La imagen de Herme llorando desconsoladamente apoyada sobre el banco de su cocina, siempre se me antoja cruel. Como toda desesperación, como todo color, o como todo el puto ictus de su esposo el señor Paco.
Desde mi experienciar en el mundo del voluntariado, enriqueció mi vida y sus paulatinos reflejos el contemplar una situación familiar que nunca esperé. Porque cuando te mandan a que acompañes en el dolor a una persona mayor como Paco, siempre te imaginas alguien con poca o nula gente a su alrededor, y todas estas cosas de la que haces apresurado prejuicio.
Aunque allí el primer día estaban sus hijas, y su mujer Herme, y sus nietos, y aunque yo pensé que qué demonios podía yo pintar yo en ese lugar poblado, no pude precisar inicialmente el sentido de mi labor. Mas con el tiempo creo que es más que necesaria dada la situación límite que hay.
Al principio entras en esa familia, timidote y dubitativo. Prudente. No quieres trazar líneas osadas ni debes meterte en cabeza de once varas a la búsqueda de los llamaríamos, "culpables"...
Con el paso de las semanas y de los meses, te pones el traje de conseguidor y arreglador, y se pone en la cabeza la vanidosa idea de solucionar y atajar los problemas. Los necesarios y hasta los innecesarios.
En aquella casa hay un gran dolor que envuelve y que te salpica. Y la desesperación enrarece el mundo del pensar, quizás porque ese verbo a veces es demasiado recurrente y hasta lenguaraz.
Los dos componentes del matrimonio quieren tener razón y chocan frontalmente, abarcando a quien sea seguramente sin desearlo. Y yo me di cuenta de que cuando todo se erecta en tensión, lo cómodo es irse.
¿Quién tiene razón?, ¿Herme?, ¿Paco?, ¿sus hijas?, ¿las circunstancias psicosociales?, ¿el ictus de Paco?,¿la falta de divertimentos en Herme? ...
Absolutamente, me niego la idea de la culpa. Lo único que ha pasado es que siendo todavía todos muy jóvenes, la azarosa adversidad les ha pillado a trasmano y todo les ha podido sobrepasar en el sosiego y en el bienestar. El mal ha sido inesperado y brutal.
Después de mi etapa imposible de solventar fantasiosamente todos esos entuertos familiares, me decido a indagar acerca de realidades concretas. No es tarea fácil. Nadie es bobo ahí. Cada miembro de su familia también ha observado y optado ha mucho.
De modo que decido que las verdades son subjetivas y que mi labor en este voluntariado ha de ir por otros derroteros. Ahí todos necesitan libertad y comprensión. Paco tiene la credibilidad que yo desee otorgarle, al igual que su mujer e hijas. Lo único palmario y evidente es que si Paco deja el Centro de Día al que acude algunos días y su mujer estalla del todo, el futuro de Paco se precipitará hacia una mayor desesperación y los llantos de Herme serán más potentes y definitivos.
A veces, cuando no hay salidas claras o esperanzadoras, lo que he de serse es fundamentalmente relativizador. Que vayan pasando los tiempos, las borrascas, los soles, las nubes, los llantos y las quejas. Que desfilen los improperios, y los reproches entre sí, y que los niños chicos hagan sin saberlo un papel básico en las treguas y en las satisfacciones familiares.
Mi misión parece necesaria como nunca y siempre. Estar. Y, saber estar. Y escuchar el dolor, y no opinar entre el reino del dolor, y aguantar chaparrones tan humanos como tiernos. Y sentir que mi presencia sirve para que el transcurrir de los días pueda ser algo más respirable para esa familia.
-NO ES POCO-
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