viernes, 19 de octubre de 2018

- EL TELÉFONO DE LAS DIEZ YA NO SONARÁ -




Nunca más. Inesperadamente, fugazmente, como es la vida. Eran las diez de la noche, yo le llamaba y juntos repasábamos a nuestra manera alocada aquellos momentos y tiempos de mi adolescencia y de su juventud, y chocábamos entre el fútbol y la política porque en estos dos últimos temas estamos en las antípodas.
Es y será mi mejor amigo de toda mi vida. Siempre nos utilizamos mutuamente todo lo que pudimos y aunque ahí habían muchas trampas, en el final de toda cuestión siempre había un afecto indudable. Y cuando se nos pasaban los cabreos mutuos, entonces yo volvía a marcar a las diez de la noche el número de su teléfono fijo,-que no está en la agenda del móvil sino en mi cabeza incrustado-, y volvíamos a hablar y a hablar.
Siempre fue raro mi amigo. ¿Más que yo? Hasta es posible. Quizás por eso que nos aceptábamos y nos aguantábamos. A veces, hasta las risas.
En los últimos tiempos yo había sofisticado mis tácticas irónicas. Mi amigo tiene y ha tenido un genio brutal, y yo exactamente lo más parecido a éso. Muchas veces jugábamos a imponer nuestro criterio y a no dejarnos hablar mutuamente las frases con intención y hasta sin ella.
Le conocí en la playa, y en el río Turia cuando aún no estaba ajardinado, jugábamos al fútbol con la pandilla todos los días colocando dos bolsas como postes improvisados en dicho lecho seco fluvial, y era como un buenazo hermano mayor al que el afecto del tiempo acrecentó dicho sentimiento para hacerse imborrable.
Me sujetaba. No me dejaba entrarle ni una cuando le invadía los terrenos ideológicos. ¡Menudas ideas! Así, décadas.  Éramos como dos niños grandes, hasta que yo ...
Él no lo esperaba. Nuestras voces de las diez de la noche en el teléfono eran las mismas, pero yo decidí que los disgustos y desahogos serían en otro foro y no ante su amable atención.
Casi nunca le veía personalmente. No se cuidaba, había chocado su naturalidad con unos padres impasables, y había decidido ocultar toda su realidad a sus más íntimos por si lo echaban a la calle o algo peor. Y mi amigo acabó haciendo una secta de sí mismo. Se negó toda su verdad, pero yo decidí un día que aquello nunca se lo reprocharía ni insinuaría. Si era un cobarde, me daba un pimiento. Si era un estratega, entonces mi amigo habría de ser un superviviente inteligente. Así, siempre. Y cuando mi madre entró en demencia final, a mí se me ocurrió que su teléfono de las diez nunca fallaba. Y, no falló. Asistió a mis angustias y nos ayudó lo que pudo hasta buscarnos a mi hermano y a mí a un cuidador evangelista,- que por cierto resultó ser un verdadero sinvergüenza buscavidas-, pero que nos vino fenomenal para los cuidados y el afronte de la nueva y final situación de mamá. Mi amigo algún defecto debía de tener. Y todo no iba a depender de él, ¡coño! ...
Hace un mes, le llamé. No contestaba. Me extraña. No era normal. Lo más normal es que estuviera comunicando porque estaría hablando con alguien. Insistí mucho siempre sobre las diez de la noche, pero había un sorprendente silencio.
Llamé a su socio de una empresa familiar cercana su sede a mi ciudad, y me dijo que no sabía nada pero que me llamaría con noticias.
Lo hizo: mi amigo tiene derrame cerebral. Se cayó estando en casa, y la puta vida me ha dado un palazo. Él era fuerte como una roca, y descuidado, y químico, e inteligente, y no se cuidaba nada. Había hecho de su vida una fantasía de juventud eterna y se hizo la zancadilla a sí mismo.
Le quedarán secuelas aunque ha salvado el pellejo. Pero siempre tuvo orgullo y a su modo fue el jefe, y la dependencia lo joderá. Y además esas secuelas ya no permitirán jamás que a las diez de la noche llame por teléfono y tengamos la loca conversación rutilante y habitual. Alegre.
¡Aprenderé! Deberé quererle de otro modo. Él ni se enterará apenas de quién fui, soy o seré. Sonreirá ahora de modo menos real, y me dirá desorientaciones y profundas tristezas. Perderá su escondida esperanza de ser feliz. Pero yo seguiré creciendo y aprendiendo, y demostrándole que puedo ser un gran amigo aunque ya no se entere. Y lloraré su adiós presente,y la nostalgia del tiempo imposible me acosará. Pero será un reto quererle así. Como a mi madre demente los últimos años. Que fue lo mejor que hice siempre.
-AHORA ME TOCA A MÍ CON ÉL Y SIN TELÉFONO-

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