¡Innsbruck! Austria. Su último y gran trofeo de ciclista pundonoroso en los Mundiales de ciclismo en ruta y con 38 años. Murciano de pura cepa, de familia humilde y huertana, de hablar claro y optimista, apasionado y ciclista ejemplar. Se llama Alejandro Valverde. Medalla de oro. Ya lo sabéis ...
Un gran favor le ha hecho al ciclismo, y llevado por su entusiasmo sereno y siempre racial, Valverde siempre ha sido ofensivo y de emoción. Un toro. Un atleta completísimo, de gran chasis, regular, que tiene y ha tenido lo que deben tener todos los fondistas y que es adaptación a la montaña y a la velocidad de los ritmos, y en su caso hasta de los sprints.
Los hombres llanos suelen ganar en simpatía y en carisma cuando se liberan de sus exigencias top y la gente comienza a pensar que este tipo vale mucho, que da ejemplo, y entonces las críticas culminadas con este gran y reciente éxito de la ruta austríaca se tornan loas y adhesiones rendidas a su denso currículum poco entendido.
Valverde nunca fue de grandes Vueltas. No ganó ni ganará Tours, Giros ni Vueltas finalmente. Porque para llegar ahí, debes tener un plus más, un mayor escalón de calidad capaz de ofrecer todas las garantías.
Ni loco será Induráin ni Bahamontes, ni Ocaña, ni el Tarangu, ni Perico, ni Olano o Contador. Pero esa chispa campeona que elige a sus ídolos de Olimpo, también tiene otros senderos aunque no posean al principio o en el momento la gracia especial que atrape y cifre los grandes retos límites de este durísimo deporte.
A Alejandro Valverde le han llamado de todo cuando había esperanzas en él, y no lograba culminar en ilusión el sueño de los aficionados españoles.
Le llamaban alocado, outsider, nunca le consideraban candidato a nada genial y todas esas cosas, pero la prensa y la crítica no parecían alcanzar en él la idea de su pasión y de su entusiasmo. Es como si en ciclismo la enorme fortaleza solo fuera un aderezo y no un logro de efectividad.
Minusvalorado por muchos, Valverde siempre tenía su as escondido en su corazón panocho y murciano de su Lumbreras natal. Valverde salta a la carretera, e independientemente de que suba repechos del diez por ciento, ser capaz de regular cuando se le va el caballo, andar en segundo plano por las clasificaciones generales, mostrar un fondo personal de coloso y un enorme capacidad de recuperación y de sufrimiento, Alejandro nunca corrió con el drama.
¿Drama es hacer lo que más le ha gustado incluso a su longevísima edad habitual para esto del deporte profesional? ¿Salir a entrenar jugándotela frente al coche fou o fatal y con fríos, lluvias o esfuerzos que pocas veces mostrará la cámara de la tele? ... Para Valverde, hoy en la cúspide mediática, lo que le mola es sacar la burra, hacer kilómetros y más kilómetros, relativizar, saber que lo verdaderamente duro de la vida pueden ser otras cosas, y que él es un privilegiado y un tipo al que pagan por hacer lo que a él más le gusta: ¡correr en bicicleta! ...
Esa distancia suave y pausada, sus cosas libres y sin presión, el placer por tomar la bici y seguir a los buenos, ganarle a los buenos, ver cómo aguanta el paso del juez Cronos, y sus pequeñas y potentísimas ganas de disfrutar cómo le aguanta el cuerpo. Que es muy bien.
¡MERECIDO ÉXITO PARA SU ENTUSIASMO!
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