La máquina de dinero y de soldados de la bici, volvió a dar nuevo fruto. El SKY volvió a bloquear la grand boucle. Este equipo fue el amo y señor. Opta por un ciclismo amarrategui frente a la clásica épica individual del corredor que es capaz de hacernos levantar de la silla y sin necesidad de porfiar en el ultimísimo puerto de una etapa montañesca. Las cosas del Tour hace unos años que van por ahí. Y ni siquiera se ataca en los grandes colosos, sino que lo que se hace es esperar a que el contrario comience a mostrar síntomas de flaqueza. El control de la carrera, es absoluto.
Este año ha ganado un perfecto desconocido galés, llamado Geraint Thomas. Fue un gran pisteur olímpico y ganó pequeñas pruebas de ruta, pero en carreras grandes nunca nada. A sus treinta y dos años se ha visto potente y hasta sobrado en todos los terrenos, ha contado con la aquiescencia de Froome el cual le ha pasado los galones, y casi ha ganado con suficiencia esta edición del prestigioso y emblemático Tour.
Para el espectador ha sido un verdadero coñazo de carrera. Ni ataques, ni intentos de ataques, muchos escapados a toda hora de los que no cuentan para la clasificación general, y muy poco atractivo y espectáculo.
Frente a esa pared llamada SKY, todos o casi todos se estrellaron. El único corredor que mantuvo la dignidad y que se convierte y se consagra ya como un más que grande corredor, es el holandés Dumoulin. Ha estado soberbio, tranquilo, potente, y sin equipo. La clave. No ha habido posibilidad de equipos que tuvieran a raya a los gladiadores del dinero del SKY.
Chris Froome no ha sido el corredor que ganó cuatro Tours, aunque ha alcanzado la tercera plaza del podio. Acusando la paliza del Giro, la presión general, y la adversidad de pitos y abucheos por su supuesto dóping, Froome sacó la lengua agotado demasiadas veces en la alta montaña. Y ese decepcionante rictus derivó la victoria hacia su compañero Thomas, al que se volcó siempre para ayudar y colaborar. El sacrificio amical y consensuado de una escuadra de dinero.
La mejor etapa, lo mejor del Tour, fue española. Y costarricense. Porque el día del Tourmalet y del Aubisque, el alavés Mikel Landa decidió atacar y hacer el ciclismo que realmente nos gusta a todos. Honró y devolvió grandeza al carismático Tourmalet, y llegó con su compañero Andrey Amador a poner el Tour patas arriba sacando tres minutos a todos los grandes. Pero, nuevamente, las locomotoras soldadescas del SKY estaban ahí. Y cuando llegó el Aubisque ya habían sido neutralizados. Sensacional cabalgada. ¡Bravo, Mikel! ...
A Nairo Quintana se le vuelca el prestigio y la excusa. Nunca pudo nada el considerado mejor escalador del planeta. Sin chispa y como pasota, solo acertó a mostrarse y ganar en Alpe D´Huez. Poco más. Romo y casi conformista, mentalmente derrotado y sin confianza. Y más tarde se cayó y perdió un potosí de minutos. Un verano más de decepción. Nairo solo será grande del todo cuando gane el máster del Tour. De lo contrario, todo habrá quedado en una atractiva sorpresa que ganó el Giro. Poco más.
En efecto, el Tour 2018 es para olvidar. Tedioso, sin punch y decepcionante. A pocos gusta el sistema dominador del SKY porque aburre hasta a las ovejas. Para poder hacer frente a esa máquina de dinero hay que oponer otra soldada similar, y esperar a que salga un escalador con ganas y pueda liarla parda. Hoy por hoy, parece esto una quimera.
La promesa española, Marc Soler, aún está verde. Dicen que va para gran campeón, pero su juventud y su fuerza actuales son por ahora insuficientes para mirar con decisión una clasificación general. El paso del tiempo nos dirá lo que puede hacer y hasta dónde puede aspirar.
En París, en lo más alto del podio de los Elisées, Thomas alza los brazos de su tremendo e inesperado éxito. A su lado, Dumoulin pone lógica, y Froome la idea de un posible ocaso. En definitiva, un Tour de transición y sin nada nuevo que aportar.
¡BRAVO, THOMAS!
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