miércoles, 28 de agosto de 2019

- EL OTOÑO SOBRE EL VERANO IMPERIAL -




El frío sale de su cárcel madriguera y escapa. Solo es viento helado nostálgico y desordenado. Y en la calle de los climas, hace migas con el cambio climático. Y se hace mayor, y tormentas, y granizo como huevos, y lluvia torrencial, y al clima suave de mi Mediterráneo lo va convirtiendo en una nostalgia.
Cae vencido el hielo del Ártico, y la gente se estremece y algunos prefieren no pensar. El verano está creído, prepotente, ha vencido a las estaciones intermedias, y mira indolente a los breves inviernos pizpiretos y exagerados.
Como la DANA o la gota fría de aquí. En mi tierra de la luz. En donde hace calor siempre, y en donde en los últimos años España ya es plenamente un trópico africano y asustador.
La gente sale a todo correr de mi playa de La Malvarrosa. Sin miedo que aún es pronto. Y lo que más jode son las nubes negras que dan intuición, velocidad, nervios y pesimismo. Y en pocos minutos la calma cocotera de la playa de la vacación, da paso a un panorama bien distinto que invita al recogimiento y que hace que los guiris frunzan el ceño con la sorpresa de la ruptura de planes.
Todo es breve. Porque tras un cañonazo de trueno, vuelve el sol, y a las pocas horas no hay ni rastro de borrasca. Hasta que un nuevo bufido de aire inesperado procedente de la trampa climática, se zambulle en el agua de un Nostrum que crepita. Y las nubes, exuberantes como las tetas en leche, descargan sin miramiento y con el vals de un viento gamberramente libre y estrepitosamente eficaz que convierte a los paraguas en una antigualla exótica con pocas luces. Una pérdida de tiempo y de dinero. Porque si viene la gota fría ésa y se pone a soltar lastre, no hay cura y te vas a poner como una literal sopa aunque te cubras de sudoroso plástico de la cabeza a los pies.
Aquí, donde nací, en el Mediterráneo pacífico de Serrat, cuando vemos eso nos ponemos pasotas, nostálgicos y críticos a un tiempo. Porque nos han robado nuestro clima. Y va y todavía algún majadero dice que eso del cambio climático es una cosa cíclica y mal expuesta por rojos comunistas.
El agua desnuda toda la verdad. Donde se ha construído mal, se ve la estúpida mentira. Los coches y demás elementos extraños, son llevados a hombros por las aguas hinchadas. Aquí no puede mentir nadie. Las aguas solo traen realidad.
Pero el verano, en final de Agosto, se sigue relamiendo con ironía. Ha engordado desde la Canícula romana, y sabe que el aire fresco tiene las horas contadas. Y la tormenta es como jugar al fútbol contra un equipo menor. Te meten un gol, dos, pero acaban recibiendo séis en su contra. El verano suda poder y deshace los sueños. Convierte las desnudas pieles de playa en potenciales canceritos de erupción y hedonismo. Arrea un chorro imperial sobre la arena de la playa, y seda la mar bravía. Llega a los montes e incendia con la ayuda de irresponsables la gran belleza interior. Y no tiene rivales. El año es un verano hegemónico basado en un calentamiento global y progresivo del planeta. Impone, y sin que nadie ponga coto a los desmanes.
Quizás por eso me gustan las incursiones del aire frío en la manta aérea del calor. Porque es un otoño comando y activista que no quiere morir. El aire negro y fresco solo desea el empate climático y la suavidad, aunque para estos fines utilice el ruído y la falta de miramientos.
El rey verano mira finalmente admirado al contraataque de la borrasca que solo acaba haciendo efectos especiales. Y dicho verano se inviste en su sillón que trata de llamarse normalidad, y entonces el silencio vuelve a los treinta grados.
¡UN DIOS!

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