En julio y como huyendo del Mundial de fútbol. Con menos corredores y un poco a trompicones. Con caídas. La grand boucle visita como todos los años nuestra tele y nos propone el fondo, los paisajes, y la siesta que aterriza desde un país achicharrado de calor.
El Tour de Francia. La carrera docta y más emblemática. La señorial ruta francesa. La tradición y el prestigio. No tiene el sexy del Giro o de la coqueta Vuelta, pero posee toda la corbata de la dureza y del reto. Es la gran graduación. Quien gana el Tour, raramente es apartado del ciclismo histórico.
La gran carrera gala ha comenzado con inconcreciones y sobresaltos. Como Lopetegui en la "Roja" futbolística, han estado a punto de no dejar participar al histórico campeón Froome, al suponer que no solo toma antiasmático para su salud sino que para algo más. Yo no le veo malicia al actual y simpático británico, el cual aparece de nuevo como gran favorito.
Su principal rival ha de ser Nairo Quintana. Se la juega el colombiano, en un Movistar plagado de dentelladas y aspirantes a eclipsarle. Si no logra todos los objetivos, el pequeño y poco mediático Nairo, podría ir desapareciendo de los prestigios de aspirante y entrar en la barrena definitiva. Lo que sucede es que es el mejor escalador del planeta, y tiene opciones.
El trazado es ecléctico. Equilibrado. Hay etapas largas coñazo, hay pavés rompepiernas, contrarrelojes, y una más que exigente alta montaña. Casi todos los mitos del Tour aparecen ahí. Si no eres escalador, puedes ir despidiéndote.
Crhis Froome, en efecto, sigue siendo el rival a batir, con ventolín o sin él. Su clase y personalidad deben confiarle y hacerle sentirse seguro. Ganar su quinto Tour le puede llevar ya camino del mito por imbatible.
Más rivales. Pero ya, con dudas. Porque el australiano Richie Porte puede hacer daño, al igual que el valiente italiano y luchador Nibali. Valverde ya está outsider y veterano, Contador se retiró, y solo Mikel Landa quiere pedir paso si no queda finalmente para frustrado mero gregario.
El holandés Dimoulin está fuerte y maduro, y aparece como en el pasado Giro en el elenco de favoritos. Y volviendo a los nuestros, parece el actual un Tour post Contador y sin alardes, y se rumorea que hay un ciclista balear que se llama Marc Soler y que puede tener un aire al gran "Miguelón" Induráin. Pero es joven y debe crecer todavía.
Es un Tour como todos los años, plagado de ilusiones y de iniciales candidatos. Correr esto y en julio es de valientes. Tres semanas casi sin parar, pondrán las energías en el borde del límite.
Hay que reconocer que el Tour, impone. Es el padre del ciclismo y quien lo sostiene ahí. El inventor de una continuidad de aventura y de esfuerzo estival. El Tour es sutilmente bestial y nunca perdona. Hay polémicas y emboscadas más que suficientes para no perder jamás la concentración. Es el gran escaparate televisivo y mundial. El gran termómetro que consagra a unos y defenestra a otros. El Tour es maniqueo y universitario a un tiempo. Tiene épica pero también técnica y muchísimo entrenamiento previo. Y el que no haya entrenado, no podrá jamás soñar con quimeras.
El Tour es grande porque es riguroso y hasta cruel. O sacas las buenas notas, o te llamarán merluzo. Si Froome se asfixia, le volverán todos los pitos de aquellos que no le tragan. Si Quintana vuelve a pifiarla, lo menospreciarán hasta el meme definitivo. Si Nibali no gana, le llamarán secundario y al que su tiempo de gloria pasó.
Bernard Hinault dice que Froome es un farsante. El genial y veterano ex corredor bretón parece mostrarse quirúrgico y hasta chauvinista. Tiene sus ideas y todas son respetables. Lo que sucede es que hay que evitar en el deporte las triscas innecesarias o indemostrables. Este Tour no debe ser vengativo ni de ajustes de cuentas. Porque para eso ya hay etapas como la de Colombière, Aubisque o Alpe D´Huez. Ahí, en la cruda montaña se desenredarán todos los líos y se hará de nuevo la verdad. Y aunque esa verdad vuelva a oler a Froome, quizás Quintana pueda meter confusión deportiva y brillante.
-ESPERAREMOS-
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