martes, 28 de enero de 2020

¡ OH, NO, KOBE !




Amarillo de Lakers. El deporte llora de dolor. Cuarenta y un años. Demasiado pronto para morir. Una niebla y una audacia desafortunadas y sin final feliz. Han ganado los fatales hados del destino. Kobe. ¡Kobe Bryant! Uno de los sucesores más inmediatos del dios Jordan. Como lo intenta Lebron. Como lo es ...
Un ganador joven y reciente. Cinco anillos y un puto helicóptero. El icono que se rompe y que no puede olvidarse. Ese larguirucho y flaco, que metía todos los últimos triples imposibles y que machacaba el aro diciendo que ¡ya!
Pocas horas tras su muerte. Leyenda y óscar de Hollywood. La fuerza impactante de la NBA. Todo es América. El mundo es América. Y con el final terrible de la leyenda Kobe, todos consensúan los titulares. No es una face new, ni una broma de mal gusto, ni algo que nos cuelan. ¡No! Es la otra cara y precoz de la vida.
Es el hueco, el que falta algo, la incomprensión y las lágrimas de la impotencia. Ya no está Kobe. No se puede entender. Lo ha sido todo. Es un ganador que acaba de morir. Y nos damos cuenta de que esto del vivir es muy valioso, porque en cualquier momento sucede algo fatal y bye.
Kobe ha sido un tipo luchador, ha defendido el atletismo y la potencia de Air Jordan. Ha muerto desde arriba, desde donde están las nubes, desde muy por encima de muchos. Ese simbolismo le aúpa al heroísmo. Porque ser virtuoso deportista es ser un héroe social. Porque la NBA es una fábrica de sueños de ganador. Porque vi jugar a Magic Jhonson y descubrí que eso de meter un balón en una canasta no es simplismo. El basket es una lucha de kilos y de linces, de tapones y de triples, de Celtics, de Lakers, de Knicks, de Spurs, de Golden States, Oklahoma, niños, jóvenes, adolescentes o maduros. La raza negra. Y Larry Bird. Y, los mejores. El campeonato mundial de los grandes mitos.
El basket es un enorme espectáculo. ¡Como Kobe! El baloncesto es una savia interior que brota casi sin saberlo. y que se desposa con la tele para distraer y empujar al ocio.
¡Oh, no, Kobe! ¡Demasiado joven! ¡Demasiado peligroso todo! Porque la libertad es peligrosísima. Y coges un helicóptero del azar, hay niebla, pero sigues a ver. Metiste 81 puntos contra los Raptors tú solo. Nada importa a veces. Ni siquiera las lesiones. La vida es una maravillosa borrachera que te puede hacer extremadamente feliz. Y un enigma. Ni estando alerta te respeta. La vida siempre tiene un final cruel. Aunque tenga lugar en una cama y rodeado de bellezas.
¡Kobe! Orgullo de la raza negra. Lloremos a un ser especial y superdotado. En América está Supermán, y los grandes dibujos animados, y dicha raza negra que predomina en el olimpo de las canchas de la Nación de las barras y las estrellas.
Kobe hablaba español también. E italiano. Era europeo y universal, y se casó con una chica de origen mexicano. Y el helicóptero también cazó a una de sus hijas. Y Pau Gasol está desolado. Kobe fue su director espiritual cuando el delgaducho catalán llegó a Los Ángeles. ¡Lakers! Kobe abrazó y arropó a Gasol y a los nuevos Lakers, y fueron amigos. ¡Friends!
El baloncesto americano es amigo de todos y hace consenso cuando todo se hace rápido, espectacular, mediático y supersónico. Kobe ha sido éxito y precocidad, velocidad para vivir y morir, para currar y maravillar, para triunfar y para dejarnos a todos con mal cuerpo en el postre.
La NBA es tan especial y enigmática que no se detuvo ni el día de la muerte trágica del elegido Bryant. Los guerreros nunca se detienen. Como el propio Sistema que dicen de las libertades y del money. Aquí la libertad es individual y calvinista. La ley del más fuerte. Mientras tanto, el deporte llora y evoca en pleno duelo. Y entonces el mito se hace tan colosal como determinante.
-Y SIGUE VIVIENDO SU GRANDEZA-

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