de las distintas líneas de metros y autobuses? A la aventura de la valentía, la cual desecha el agua que amenaza con echar tímidas gotas. Esto es otoño, es Madrid, es suavidad, son ganas, es vida ...
Avanzo tranquilamente por una calle que imaginé que me gustaría. La calle del Barquillo. Es bonita, tradicional, no engaña a nadie, y da muchas pistas si quieres conquistar la Puerta de Alcalá. ¡Ahí está! Se me antoja corta la Gran Vía, y exuberante la calle de Alcalá. Alcalá está para hacer pasacalles cañí y hasta con elegancia. Alcalá abre muchas partes al despistado turismo y te da claves y mil anécdotas. A mí lo que más me gusta es el paisaje urbano: las personas. Por eso es preciso y necesario que yo me lo pase bien.
La Puerta de Alcalá está en obras, y el Retiro esperando que las rotas ramas caídas a lloro por el temporal, desguacen su magia interior a los turistas intrépidos que invadimos la mañana madrileña. ¿Fotos? Yo no quiero fotos apenas, y sé a lo que he venido en esta quasi extraña escapada de finde. ¡Yo he venido a estar! ... Quedaos con esta frase. Resume bien.
Una chica chino/japonesa y yo, queremos y pensamos lo mismo aunque por razones de idioma y actitud, no nos da la gana decírnoslo. Daría igual. Le echo tema y me voy hacia la moza y bella joven asiática. Va de solitaria heroína avanzada. Tiene andares de discreción y ambición. Es lista.
No sé en qué idioma le digo si puede hacerme a mí una foto en la que se me vea con la Puerta de Alcalá en obras al fondo. La Puerta de Alcalá me abre muchas cosas. La luz, la vida, el descanso, la necesidad y la maldición que le tiro a Netanyahu. La chica oriental sonríe con cara bonita de circunstancias, y me hace la foto. Su respuesta es mueca profidén. Pero yo soy español y la insisto. Le digo mal dicho si ella quiere ahora su foto. Su respuesta no es solo un tajante y definitivo no, sino que pone tierra por en medio. No me extrañaría que en realidad esta joven fuese americana y participante en los grandes torneos del golf mundial. Lo malo es que volvemos a encontrarnos en la closed puerta del Retiro, y aunque yo todo lo disimulo, la china debe pensar que hoy todo sale mal y que encima hay un viejales oportunista persiguiéndola y dando por saco. Nunca hubo ni habrá amor entre ella y yo. Solo es el otoño ocre y evidente de la calle de Madrid. Madrid, es calle. Si eres de Madrid y no eres calle, entonces te falla algo. Las grandes ciudades, necesitan mucha población para disimular que son excesivas.
Estoy casi seguro de que, al principio, Madrid no fue capital de España y por una razón. No tiene un palmo llano y todo son desniveles. De modo, que aconsejo que se haga running en Madrid. Sus beneficios serán mucho más eficaces que en Valencia. Muscularmente, un deportista de Madrid, si entrena, lo tiene todo para destacar y casi sin moverse de su barrio. Casi todo son subidas y bajadas. Por eso intuyo que antes de la invención de los vehículos a motor, el Poder escogió otro lugar para el placer, la ostentación y el sosiego. ¿Valladolid? ...
El día estaba en la incertidumbre. Que si llovería, que si no llovería, y eso en los maduritos influye mucho. Si hay indicios de llover, entonces nadie sale a la calle. En cuanto el panorama meteorológico se despeja, entonces sale toda la grey a granel y a la masa. Fuenteovejuna. No me extraña que en la calle en donde me hospedo, pone que esa es la casa en donde murió el gran Zorrilla. Basta un resbalón y una edad, para llegar tarde a un Centro sanitario. En Valencia hay mucho reumático, y aquí debe haber muchos impactados de huesos y otras zonas.
¡Oh, la calle de Alcalá! Y no digamos el Paseo de la Castellana. Yo, estaba aburridamente indeciso ante el tiempo inestable, y mis piernas agobiadas por la jornada anterior, y me dejé llevar por el deseo suelto: ¡Voy a ver el campo del Real Madrid!... Pero, ¿cómo se hace éso? Iré en autobús a ver. El metro me trauma. Ya tuve bastante acción ayer en el suburbano. Algún bus irá. Preguntaré.
Pero nadie sabe nada, y lo peor que puede pasarles son las dudas. Hasta que finalmente apareció alguien. Nada más y nada menos, que una mujer que andaría más cerca de los setenta que de los sesenta años. ¡Rosalía! Dice llamarse Rosalía, exculpa a los del metro diciéndome que no hay dinero y de ahí el poco personal, y que está segura de que la línea 27 me llevará al Estadio que preside Florentino Pérez. Y me dice más; mucho más.
