Recuerdo descubrir su cabello rizado y su foto inicial. Tenía un aire a alguien conocido y más joven. Sí. Era V.G.M. Una de mis chicas favoritas de mi inexistente juventud. Una actriz conocida en media España y en muchos otros sitios. Y ahora, por azares del destino, tenía su teléfono y ya varias citas que se concretaron durante la primera parte del verano valenciano, en una playa cercana a mi ciudad. Ella tiene unos pies bellísimos.
Se anunciaba en una web de amigos sin decir quién era. Parece agradarle la discreción y seleccionar a sus cercanos. Le caí bien. Le sorprendí inicial y positivamente. La acosaban dos tipos ya maduritos,-uno de ellos ya denunciado-, y mi actitud de libertad y de no apremio, le causó buena cosa.
Y entonces eché a volar con toda mi fantasía y recordé la trayectoria de V.G.M. Lo hizo todo. Precocidad y desparpajo, chica lista en el destape, y amiga de los directores que experimentaban desde sus óperas primas un cine nuevo que se alejaba de lo convencional.
Apasionante mundo de la farándula. De la tele, del cine, del teatro, de la presentación de programas, de bailarina, y del concepto completo que se exige a los actores y en donde se incluye la gimnasia y casi el atletismo. Escritora. Y hasta aspirante a cantante.
V.G.M. me confesó que era tan memoriona que no le asustaban los guiones largos. Y descubrí que era práctica, un culo inquieto, extremadamente inteligente, tranquila, soltura y mucha calma.
- "No conecto con los budistas, ¿sabes? Pero me agradan sus retiros de silencio ..."
Traté de escucharla. A mí me gusta poco escuchar a los demás y que haya ruido verbal. Y que nos riamos por cosas que hagan gracia, y que estemos deseando realmente estar juntos. No me agradan las aventuras.
V.G.M. agradeció mis poses iniciales. Pero todo tiene un final verdadero. Ella se dio cuenta de que a mí me gusta interrumpir y hablar hasta con las paredes, y que cuando no lo hago, el aburrimiento me capa las expectativas. Y entonces no aguanto bien.
La playa y yo, no nos llevamos bien. A pesar de que pisábamos la arena allá sobre las séis o séis y media de la tarde, al llegar a casa me sobrevenía lo más parecido que hay a una insolación, y me pasaba varios días sinceramente afectado.
Sentados en unas incómodas sillitas de playa a escasos metros de la orilla del mar, V.G.M. me conoció bastante, y yo seguí embobado su discurso generoso mientras le preguntaba por aquella otra actriz o por aquel actor de fama.
Coincidimos en ideología política y en algunos momentos vitales. Ella era una pasividad aparente, y yo un ansioso reprimido por el respeto que ha de tenerse.
V.G.M. necesitó imponer sus reglas de juego y hacerse con un dominio de las situaciones, luchando entre mi curiosidad e imparable verborrea. Pero yo hubiera preferido una cabra loca y más volcada hacia mí. Los deseos son un absurdo que se estremece ante la realidad impepinable.
V.G.M. me enseñó a parar muchas imperfecciones. Pero su mundo es otro e internacional, y humano, y con vestigios de famosa que fue, y con ganas de pelearse en Twiter, y amar la paz de su tiempo y de sus energías. Un día la noté incómoda en la playa. Me dijo de andar por la orilla, pero yo me negué por temor a que nos robaran las pertenencias. V.G.M. sentía tanto malestar que yo me di cuenta y le propuse marcharnos, cosa que ella aceptó presto.
Pasaron algunos días. Y aunque notaba que ella no llamaba como antes, yo me decidí y la llamé. Al poco de hablar por teléfono me dijo que: " es que me cansas; me agotas ..."
Como dos adultos, nos despedimos y colgamos los teléfonos. Hay que respetar. Nos estábamos tratando de conocer. Sé que nunca más la veré ni escucharé su voz.
-FUE HONESTA CONMIGO-
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