Mi machismo me impedía valorarla. Confieso que no me caía bien. Pero su trayectoria me fue marcando referencias que sabían a distinto. Y pude ver en ella, no a una intrusa, sino a una mujer de pleno derecho.
Nos ha dejado y aún no logro digerirlo, la gran cómica y maestra de ceremonias de la Cultura, la colosal actriz catalana Rosa María Sardà. Mujer. Sí. Luchó siempre sobre los derechos de su condición femenina, y desde su óptica alargada expresó su clara visión sobre este mundo injusto y hasta extraño.
La Sardà significó muchísimas cosas. Empujó y pionerizó. Sacó su tremenda personalidad y nos dejó boquiabiertos. Esta mujer estaba rompiendo todas las barreras imaginables con su enorme talento.
Prácticamente autodidacta, catalana hasta la médula, y vanguardista, y actual, e imparable, genial, imprevisible, difícil y coherente. Rosa María Sardà ya es una referencia histórica que supera a su hermano Xavier. Ha sido la jefa, la maestra de ceremonias, y con una sensibilidad capaz de captar las emociones humanas como una lima y proyectarlas desde su condición de actriz del medio que fuese.
Versátil, presente, referencial, imprescindible, y maravillosamente feminista. Se ha ido con las botas puestas de luchadora y autoconvencida profundamente de que este mundo no anda bien y que hay que modificar al Poder. Porque todos podemos ser el Poder.
La Sardà no trató de sentar cátedras. Solo quiso y logró ubicarse donde le apetecía. Y le apetecían millones de cosas, porque era vital como un torrente discreto y digno.
Esas miradas ... ¡Menudas miradas de hembra eterna! Aquellas miradas valían un discurso. ¡No! Ser mujer era mucho más que algo secundario o complementario. Rosa nunca tragó ni se replegó. Sin perder su clase y su porte, supo subir y bajar de los sentimientos y nos generó admiración y alegría. Se superó a sí misma y ya no se detuvo jamás.
Recuerdo aquel squetsch televisivo de papel de señorona viendo la tele con su "marido Honorato". Ahí había una joya de mil registros. Había penetrado en el alma humana, y no solo en el de la mujer.
Rosa María, se hizo al monte y ya no bajó de él. Sería todo, menos oveja de rebaño. No renunció a nada y fue por tanto una valiente privilegiada de su presente y de su futuro. Y punto.
La Sardà fue difícil. Porque es bueno pisar con decisión y hacer ruido. Logró dignificar la profesión artística y fue mucho más allá. Fue un referente de la farándula. Se adentró en la influencia social, política y general. Fue la mejor actriz de Cataluña.
Pero, mucho más. Muchísimo más. No fue solo el Puigmal de la excelencia, sino la altura de cualquier ciudad cosmopolita partiendo desde su Barcelona de la cuna.
Comentaban y con razón sobre Rosa, que de haber nacido en Estados Unidos, habría ganado mil galardones a nivel mundial. Porque Rosa fue el mundo de hoy, y no hizo otra cosa que ejercer su crítica. Y después, contar un chiste y hacerte descojonar.
Nos ha dejado una dama necesaria. Y no digamos en estos tiempos del puto virus. Se ha ido una tanqueta femenina y encissadora. Alguien capaz de combinar su fuerte personalidad con la suavidad protectora de una madraza. Se ha ido alguien magno; referencial. Una mujer singular y potente. Y pasarán muchos años para que alguien la pueda ensombrecer.
¡COSA IMPOSIBLE!
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