La ciudad se amplía, y las calles céntricas y hasta las Avenidas populares cercanas, van perdiendo entidad. Ayer caminaba por calles muy conocidas, pero por cuyos lugares hacía más que mucho tiempo por los que mis pies no pisaban. Y al principio, aquello me pareció una tienda de souvenirs, o algo de golosinas, o quizás un pub discreto y nada transitado. Algo irrelevante.
Hasta que me di cuenta de que en realidad era un cine. Y arriba, había un pequeño elemento de luz en forma de X con tono rojo suave. Sí. Es un cine porno. Yo, lo primero que sentí fue perplejidad. Eso era ya una antigualla. Hoy, en cualquier medio digital puedes ver eso casi en seguida. Me pareció algo superado y profundamente anacrónico. Fuera de sentido, hoy.
Y me vino a la memoria cuando en España aparecieron en mi adolescencia los primeros cines del destape, que fueron derivando hacia el porno. Ya no había que hacer escapadas a Perpignan de incógnito, pero también se pasaba mal porque yo era un muchachito, e ir a excitarse da corte a esas edades.
En esos cines vi belleza, novedad, y sexo muy frío. Y gente de diversa edad y condición. Y muchas anécdotas. Casi para llenar de ellas un libro. Y cuando salía escopetado y muchas veces con las pelis a medio terminar, miraba siempre asustado y con sensación de culpa. Aquello era el pecado. Y un día me percaté de que mientras yo miraba a los protas hacer de las suyas, ellos se lo pasaban bomba. Y que la sexualidad debía ser presencial como se dice ahora, y dejarle las fantasías a Walt Disney. O meterse en un puticlub en un día de fuerte viento de poniente.
Volviendo al cine. Sí. 2020. Año de ahora. No, como aquellos años analógicos y hasta casposos de los setenta. Cincuenta años de aquello, una sociedad más que distinta, una sexualidad aparentemente menos reprimida, y muchas más facilidades que ir a un cine a hacer esquivosos juegos de manos a la penumbra.
Social. Fue la segunda idea que me vino y que ahora lanzo. Ese cine casi anónimo aún cumplía ciertas funciones. Hay mucha gente mayor en España. Hay mucha soledad. El día a día se convierte en un reto para muchas personas, y existen unas brechas tan bestiales como evidentes.
Hay gente que se ha quedado atrás, que pasa hambre sexual, o que sencillamente el paso del tiempo y de sus circunstancias particulares había llevado a algunos a volver o a no moverse de los años setenta u ochenta. Y me pareció todo tremendamente rico y literario. Ese cine podría esconder una reunión de mandatarios de postín, de negocios, o un encuentro furtivo de gays sin recursos, o de gente disipada de vergüenza y mostrando el imperio del deseo.
En otras palabras: que hay gente así. Como el barrio chino. Como cosas atemporales y desgraciadas. Gente. Sí. No gentuza. Personas a las que un tremendo vacío y aburrimiento personal, este plan les venía oportuno y aliviador.
Esto era sedación y fantasía necesaria. A falta de pan, buenas y hasta suculentas habían de ser y son las tortas. Sí. Por mi parte ninguna consideración moralista. Es un mundo que está lleno de gente que precisa lo que precisa y punto. Como cuando vas a esos más que humildes rastros en los que siempre está toda la vida y todos nuestros defectos y virtudes.
Y este cine porno me pareció respetuoso. Sin ruidos, sin alharacas, discretote y sin pretensiones ni oropeles. No es tan triste la verdad, que lo que no tiene es remedio. Lo que pasa es que parece contrastar con esas personas que parecen en el desahogo en todos los sentidos o en la apariencia de gente bien.
También en 2020 está la brecha que nos lleva al 1980 o por ahí. Dentro de este presente de estética y de ruido de tendencias y de postmodernidades, está la otra España que también existe y está. Ese local cinéfilo me pareció apasionante desde un punto de vista sociológico, económico, y no digamos literario.
Todo un filón de contrastes. Sí. España y mi ciudad han cambiado. Pero hay minorías potentes que te parecen cuando las ves, imposibles e inesperadas. Pero estas gentes están ahí. Y no se meten con nadie, y se resignan y tal.
-Y TRATAN DE DARSE COLOR-
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