Lo recuerdo todo como en una secuencia inevitable y a toda velocidad. Fue, el otro día. Un día decisivo y durísimo para mi vida. Descorazonador y bien preocupante.
Razones de salud. Veinte años, que se dice pronto. Veinte maravillosos años de esperanza. De cuando yo aún no era yo, y de cuando le tiré mucho valor. Y luché por mí. Como fue mi obligación.
El terapeuta me lo había advertido. El 21 de Abril, se jubilaba. Cosa que así sucedió. Y tras algunas sesiones telefónicas a causa de los impedimentos del coronavirus, ya tocaba volver a despedirme y pagarle al hombre el dinero que le debía.
¿Y después de esta fecha?, ¿qué pasaría con mi futuro de salud? ... Sí. Veinte años luchando como un salvaje. Aquellas peleas eran brutales. No sé cómo me contenía cuando aquel hombre impenetrable me gritaba en algunas de sus sesiones. Yo le bauticé como "el boxeador". Se ponía muy tenso y me contagiaba el malestar. Pero me di cuenta de que con él, o le admitía como era o nada más. Poco más. No se trata de cambiar a las personas.
Mi "entrenador" me llevó hacia el escenario de combates similares a los de Alí y Foreman. Y logró meterse bien adentro de mí. A mí nunca me convencieron ni sus formas ni su talante. Pero mi estructura estaba tan delicada que solo puedo agradecerle mis avances en la salud. Soy un hombre agradecido, y me tengo por noble. Pero la verdad es que en veinte años de contacto nunca me sonrió ni me dio el más mínimo golpe de ánimo en la espalda. No fue de dar concesiones. Un tipo duro, el cual un día me confesó que tenía fama de buenazo entre su círculo de amistades. Yo, nunca sabré ni me incumbe saber quién es este señor.
Ochenta y un euros le debía. Me fui a la papelería y compré un pequeño sobre, en cuyo interior puse el dinero. Y con la mascarilla colocada y tomando un par de autobuses, me presenté en su casa cercana a la bien popular y universitaria avenida de Blasco Ibáñez.
Llegué en punto a la hora acordada, y llamé a su casa desde el portal. El hombre, abrió y yo entré y tomé el ascensor. Al situarme ante su puerta, llamé esta vez de nuevo. Mi rostro denotaba una tristeza enorme y absolutamente extraña. ¿Todo terminaba ya y en este punto? ...
El hombre abrió la puerta, y me sonrió cortesmente. Yo, desolado, le mostré el sobre y él me preguntó si ahí adentro estaba exacto el importe del dinero o si tenía que devolverme algo. Yo, con un gesto y sin decir apenas nada, me hice entender. El hombre recepcionó dicho sobre del dinero y me dijo:
- "Mire. Por lo menos ya puede usted salir a la calle ..."
Se refería a la Fase 1 del Estado de Alarma. Yo, no contesté. Y nos dijimos adiós. Un adiós tremendo, tentador y peligrosísimo. Sí. Era mejor no entrar en su casa. Él intuía que utilizaría ese tiempo para lamento de futuro. Pero yo ayudé a las cosas. Rápidamente, me di la vuelta y volví al ascensor. Bajé y salí de aquel sitio. El 21 de Abril se había muerto toda la realidad contractual con "el boxeador".
Más que rápido. Rapidísimo y sin pensar. Sin mirar hacia atrás ni pensar en desamparos futuros. Mi mirada seria, inteligente y práctica. Alea jacta est. ¡Fuera los lamentos! Como un zombie con mascarilla, tomé dos autobuses más y regresé a mi casa del Casco Histórico de Valencia. Y decidí entre lloros internos que no quería pensar. Y que pensaría lo menos posible. Porque el futuro cabrón o como se llame, se come todas las nostalgias y los anhelos.
Y al llegar a casa me hice la comida y no sé qué más. Y la herida es inevitable porque siempre me acompañó. Y no siento ni quiero siquiera pensar en un nuevo tiempo, potente y siempre exigente. Y me pido una pequeña bonoloto afortunada, y valorar más lo que tengo, y apurar toda la batería que me brindó "el boxeador". Y seguir sobreviviendo como un salvaje.
-COMO SIEMPRE-
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