Todo esto de la sociedad del coronavirus empezó para mí de un modo difuso y extraño. Era finales de Febrero o principios de Marzo, y yo acudía algunos días de la semana a casa de mi mejor amigo para ayudarle a hacer unos ejercicios para poder andar tras un ictus que sufrió.
No recuerdo exactamente cómo percibí esta atmósfera actual. Sé que había un virus en el chino Wuhan y que las autoridades habían entrado a saco en dicha provincia a poner orden. Nunca nadie pudo imaginar lo que vendría y que se nos metería hasta en el comedor. Me recuerdo a mí mismo camino de casa de mi amigo, y en las personas que me cruzaba habían muchísimos interrogantes. Aquello era una especie de preinterrogante, que daría paso a más interrogantes.
En mi Valencia, hacía fresco y llovía. Cada vez veía menos actividad por la calle, y menos coches, y los autobuses cada vez tardaban más. Alguien decía que este año no tendríamos Fallas, porque las noticias que llegaban eran más que preocupantes. Y el alcalde, Ribó, anunció no recuerdo si su supresión o aplazamiento.
Yo, me disponía a cogerme unas vacaciones culturales por la zona centro de España y estaba inquieto por si suspendían el viaje en bus que tenía ya pagado. Mientras tanto, su Majestad el fútbol vivía indiferente ante las amenazas. El Valencia CF se desplazó a Italia a jugar con el Atalanta, y acudieron muchos valencianos a animar al equipo. Pero las noticias empeoraban al ser más que negativas. Cada vez habían más contagios, y empezaban las defunciones, cuyos protagonistas eran gente mayor. No todos.
La alarma y la sorpresa dieron paso al pánico. Primero China y Corea, pero después el fatal virus estaba asolando a la creativa Italia, y el desastre empezaba a marcarse con fechas y cifras espantosas.
Yo, seguía caminando a grandes zancadas camino de uno de los dos autobuses que cogía para poder llegar a la casa de mi amigo a ayudarle. Y cuando volvía a mi hogar, yo me notaba como un cosquilleo en la garganta raro. Luego, comía calditos calientes y me ponía la estufa. Se me iba todo en seguida. Pero las cifras comenzaban a llegar a España también.
Yo iba por las calles, con una bufanda pegada a mi nariz y boca. Y cuando llegaba a casa de mi amigo, recuerdo que en los últimos días de verle me nació decirle que no me diera la mano. Y recuerdo que me lavaba las manos con gel, y luego me ponía alcohol desinfectante. No le tocaba. Y hacíamos los ejercicios que el médico le mandaba.
Las autoridades se hicieron eco de lo que empezaba a pasar. Y cundió el pánico en la población. Se declaró el Estado de Alarma, y yo me quedé confinado como millones de españoles en casa.
Me sentía un inútil absurdo. ¿Un virus se combatía saliendo nada a la calle? La respuesta era, sí. De modo que por ahora no puedo ir a la casa de mi amigo a ayudarle. Afortunadamente, tienen a una chica con contrato legal y muy responsable, y en la casa de mi amigo convaleciente va todo bien.
Yo le llamo por teléfono todos los días en este tiempo de masivo confinamiento. Pero no es lo mismo el teléfono que estar allí. En su casa lo que haces se nota y es evidente. El acompañamiento o interés periódico, siendo importante, no es para mí comparable a mi labor anterior. ¡Ni cámaras, ni leches! ...
Sí. Salió en la tele el Presidente Sánchez con cara de preocupación, y mandó parar toda la actividad económica que no fuera esencial para la supervivencia. Y anunció que la prioridad era ya lo sanitario y esencial y el Covid-19, y que a partir de entonces delegaba en el Ministro de Sanidad Salvador Illa. Y con un epidemiólogo llamado Fernando Simón, empezaron unas tremendas ruedas de prensa informativas, periódicas y terribles. El virus empezaba a comerse a nuestra libertad y a nuestros hábitos cotidianos.
Se infectaba al principio, casi todo quisque. El virus era de un contagio velocísimo y el Sistema Sanitario no estaba inicialmente dispuesto para combatir una cosa tan veloz y terrorífica. No podían haber equipos de protección individual, ni mascarillas suficientes, ni material necesario, y las UCIS quedaron colapsadas.
Era lógico que no hubiese material suficiente. Las mascarillas eran cosa de cirujanos o de gente de desinfección. Una especie de elementos secundarios por su escasa necesidad cotidiana. Sí. Nos habíamos olvidado de las grandes pandemias, pensando en que eso no pasaría porque era cosa de gente que vivía muy lejos. No había conciencia sanitaria ni prevención suficiente, y a pesar de la escabechina y de las incertidumbres, yo pienso que nunca habrá dicha conciencia de seguridad, y que nos seguiremos dejando llevar por el culto al money como gran referencia preferente. Éso, difícilmente cambiará, con pandemia o sin ella.
El personal sanitario empezó a recibir los trallazos del coronavirus. Y acostumbrados a que la medicina avanzada de hoy derrotara como de habitual al agente infeccioso, vieron cómo no podrían con su rival. Y clamaron desesperadamente a la búsqueda de un chivo expiatorio que muchas veces llaman Gobierno, y que manifiesta igualmente el carácter individualista de la sociedad de hoy y la baja tolerancia a la frustración.
Todo ésto, fue aprovechado por pescadores furtivos ideológicos que pescan en ríos revueltos, para arrear con toda su artillería de hipocresía y de deseo de recuperar el voto perdido.
Hay y ha habido, otra gran industria. La de los bulos. Y de la sofisticación de dichos bulos. Lo cual ha contribuído todavía más a permanecer o potenciar la no credibilidad hacia los superiores que son los gobernantes. ¡Hay que ser miserables! ...
El capitalismo se cayó al suelo en dos tardes, y mostró su vulnerabilidad. Y yo y todos, asistimos expectantes y asustados estos días, intentando recuperar la esperanza y el optimismo en una recuperación global de la salud y de las libertades esquilmadas necesariamente.
Como cabía esperar, la gente más vulnerable y con menos medios, hemos sido los más perjudicados por esta durísima película de terror excepcional. Los pequeños comerciantes tendrán dificultades para reabrir, mientras que las grandes corporaciones nunca temerán esto. Y hay una suerte de "capitalismo de Estado", como bien define el extraordinario y veterano periodista, Iñaki Gabilondo.
Se demora todo. Las consultas, las operaciones, la libertad, las siguientes semanas serán de consultas de psiquiatras o psicólogos, puede haber rebrote del Covid-19, y volver al antes costará meses.
Yo he logrado,-y toco madera-, sobrevivir al coronavirus. Y deseo que aparezcan pronto, fármacos eficaces y una vacuna dentro de unos meses. He vivido solidaridad, pero muy hipocritizada. No vamos a cambiar el mundo de actuación social porque está demasiado normalizado, y lo contrario es una quimera.
El otro día vi corrillos en el interior de un súper, gente que se las ingenia para defenderse a la suya, y una enorme desafección con respecto a la clase política.
¡Alea jacta es! No van a haber grandes sorpresas. El neoliberalismo seguirá gobernando a sus anchas y se hará sus propios tests sanitarios. Y volverá el fútbol y el entretenimiento como religión. Y las series televisivas acríticas que reproducen modelos continuistas. Y quizás haya y seguro que habrán muchos más 15-M, pero no ahora. Ahora es el imperio del yo, del sálvese quien pueda, y de lo inmediato. No parece tiempo de matices.
-Y YO EN MI CASA ME PONGO A PRUEBA-
0 comentarios:
Publicar un comentario