viernes, 30 de agosto de 2019

- EL TROZO DE SANDÍA -




Sí. Desde hace muchos veranos. Imprescindible la sandía en mis comidas de verano. Ves la tele, los ciclistas del Tour o de la Vuelta, y con el soniquete me suelo dar una cabezadita. Mi siesta española y de mí.
Sí. La comida. Comer la sandía tenía para mí miles objetivos. El cachazo de sandía que más que comer, yo engullía, me saciaba la sed insoportable de mi casa calentorra e imposible, me sedaba y me hacía olvidar los problemas. El cacho enorme de sandía que me zampaba tras un plato de lentejas o una ensalada valenciana, se unía a un plátano y a un yoghour, o a cualquier cosa que hiciera mi sobremesa grata y prometedora.
Mi barriga crecía, pero esto no era lo que realmente me preocupaba. Porque como no puedo estar quieto,lo quemo todo pronto y toda esa dinámica que me ayuda a tonificar mi cuerpo y a mantenerlo bien.
Ha sido, este mismo verano de 2019. No debo ir más atrás porque nunca antes me había sucedido. Y mira que en esta vida me he zampado trozazos más que excesivos y frescos de sandía. Y mira que luego el agua de la sandía me hinchaba y hasta reducía un tanto mi tranquilo respirar. Me sentía mal tras ingerirla, pero no hacía nada excesivo para remediar tal mal. En todo caso, me iba por las tardes a caminar lo que me dejan mis maltrechas rodillas, y algo hacía. No engordaba apenas. Y al llegar el otoño y desaparecer las sandías del súper, parecía regularse dicho mal.
Este año me he puesto contento. Porque he tomado una mayor conciencia de mí mismo y de mis ciudados. Y un día,-mucho más que importante para mí y a principios de Julio,- decidí y concreté. Ese día iba a reducir y más que considerablemente el tamaño del trozo de sandía a ingerir. De modo que tomé menos, y además apenas le concedí importancia a dicha reducción alimentaria. Pero la mejor noticia fue, que al siguiente día repetí la operación, y así hasta crearme a mí mismo un suficiente más razonable para mi cuerpo. Y no me quedaba famélico tras la ingesta del trozo reducido de sandía. Y mi barriga no se afectaba, ni me sentía hinchado ni con la más mínima molestia.
Nadie me lo dijo o me lo advirtió. Decía antes que comía en exceso porque nadie me lo había advertido o algo así. No lo sé. No sé si me lo habían advertido o me lo habían dejado de advertir. Porque, seguramente, lo que pasaba es que yo ni siquiera escuchaba o hacía caso a las señales de mi cuerpo, como para escuchar sugerencias de los demás.
Me alegro mucho por mí. Esa no necesidad de llenarme tanto, me alegra la fibra de mi esperanza. La idea de que no pasa nada para comer tanto, está empezando a emerger o germinar. Como siempre en mí, tarde, pero bienvenida esa tardanza que me ha permitido a abrirme los ojos a mí mismo.
He asumido y aprendido a quererme y a apreciarme más. A ser más responsable. A no hacerme daño, a descubrir cosas nuevas que son el resultado de pensar mejor. Y ahora, luego, después, ya veterano, cuando tenga que haber sido, me pregunto porqué antes me zampaba aquel inhumano trozazo de sandía, me hinchaba como un cerdo, y me atacaba el bienestar de mi vientre. 
¡No! Es lo de menos. Atrás han de quedar los lamentos que de nada sirven. Lo que es efectivo y saludable es percibir la realidad a través de un enfoque más diáfano y adecuado. Ha sido la mejor noticia de mi verano íntimo.
-Y AHÍ QUE OS LA HE CONTADO-

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