La France. Otro tiempo. El blanco y negro. Un genio apasionado por su sangre la música. La musique. La francofonía y el azar. Charles Aznavour. El mejor cantante francés y parisino del siglo XX.
¡Cómo pasa el tiempo! ... El telediario le dedica unos segundos a su óbito. El tiempo es otro, sí, la televisión es otra, el interés es otro, el cambio es otro, pero la esencia sigue y siempre está.
Aznavour,-armenio de padres-, iba a emigrar a Estados Unidos. Más finalmente, sus progenitores se quedaron en el corazón del humanismo y de la francofonía que es La France. París, capital de los sueños posibles y reales.
Recuerdo sus patillas y sus canciones. Su gestualidad. Evoco su voz y su personalidad. Su talento. Flaco, pero con una enorme convicción en el arte. Porque además fue actor y estuvo en toda la grandeur cuando el monte se hacía musique.
Tristes y mágicas sus canciones. Aznavour nunca olvidó sus raíces humildes y siempre tuvo presente a la solidaridad y a la cuna de los pobres y de los solos.
Por eso fue realista y cantó sintetizando en frases cortas textos de emociones de lugares comunes. El amor, la tristeza, el deseo, la nostalgia, el rehacerse, el desamor, la voz de los sin voz, de los no acompañados, la voz de la actualidad, la interpretación en el escenario y la fuerza de su talento siempre creativo.
Venecia sin Aznavour sí es diferente. Y las góndolas navegan a media asta y le lloran como campanas sonoras surcando el mar y el río de lo inevitable,
"Aznavoice" ha vivido con creces cada uno de los instantes. Siempre rompió a vivir y como fuera. Se casó, se descasó, y se lanzó a lomos de la grand Bohème junto a la diosa Edith Piaff. Pero nunca dejó que su Olimpo con la chica de la imparable voz de ruiseñor segara su visión de los pies en el suelo. Por eso ha sido longevo.
Cuando a la Bohemia le llega la noche, o cuando se cierran los puertas del Olimpia, entonces aparece una resaca feliz y creativa, un descanso rico, fugaz y potente de placer que te empina hacia una nueva disposición y energía para seguir creando charme y glamour.
Aznavour hacía arte hasta de sus defectos en el escenario por su enorme personalidad. Sé que París le menospreció y le apartó, pero la tenacidad del armenio fue muy superior a todo ese inicial rechazo. Aznavour nunca se iba a rendir. Un artista siempre ha de estar en ebullición y dispuesto a saltar y a amar amando, dispuesto y resuelto a saltar constantemente a la busca de mil sorpresas y de nuevos impactos que abren vías definitivas y con sello.
Y Aznavour rompió París con su elegancia y talento. Y se ganó a todas las Francias, y se exhibió con su dura y cautivadora letra y música en todos los idiomas. Versioneó y jugó a todo con su amiga la música. Necesitaba expresar humanidad, sentimientos y vitalidad. Liberté.
La música solo tiene un idioma que es el de la sensibilidad y el de la emoción. Lo demás son cuentos y no es música. Charles Aznavour hizo grande a la música y al arte. Llenó un siglo musical con su hegemonía imparable en Francia, y todos supimos quién era. ¡Qué profunda emoción! ...
Otro tiempo que ya se fue como él. Con aquella distinción exquisita de la fragancia y del parfum. Con la excelencia y la masculinidad. Con su mirada especial. Con el amor a la Piaff, o a Chevalier, o tantas cajitas de bombones y estilo propio e impecable.
Venecia, la Bohemia, France, el mundo, la tristeza y la soledad creativas, pierden a un maestro que lo expresó todo con su voz y pose.
¡MERCI, MONSIEUR AZNAVOUR!
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