Amores y odios. Autoengaños y noblezas. Una película espléndida del director iraní Asghar Farahdi, que elige un pueblo español de latifundios en el que inicialmente aparece el rito previsto del fasto de la gran boda alegre, la tradición, el vino, lo previsible, la pareja de adolescentes enamorados, y toda esa liturgia vigente de gozo a lo grande.
Lo previsible contra lo imprevisible. Luz y oscuridad. Desaparece una adolescente, y comienzan los grandes desencadenantes. Ni hablar es todo oro lo que reluce. Todo es muy personal. Intransferible. Los sentimientos individuales y las conciencias personales. Y por todo el derredor, la influencia de un poderosísimo ente que es el dinero.
Amor e interés. Silencios atrapados en el sofá de la comodidad que quedan de repente abiertos en canal. Se cuestiona todo y se le pone en solfa. ¿Dónde está realmente el cariño sincero y la verdad, y en dónde el perverso y vil interés monetario? ...
Las tierras. Las tierras son muy poderosas, y su valía es potentísima. Con ese precio, que no valor, se juega mucho. Y se extrapola a los universos personales.
Pueblos apartados, y odios que quedan estigmatizados con heridas casi definitivas. La última escena es significativa. Unos trabajadores del municipio lanzan con sus mangueras agua purificadora con el objeto de limpiar una ciudad que no es otra que los corazones afectados por el temblor de las imprecisiones y de las íntimas incoherencias.
Infidelidades, dudas, tiempos pasados, pero máculas que tiñen y tañen en el presente de lo cotidiano. Lo mejor de la película es la capacidad del director Asghar Farahdi de meterse en el interior de las personas más allá de sus cargos y mostrar su interior, su dignidad, su escrúpulo, su honestidad, su bajeza; sus tremendas dudas y contradicciones.
Sí. El mundo interior es el más real. El que es. El que uno dispone y sitúa, la máscara y el traje vital que cada cual decide ponerse y que en última instancia se llama libertad.
Es un film sin concesiones, durísimo, más que real, que a veces te deja mal cuerpo porque te hurga en la conciencia a través de sus personajes y te puede llevar a ellos y a sus circunstancias. Son una familia. Son ellos mismos, un pueblo, haciéndose daño por odio a sí mismos.
Sus sentidos distintos de lo que es justicia y de lo que es límite, los apuros existenciales que han de resolverse a través de decisiones claras y definitivas. No deben aparecer agentes demasiado exteriores para resolver los grandes embrollos, sino que cada cual ha de hablar con su conciencia y decidir sin más ambages.
Muy robusto el film del cineasta Farahdi. Significativo su deseo de que se desenmarañe lo cercano sin que otros puedan invadir su circunscripción resolutiva.
Deja libres a sus personajes con sus honestidades, dineros, pasados, amores y odios. El alma humana se ve abordada en una excelente experiencia cinematográfica.
La ausencia. El secuestro de alguien inocente y más que cercano, pondrá al descubierto y a prueba toda la consistencia y la inconsistencia. El punto de inflexión. Si quieres realmente a alguien, estará bien que te arrepientas y hagas todo lo posible por rectificar y por ser honesto.
El vértigo de la verdad en el profundo interior. El tiempo de las decisiones claras y del amor, ha llegado. A partir de ahí, las caretas irán sirviendo para reflexionar, corregir y para que se caigan al suelo dejando paso a la verdad que fuera y que no admite más.
El final es feliz, pero siempre amargote y agridulce. Porque nos cuesta ser del todo buena gente, y porque siempre quedan sospechas y dudas, y porque todo se antoja complicado y exigente, y porque hay que estar siempre en la realidad y en la verdad so riesgo de volver a las andadas de las hipocresías y de las inexactitudes. Sí. Todos somos incompletos y presionados. La vida puede ser ese pueblo hipócrita y aparentemente festivo. Y todo lo contrario igualmente.
-BUENA PELÍCULA-
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