Yo, voy conociendo el acento madrileño. Es un hablar claro, y que tiene una decisión. Es suave y puede ser enérgico al terminar las frases. Rosalía se convierte en mi Cicerone, y para ello repite hasta un mínimo de seis veces, que las personas de Madrid son en extremo hospitalarias. Y entonces me dejo llevar y hacer por Rosalía. La mujer me reconoce mi paso tranquilo, y rememora sus tiempos lejanos de amor y noviazgos por La Castellana. Porque La Castellana es mucho Madrid. Es un cacho cachísimo de la ciudad. Hay obras; muchas obras. Rosalía está encantada de realizar su labor. A mí me trata como a un marajá. Me lo está haciendo todo bien. Quizá, demasiado bien. Se enrolla tanto y quiere que no la interrumpa con la pistola final de mi hablar, que acaba pareciéndome una pesada a la que no quiero ver más, al menos en un tiempo. Me deja en la parada de varios autobuses, y entre ellos el 27 dichoso. No se explica bien, pero se explica. ¿Será que es una mujer sola y que yo la distraigo con mi bisoñez e inocencia? ¿Seré su presa? ...
Madrid son los Andes. ¡Benditos Andes! Aquí hay indígenas de esa zona en cantidades importantes. Que si la parada Cuzco, que si la calle Callao, que si Lima, que si muchas personas de estas latitudes por todos los sitios de escaso nivel económico. Como yo. Pregunto a un indito y me dice que la línea 7 va al Bernabéu. ¡Que le den a Rosalía! ...
El fútbol y la aventura. Frío ventoso. La "ventisca". El 7 está muy lejos para mí del Estadio. Mis piernas y mi cerebro dicen que lo ha jodido todo mi frivolidad. El fútbol solo es templo moderno y decadente. No se sabe si el fútbol es 2.023 o si la pureza de este deporte no fue anglo sino maya. Más que medieval.
La realidad es tozuda. Un kioskero me dice que el campo de fútbol está ahí. Ahí, son quince minutos de reloj. Y, no se ve nada deportivo en el horizonte... ¡Coño! ¡Un ovni! Sigue sin verse nada, pero ahí hay algo alto metálico que son obras de remodelación. ¡No se puede ver desde afuera la fachada mediática en donde pelotea el Madrid de Vinicius o Courtois! ...
No es mi día. Un marginal quiere venderme una camiseta del Real Madrid, la cual habrá robado y que está sucia, por veinticinco euros y con frío. Le digo algo, y me la rebaja a veinte euros. Insisto en que no, y se acuerda y caga en toda mi familia y amigos. Yo no le hago caso. Es pequeñito y yo anchote, y hace frío de preocupación porque estoy cansado y porque ya llevo tres cruces de calles dado que la gente se contradice y me desorienta más. ¿Dónde diablos y por qué no hice caso a la santa mi Rosalía tan amable, gentil, alta, y con una escasa lordosis? ¡Joder! ...
¡De milagro llego a la calle Alonso Martínez! No la sabía ni el conductor del autobús de no sé qué línea. Así que, ¡yo encontré el camino! ¡Solo yo! Y eso que no sé nada de Madrid. Pero se ve que hay mucha especialización, contrato precario, y demasiadas preguntas continuas y recurrentes. El conductor agradece mi intuición de lince. Ibérico, claro ...
Es la hora de comer y no hay nada. En findes, la gente escapa de estos lugares. Hay decadencia y apuesta por otros barrios. ¡Que me lo digan a mí, que lo palpo en el mío de Valencia! ¿Iba a ser esto una excepción? Esto son cafeterías de estudiantes, guiris y gente joven entre semana, y a descansar el finde. ¡No hay nada! Y mis piernas no pueden más.
Y cuando la batería de mi cuerpo marca 23, se produce un milagro. ¡Un bar vacío en sábado de fin de semana! ¿Sueño? ¡No! Es real. Una fabada, merluza, postre e infusión, quince euros.
Lo estaba pasando tan mal, que no pienso siquiera en los quince euros. Que, ¿si el bar está vacío? ¡Sí! Calentito y vacío. Será por poco tiempo. En seguida llegan grupos de gentes. A mi lado se sientan veinte cuarentañeras, y el mito de que la mujer habla, no se tambalea. Parecen más universitarias, profesoras o algo así. No van maquilladas, están desinhibidas, y entre sus manos hay vasos de vino tinto y cerveza. Apenas comen unas ensaladas. No quieren engordar. Lo pasan muy bien. Ríen y gesticulan casi con apasionamiento. Ellas son felices, y yo estoy preocupado por si podré levantarme de la silla para pagar, y después subir los tres pisos sin ascensor de mi hostal. ¡Mérito y cojones! No queda otra.
Me meto en mi residencia, me tiro sobre la cama y me quedo frito arriesgándome a que la obesidad se sienta más libre y capaz. Se ve que he roncado. Cuando por fin despierto, no sé si es sábado o domingo, ni me importan mucho ni Madrid ni mi Valencia. ¡Pero he sido coherente tras un día demasiado juvenil e inmaduro! He de medir más las consecuencias de mis actos.
Dicen que no escribo mal, y ahí sigue poniendo que en esa casa murió Zorrilla. Como me de un resbalón estando sin fuerzas, en esta calle habrá muerto un maestro y un alumno. Mañana será otro día. ¡Viva España! Y por la tarde, solo bajo y subo para comprar algo. Una hora nada más. Hago bien. Relajo en lo posible mis articulaciones. Aquí no se muere nadie.
-FUE HERMOSA MI AVENTURA.-