Pionero en el gran éxito. Dos veces campeón mundial y casi un centenar de podios. Asturiano y español. Precoz campeón con Renault.
Puso en la tele de moda al deporte selecto de las cuatro ruedas junto al periodista calvo Antonio Lobato. Su éxito hizo que tanto Movistar como el Banco de Santander de Botín acercaran su dinero al patrocinio de su coche.
Estos prototipos de la Fórmula 1, encandilan y hechizan. Cohetes espaciales de tierra. Son símbolos de millonarios de lujo. Seña de poderosos sin fronteras. Negocios y despachos. En el Circo competitivo, hay unas normas, un dinero, unos jefes, unos mecánicos y una tradición. Todo discutible, pero real y existente.
Fernando Alonso llegó desde Asturies para ganar. Y lo hizo en dos ocasiones con la escudería Renault. Nunca antes en España lo habían logrado. Pero había mucho más que todo eso. Alonso era un piloto rapidísimo, con una ambición sin topes, y con un dominio de la conducción fuera de lo común. Un superdotado.
Mala leche. Fernando Alonso tenía mala leche. No ha sido humilde, y eso en este club especial de poderosos intocables, se suele pagar. Gran parte de la enorme clase que tuvo como piloto, la perdió por su falta de tacto y de mano izquierda. No se puede luchar contra los molinos de viento. Pero Alonso, bien que lo intentó.
F. Alonso fue un piloto genial, y por tanto diferente al resto. Le importaron un comino sus compañeros de escudería, y nunca tuvo grandes simpatías entre sus esforzados rivales. Su ego era tal, que pasaba de todo e intentaba hacer lo que quería. Eso fue un exceso de osadía. Si hubiese sido más diplomático,-con su tremendo talento para la conducción-, hubiese ganado muchos más títulos mundiales.
Bajito, regordete, esquivo, irónico, contradictorio, listo y vividor. Ganador y vanidoso, y hasta follonero aunque mostrase pose de modesto y de adaptado al mundo de los coches.
Lo que le motivaba a Alonso, era ganar divirtiéndose. Todo lo demás, como que era algo menor. Pero Fernando no era de medias tintas y perdía gasolina por la boca. Si ganaba, había de ser a lo espectacular, a toda mecha, con incidentes, con su tremendo y temerario riesgo en las salidas que paralizaban a medio país. Sus adelantamientos. España.
Le acompañaban sus fans asturianos y de todos los países con sus banderas azules y amarillas con cruz. Fichó por Ferrari. Los "Lakers" de la Fórmula 1. Pero tuvo muy mala suerte con los prototipos. No fueron los mejores Ferraris ni luego los mejores MClarens. Estos últimos, una verdadera castaña.
No solo Alonso ha sido el primer campeón mundial español de la Fórmula 1, sino uno de los mejores y más habilidosos conductores de todos los tiempos. Un mito. Un icono que se dice ahora.
Tuvo un carisma popular y extraño a un tiempo. Logró que en los bares de mi país las gentes hablaran de ruedas, de garajes, de boxes, de incidentes, de adelantamientos, de llantas traseras, de alerones, del "Safety Car", o de las salidas de pista. Puso a la Fórmula 1 española en pie. Rememoró a Fangio o a Fittipaldi. Lo popularizó todo. Ha sido uno de los mejores deportistas españoles de siempre.
Pero también emitió un regusto agrio y polémico; como las abruptas montañas astures. No se supo situar con la astucia contenida que a otros pilotos de menos fuste les propició más éxitos que a él. Le costó morderse la lengua o cuidar sus emociones. Siempre le es difícil a un genio como el ovetense. Los genios son para que te alucinen o para cagarla. Sin medias tintas. Al que le gustaba Alonso, podía idolatrarle, y al que le entraba mal, le arreaba a la mínima sin mayores miramientos.
Fernando Alonso fue precoz en todo para lo bueno y para lo malo. Ya está forrado de money. Y ahora que lo deja, pasa a la categoría de deportista inolvidable.
¡BRAVO, CAMPEÓN!
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