viernes, 10 de agosto de 2018

- ATRONADOR -




En el cielo había guerra en la Canícula. El calor del infierno se apoderó de las cosas con la hegemonía de un tirano sin tiempo. La temperatura marcaba los quehaceres, y la estabilidad anticiclónica era un arma de doble filo.
El verano se confió y gozó su bacanal. Éxtasis, placer, inmovilismo, prepotencia e irregularidad blindada. Poder sobre todas las cosas, y el agua del mar convertida en sensación de caldo de pollo.
Y, de repente, llegó la nube esperada. Todo se fue cerrando camino de la angustia y del miedo. El verano se quedó atónito y sin comprender. De su opulencia a la austeridad no habían transcurrido sino escasísimas horas.
Pero la masa fría violó el corazón de la calor. Enemigos irreconciliables y antipódicos efectos. Lucha inicial. Resistencia del calor y hasta del sol frente al nubarrón cuyo ejército se multiplicaba cerrándolo todo a la velocidad de la fantasía.
Y ya en medio de esa incertidumbre, una señal gritó un cambio, una derrota y una sorpresa. El sol hizo fuerza acompañado de su vaho de calor. Pero solo consiguió el efecto contrario al deseado.
En medio de todo y de todas las alturas, se escuchó un tremendo trueno. Y luego, muchísimos más. El contraataque estaba funcionando. Llegaba la gran anarquía de la borrasca. Muchos más truenos, y los árboles y la foresta expectantes. Los animales, replegados y escondidos intuyendo lo peor.
Otros tremendos truenos llenaron el espectro general. Primero, se notaron unas agradecidas pequeñas gotas, pero solo fue un principio tímido y suave. Porque el agua tomó soltura y fuerza. Las gotitas, fueron creciendo y juntándose pariendo la lluvia continuada y consistente. Y en progresión, se gestó y estalló una descomunal tromba de agua imparable y evidente.
Dicen que un árbol emitió un quejido y que una planta gritó su adiós por ahogamiento. Y que una adolescente frunció el ceño dado que la lluvia torrencial le impediría acudir a la excitante cita con su nuevo conocido especial, y los bomberos se pusieron en acción demandados a causa de los efectos acuáticos, y algunos osados tomaron su tabla de surfing y juguetearon temeraria y gustosamente con las olas trempadas, e Isabel se mojó toda porque nunca usa paraguas y porque cuando hace el amor con Guillermo lo hace fascinada por el ruído de la lluvia, y la señora Rolindes se resbaló y no podía levantarse de la calle Murillo, e Ingrid temía que detuviesen su tren en marcha  camino de L´Alfàs del Pi, y los futbolistas de la pretemporada huyeron a refugiarse en los vestuarios, y tú me diste un beso con la mano desde un coche y yo casi no me di cuenta.
Y el cuento de los soldados del verano se interrumpió, y entonces los heladeros y horchateros cerraron antes de la hora prevista, y un loco corrió desnudo completamente y gritó por toda la Gran Vía sin que ningún policía le persiguiera, y la ciudad quedó plagada de charcos y de inconvenientes. Hasta que finalmente otro tremendo trueno volvió a surcar los cielos encapotados.
Ese último orgasmo de ruído atronador, ya fue diferente. Se entregó y cedió. Mostró su cara derrotada, y los soldados de la romana Canícula se rehicieron y besaron la lógica de la estación. Y corrió el viento a deshacer las nubes, y el imperio de la sequedad normalizó los partes meteorológicos y el sol ganó. Los árboles se tranquilizaron y nació otra planta. Los bomberos volvieron a sus cuarteles, reabrieron las horchaterías, la adolescente vio a su nuevo amigo, el loco se vistió y se tranquilizó, los surferos regresaron a la orilla, los futbolistas volvieron al entrenamiento, Isabel gozó plenamente con Guillermo, la señora Rolindes está escayolada y a salvo en su casa, Ingrid llegó a la magia que es L´Alfás del Pi a la hora prevista, y por fin vi tu beso nuevo y de trueno deseado en el centro de mis labios.
-Y NO QUEDÓ NI UN SOLO CHARCO-

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