Nunca. La vida jamás hace eso. Y nada se detiene y todo sigue hacia adelante inexorable; casi mágicamente. En este primer día de un nuevo año, sucede exactamente esta idea de movilidad. Todo es el futuro.
A mí, no es que me gusten estas fiestas que aquí en España acabarán allá por el 7 de Enero con la vuelta de los niños al cole. Lo que sucede es que mi familia siempre ha sido muy reducida por avatares del destino, una cierta orfandad es mi característica, y no se dan las condiciones para que yo disfrute de esa familia y de esos afectos próximos.
Pero hace ya tiempo que me lo tomé con filosofía. Estas fiestas son muy cucas para la nostalgia y para los deseos de un pasado que no sirve para nada. Yo utilizo aún los calendarios tradicionales, en los cuales voy anotando las fechas y compromisos, y luego las realzo con fosforescente para que no se me olviden.
Aunque mi vida no es ni será precisamente un camino de rosas, yo no pierdo la ilusión. Estoy en una etapa de transición y de reflexión en mi vida. Seguiré escribiendo hasta que muera, me encanta la música, la aventura de los viajes, el deporte, espero que ya me toque operarme de la rodilla a lo largo de este 2020 y pueda caminar sin cojera ni dolor. Confío mucho en la positividad y he de ser optimista siempre. Me planteo la vida como un reto. Casi como una aventura. De hecho, mi historia nunca ha sido convencional. De modo que ya estoy acostumbrado a las heterodoxias.
Me encantan las plantas y laborar sobre ellas. Tienen un no sé qué, que me relaja. Representan a los seres vivos que siempre crecen y están ahí. La vida. Como la mía. Mi vida será humilde, y me la sigo planteando como una gran oportunidad y como una escuela. Me gusta ir a ver películas y analizar su esencia, asistir a conferencias relacionadas con el ser humano, con la creatividad, la política, la cultura o la actualidad.
Siento deseos hacia muchas cosas. Me baila por la barriga ir en temporada baja a visitar lugares de España emblemáticos y necesarios. Hace tiempo que se despertó en mí ese sueño y ahí permanece. Haré escapadas cortas. He redescubierto el juego del dominó, y me encanta jugar aunque soy malo y pierdo casi siempre. Me apasiona la política y me gustará ver en España un Gobierno que realmente proteja a quienes más lo precisamos. Por eso voto a Podemos y estoy seguro de que son el futuro y que a nadie van a decepcionar. Necesitamos un cambio, una paz, una esperanza, un diálogo y un país más abierto.
El lugar, la casa en donde vivo y nací, ya no es para mí. Tiene como suena 120 años y con bien pocas reformas. He nacido aquí y será duro irse, pero no me queda otro remedio. Habrá que dejarse de nostalgias. Mi barrio ya no existe y solo son familiares las fachadas de los edificios y de las calles entrañables de mi vida. Pero la gente hace ya décadas que se fue de aquí. No hay ascensores en estas unidades constructivas, y a partir de cierta edad no es aconsejable ni recomendable vivir en donde vivo. Todo será un lugar más de Valencia destinado a cosa turística. Todos los obreros están por todas partes remozando y actualizando en lo posible los viejos edificios. Pero ya solo podrán vivir turistas y jóvenes.
Espero pues, pronto, tener la oportunidad de encontrar un lugar adecuado para que yo pueda vivir con un poco de más confort. Antes de ir a la residencia, tengo que intentarlo. Y así vivir unos quince o veinte años en un lugar razonable y adecuado a mis características. Lucharé por ello. No queda otra. Aún tengo 59 años.
El 2020 no me lo planteo con mayores novedades y expectativas. Hace ya mucho tiempo que trato de ser realista. Pero intentaré y lograré disfrutar de las pequeñas cosas que la vida me propondrá y que yo buscaré. Ahora, mi presente es una renuncia, pero también un poner los pies bien en el suelo.
Y, sobre todo, no me quito de la cabeza la idea del verbo aprender. No pienso caerme nunca de ese caballo de referencia. No pude vivir en su día, y ahora pago las consecuencias. Pero no me refugio ni en el llanto ni en la nostalgia de lo que no pudo ser.
-VIVO EL MOMENTO-
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