Si lees su biografía, casi que no la crees. Años cincuenta. Macon. Georgia. Estados Unidos. Postguerra mundial y un pionero anhelo de cosas nuevas.
Lo mejor que puedes hacer para conocer mejor a uno de los padres del rock y de tantos estilos, es escuchar sus canciones, y sobre todo, ver actuar en directo a Little Richard.
Sobran las palabras. Fue un niño negro que dio tumbos geniales y atravesó distancias y paradojas para tratar en vano de huír una y otra vez de sí mismo. Pero sus aventuras fueron geniales.
Little Richard solo fue música. Y ritmo, y arte, e innovación, y una idea caso masoca de la alegría, y un juguete roto y longevo que jugó consigo mismo y que hizo explotar al público con su excitación y propuesta musical.
Little no iba a ser regular. Ningún genio lo es. Contexto durísimo, marginalidad inicial y autoafirmación permanente. Si quieres vibrar, muévete al ritmo que desde su piano y su magia eléctrica te marca el exceso del gigantesco artista.
¡Un volcán! Inventó muchísimas cosas. No se consintió ser homosexual, se refugió en las Iglesias, y sobre todo nunca renunció a su gran grito genial que le salía del alma de su voz de tenor.
Agudo, agitador, tocahuevos, necesario, polemista, capaz de sorprender, y con el don de dominar el ritmo como los antepasados esclavos y afros. Ya se sabe: drogas, enganches, orgías, salidas de madre, rompedor, conflictivo y avasallador. Un grande entre los más grandes. Pero, itero, olvidaros lo que podáis de su biografía. Porque estas letras en el homenaje de su reciente fallecimiento, solo tratan de ser música en vivo, en carne, en influencia y en pasión.
Semejando un puto mierda, Little Richard fue tan grande que no necesitó apenas de letras de canciones para ser un absolutamente necesario. Y lo certificaron los Beatles o Dylan. No fue casualidad tal interés.
América y los derechos civiles. Pero Little Richard combatía a su manera cachonda e irreverente, desenfadada, extraña y definitiva. Hacía moverse y bailar a la gente que asistía en masa a sus recitales. Y ahí queda su legado para el que ande triste estos días. Pones un vídeo de Richard, y todo pasa a un segundo plano. Nada es tan acuciante y terrible.
Fue la banda sonora y la carne de los nuevos estilos libres, y todo lo llevó a competir sin apenas rivales. Negro, excluído y autoexcluído, casi cojo, raro, casi ido, casi siempre todo, extravagante, diferente y sin complejos. El dios de su religión siempre le miró pensativo.
Porque aquí el único dios de la apertura a los nuevos estilos musicales abiertos desde América al mundo, fue él. Como no era blanco no podía tener el sex de Elvis, pero eso le estimulaba. Little Richard es bien difícil de catalogar porque solo él es el catálogo musical de un nuevo paradigma de rebeldía de acción extenuante y excelsa.
Iba y venía Little Richard. Moría y renacía cual Ave Fénix de entre las músicas. Jugaba magistralmente y de nuevo, entre el adiós y la magia renovada y exitosa.
Porque Little Richard podría ganar mucho antes de empezar sus actuaciones, a causa de su colosal estilo y creatividad de showman puro. Epataba. Dejaba maravillosamente flipados a todos. Les hacía reír y soñar. Y entonces lo solemne se iba al garete y llegaba todo su vicio estruendosamente sensacional.
Y su energía loca y descomunal no conocía el límite. Y la gente fue feliz y pegadiza con él. Y su golpe agudo de garganta fue capaz de convertir a una casa abandonada en un monumento de arte vivo. Little fue la música moderna y la gran referencia.
¡VIVA LA MÚSICA!
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