Que no la calor. Mi agosto ha sido duro y muy pesado. Hacía tiempo que no os hablaba de mí. Lo reharé con gusto. Veréis. Quedarse en mi gran ciudad en agosto es una verdadera audacia. Porque yo soy diurno y necesito la luz del día para estar bien. Con un cierto alivio, voy viendo cómo las sombras de la tarde acortan el atronador efecto del sol aniquilador y playero. Está llegando septiembre. Me agarro a ese clavo de libertad.
Agosto, mi agosto, ha sido un mes muy aprendedor. De la dureza siempre se pueden sacar excelentes y fructíferas conclusiones. Y yo necesito esa dureza para hacerme más fuerte. Los retos que la vida cotidiana depara y pregunta, son exámenes que siempre han de aprobarse.
Rosa,-mi mano derecha que me orienta en la casa y a la que yo hace tiempo que la considero ya de mi familia-, ha estado y yo he estado con ella. Viene a mi casa una vez por semana a pesar de sus tremendas enfermedades que la tienen la límite de sus fuerzas, y con una decisión y fortaleza admirables sube los tres pisos sin ascensor de mi más que vieja ya histórica finca, y me tira capotes y más ayudas a cambio de mis abrazos de tronco de árbol.
A pesar del calor que hace aquí en casa, he seguido escribiendo quizás porque cuando escribo o cuando canto, entonces me relajo más y las condiciones adversas de mi casa se difuminan unos ratos. Cuando escribo respiro mi verdad y aparece un ventilador que blinda mi verdad y a mi yo, y entonces aparece la libertad y el placer.
El agosto de mínimas constantes y tropicales, ha arreado duro sobre mis plantas del balcón, que para mí simbolizan la vida. Protegidas por la antigua persiana que subo y bajo diariamente para que los rayos del sol no las maten, he regado en abundancia y me he esmerado para que no aniden las hormigas o campasen los pulgones u otros bichos sobre las citadas plantas de maceta. Y ahí están, y yo satisfecho porque hayan sobrevivido a la experiencia del calor límite, y he experimentado de modo amateur con las plantitas nacidas de semillas. He hecho algunos cambios de ubicación en las macetas, y he jugado con esa decoración que me nace y sobre cuyo gusto nunca encuentro explicación.
En el agosto que ya se muere y da paso a la reanudación de lo cotidiano con el fin de las masivas vacaciones, he tenido conmigo a voces amigas que conocí en la primavera y que han seguido al otro lado de mi teléfono. He notado traiciones y ausencias igualmente, pero lo más importante es que he logrado atender con un mayor sosiego la adversidad, y he pensado que siendo yo quien decidiera mis cosas se podía esperar a ser un poquito más feliz.
Porque, veo futuro. Porque no me asombra ni preocupa el exigente septiembre ni lo que venga después. Estoy empezando a saborear mis pequeñas cosas. Y ahora que vendrá la temporada más económica de los viajes, lo voy a intentar tirando mano de algún ahorrillo.
Creo que es una de las mis mejores noticias que en este agosto siguen vivas y que me bailan por la barriga hace tiempo. Quiero programarme económicamente unas salidas y no morirme sin visitar algunos monumentos emblema de mi país como puedan ser la Alhambra granadina, la Mezquita cordobesa o la Giralda sevillana. O, más cosas ...
Sí. Salir. Salir de mí y aventurarme. Seguir perdiendo los miedos a vivir. Construír siempre ilusiones y atacar retos. Que siempre algo nuevo o diferente me aparezca al despertar cada día. Que también tengo derecho a cosillas. Que me preocupa la vida y sus sabores. Y que voy a aguantarme con la mayor paz posible si las cosas no me terminan de salir como deseo.
Y un fuerte beso de agradecimiento para tod@s mis lectores.
¡GRACIAS!
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