martes, 4 de septiembre de 2018

- LA PUERTA DEL BALCÓN -




Frío. Mucho frío. Demasiado frío. En invierno yo durmiendo con muchas mantas. Muchos años pasando frío. La puerta del balcón es centenaria y está llena de porosidades por en donde se cuela el frío, convirtiendo la habitación y la casa en un iglú.
En el fondo todo es tierno, y es como cuando en el proceso de crecer los huesos duelen. Rosa,-mi mano derecha y familia de hecho-, apenas me hablaba de la puerta. Y si lo hacía, era para decirme que eso era demasiado caro para mí. Yo, desconocedor de las cosas,-aunque voy descubriendo las realidades-, confié ciegamente en ella.
Hasta que el otro día, me dijo algo relacionado con unas subvenciones públicas al referirse a la citada puerta vieja e inservible.
Años he estado pasando un frío atroz. Bronquitis más bronquitis. Y eso que soy fuerte genéticamente dado que mis padres ya lo eran. Rosa me movió algo del estómago con eso de las subvenciones. Y en seguida pensé que una nueva temporada de frío podía ser demasiado injusta. ¿Y si me decidiera a ir a la casa de las puertas por si había suerte? ...
La realidad es la que es. Compleja. Y no solo se compone de los deseos de felicidad consistentes en que el frío quedaría paliado y los ruidos exteriores también. No. La realidad es el todo. Y el mercado, y los recursos propios, y las características humanas, y las peculiaridades diferenciadoras, y la capacidad de no comprender bien a los demás.
¡Frío! Cuando no te entienden, entonces aparece un frío que te deja más que helado, confuso, incomprendido, solo; sin una respuesta clara y con una potente responsabilidad personal.
Frío es cuando no has vivido por circunstancias el tiempo de hoy, y entonces te viene la amarga sensación de que tras duros esfuerzos para llegar a la línea de salida, los demás ya partieron. Pero insisto en que todo bien enfocado puede llegar a ser tierno en mi complicado y permanente proceso del crecer. Lo jodido es que crezcas y no lo perciban. Aunque, ahí, el problema es de los que no se dan cuenta de dicho mi crecer.
Sin información básica y necesaria, me llegué con Rosa a una tienda de puertas. Cada vez que yo intentaba meter baza, ella me cortaba y no me dejaba intervenir. Supongo que quería protegerme, pero lo que en realidad pasaba es que con su actitud hacía que yo apenas me enterara de nada de los pormenores de dicha puerta del balcón.
Y se enfadó y todo. Si acierta a entenderme y con el tiempo, ya lo irá comprendiendo. Por ahora, a Rosa le cuesta mucho entender mis dudas y mi discurso. De hecho tengo muebles en casa que no gasto y ella me dice que la culpa es mía. Me ve, pero Rosa no me ve crecer y me etiqueta a su pesar.
Frío. Mucho frío. Ahora el miedo es plurifactorial. Al frío físico, a lo que supone que no te entiendan, a lo caro que es todo, y a muchos ángulos y vértices que también están llenos de culpa, pero fríos porque desaparece el encuentro consensuado.
Me baila por la barriga que este año ya no pasaré tanto frío, pero que el desembolso económico será demasiado potente para mí. Una puerta de balcón debe llevar su persiana incorporada, pero eso encarece. Si Rosa había pensado que yo me conformaría con estar los trescientos sesenta y cinco días del año subiendo y bajando a pulso la vieja y pesadísima persiana de siempre, quizás se equivocaba. Tuvo el vicio de pensar por mí. Me infravaloró y se puso intrusiva. Aunque su afán fuese y es siempre protector.
Frío cuando esto sucede. Mucho frío de desencuentro. Rosa es como es, y yo soy como soy, y Manolita es como es. Y todo esto se llama riesgo y realidad. Aunque huela a frío.
-NO LO ES-

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