Junio 2020. Un microbio extraño ha caído sobre todos los españoles. España está condicionada y trata de no pensar demasiado. Porque el virus hizo y sigue haciendo estragos. La tecnología ha sido una birria al lado del coronavirus.
Porque falta sabor social. Falta algo tan básico como la alegría sincera que marca la seguridad sanitaria. No podemos ser felices porque estamos detenidos por una fuerza inesperada y maligna, que nos obliga a desnudarnos y a hacer sobreesfuerzos en el día a día.
Ahora, son todo sensaciones y deseos. Queremos cosas. Las cosas de antes. De cuando no pasaba nada y podíamos movernos sin riesgos sobre los pueblos y ciudades.
España está triste. Primero fuimos confinados para poder salvar el pellejo de la vida, y ahora debemos llevar la mascarilla incómoda y marcarnos una distancia de dos metros entre nosotros. ¡Insólito! ...
No éramos tan impermeables. Preferíamos pensar en la alegría y en la libertad. Ni un escritor ingenioso de ciencia ficción, podría describir o augurar lo que nos ha sucedido. Una cosa de Wuhan que llega a todos los patrios rincones hispanos. Y de todo el mundo ...
La Economía tuvo que parar las máquinas. Ahora, el tren vuelve a ir arrancando suave, pero irremediablemente. El Sistema no aguantaba más y nuestro modo de vivir, tampoco. Y todo entre paréntesis por si hay rebrote epidémico. Todo con pinzas trémulas hasta que aparezcan fármacos eficaces que culminen con la vacuna de la tranquilidad.
El virus ha hecho saltar todo por los aires. La gente pobre que vivía en la semiexclusión, ha debido de ser protegida por el Estado para poder comer todos los días. Los pequeños comercios se han visto y se ven afectados por las medidas de seguridad. Quieren ir abriendo ya, y lo merecen. Pero el puto virus es al fin el que decide todas las situaciones.
El patógeno, ha puesto al país patas arriba. Se ha visto la verdad social. Los adinerados conviven bien con el riesgo, y los pobres están acusando lo peor. Como en toda situación límite, suelen perecer o sucumbir los más vulnerables.
Este veneno era demasiado rápido, inesperado y contagioso. Inicialmente, imparable. La primera línea sanitaria quedó desbordada, y los hospitales acusaron la masividad.
En las residencias de mayores ha habido estragos. Los abuelos han muerto de forma peliagudamente masiva. Las residencias eran una gran asignatura pendiente. Lo podíamos comprobar muchísimo antes del coronavirus. Gente muy mayor, muy sola, muy desasistida; muy normalizada su precariedad.
Por tanto, en las residencias el letal virus se sintió a sus anchas e hizo de las suyas. Porque en estas situaciones solo los fuertes y los privilegiados pueden defenderse. Una residencia de ancianos es un lugar que no nos importa demasiado y que sirve de comodín para nuestras tareas cotidianas. La gente apenas les visita. Pero cuando llega esta barbarie patógena que los derrota, entonces percibimos que son de nuestra familia y les lloramos desconsoladamente su ausencia.
Además de escudo social, en el Parlamento hay andanadas verbales de la oposición hacia el Gobierno, y se les acusa de cosas que desconocen incluso los que saben, que son los científicos epidemiólogos. La cosa, son los votos.
Mientras tanto, el fútbol volverá esta semana. La función social de Messi, Zidane o Manolo Lama, será entretener entre la tristeza. Y los partidos televisados darán un respiro dinérico al gran negocio y opio nacional. ¡Benditas terrazas! ...
El tema vacaciones, está en espera temida. La gente sabe, que vaya donde vaya y visite lo que visite, deberá llevar su kit de mascarillas y gel desinfectante. Y eso desanima bastante. Que es lo que hay tras una desolación: el desánimo social. Y ahí se ponen a prueba todos nuestros recursos.
¡PACIENCIA!
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