Sus ojos profundos. Su mirada fija y triste. Grandote y vivido. Me da miedo. Parece lleno de severidad y amargura. Y de manos largas.
Me puede. Sé que Eugenio me puede. Y que si decidiera hacer un pulso con él, yo no tendría la menor opción. Es rápido, y un problema en sus cuerdas vocales no es óbice para que siempre pueda ganarme.
Me ha de dar un carajo su profunda tristeza. No quiero saber quién es ni qué le pasó. No me creo que sea el bueno de la película del drama personal que refiere a menudo. Habría que escuchar a la otra parte de todos sus males. No le creo derrotado, sino vengativo. No ya victimista, sino con ganas de arrear.
Cuando me ve, Eugenio me observa hasta clavar sus ojos en mí. Y yo no sé aguantarle la mirada. Es habilidoso, y sé que si le pregunto saldrá airoso con cualquier suculenta excusa. Por eso trato de no mirarle sino lo justo. Las mujeres le ven percha y corpachón, varonilidad, empaque y hasta le conceden lástima por el tema de su voz agarrotada.
Eugenio logra dirigirse a mí porque me ve silvestre y diferente. Por tanto, buena pieza de carne fresca. Es astuto. Sus detalles están provistos de trampas y de seducción. La vida me la gana por cinco a cero. Su caudal vivencial es exuberante y me sitúa a mí en una posición más que desfavorable.
Trato de no pensar mucho en él, pero no es fácil. Él podría ser un padrazo; esa autoridad en mi familia que nunca existió, el solucionador de enfados y el chistoso animador que a mí podría venirme más que requetebién.
¿Qué pasa en el presente? Muchas dudas. Eugenio es inteligente, académico, con título, experienciado en captar imágenes y estados de ánimo, adinerado, estratega, internacional y todos esas cosas del viajado, pero yo me pregunto qué hace ahí cerca de mí.
A veces pasa mi terrible fantasía y le imagino a Eugenio llevándome a su huerto desde su mirada taladradora y aparentemente protectora a un tiempo. Y una vez yo en esa su casa, me sentiría paralizado, neutralizado y casi a merced de sus instintos. Yo, con poca vivencia. Todavía mi fantasía podría perecer ante un presunto monstruo.
Porque yo a Eugenio le presupongo de una violencia extrema y rayana en un sadismo letal y hasta con sangre. Eugenio podría convivir con el espanto y yo no sé todavía volar con el miedo. En sueños me siento a su merced, como un esclavo, un súbdito, un mierda, un rebajado, un sin espíritu y sin humor, un asustado y un sin recursos.
Mi fantasía es muy creativa y singular. Especial. Y ante la presunta o auténtica violencia de ese Eugenio extraño e imparable e insondable al que nunca conoceré, me refugio en ideas defensivas, nobles, convenientes y audaces.
Mi reto ante Eugenio, lo que le puede joder, es tener la cabeza todavía más fría que él. Engañarlo sin parecerlo, como dicen que hacía con sus rivales Fisher fallando aposta con el fin de descentrarles y hacerles perder las partidas por el título mundial de ajedrez.
Porque la vida puede ser un puto y frío ajedrez y hasta explosivo. Y lo que no le voy a hacer a Eugenio es pararle en corto y comenzar a desabrocharle con firmeza todos los botones de su camisa para comprobar qué coño esconde, porque esa es su libertad. Podría hacerlo y Eugenio nunca lo imagina ni lo imaginará. Ya me encargaré yo de que no se lo imagine.
Porque sigo vivo, y sin sentirme deudor de nada a nadie. Y entonces Eugenio dejará de hacerme sentir niño vulnerable. Y ya puede mirar y mirarme y yo asustarme, que Cronos sabe que este hombre conmigo nada tiene que lograr. Su monumentalidad puede ser una hormiga, y su presencia un anécdota extraña. Le temo mucho. Pero sobre todo, por mí mismo. De modo que para bien de los dos me relajo, descanso, y entonces llega un día nuevo y bien lleno de correcciones y posibilidades. Mi reto no es Eugenio. Mi reto soy yo.
-APOSTAD QUE SÍ-
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