Con la carga mental de un extenuado que viene de las mil guerras decepcionantes, con heridas estructurales. La voz, el genio y figura de Miguel Bosé.
Se enfrentó a su padre, el torero Dominguín. Su madre, Lucía Bosé, tampoco era demasiado dulce. Bimba se le fue. Y en un programa de José María Íñigo cantó "Mi Libertad" y empezaron los líos parentales. El machismo social le tomaba entero. Y Miguel se lanzó en pos de tanta fantasía y sorpresa, que triunfó. Y triunfó tanto, que ahora ya es un histórico prematuro.
Sevilla, ¡ahhhh! Da cosa verle. Su mirada es la de un zombie que toma cuerpo y orgullo. Los que dan miedo son los raros. Los ojos y la voz negruzca y veleidosa del artista, le impiden demostrar que fue una referencia imprescindible de la tele y la música. Drogas, drogas, drogas ...
Por esos ojos se retrata todo. Mucho. Parece un autogurú desnortado, que mató a una cierva y mandó a todos a tomar por el saco. Y siguió como un atleta hermoso y huracanado, y se oyeron aplausos atronadores y divertidos. Valió la pena gastarse los cuartos para ver un Concierto de Bosé. ¡Qué tiempos! ...
Trata de desnudar su alma y su currículum personal. Cuenta que se lanzó al ataque y a la piscina sin calcular la temperatura del agua. Soñando que habrá agua, y que el chapuzón podrá tener la perfección de Louganis. ¿Por qué no soñarlo todo? ...
El todo. El todo es bestial, trabajado, gozado, sexo, lloros, divismo, icono, dolor, más drogas, ausencia de relojes en el tiempo silvestre, lujo, money, inexistencia de normas, español salvaje, y toda la locura de un mundo paralelo que pasará factura.
Miguel Bosé no puede ser Dios. Deben haber energías del universo que todo lo regulen. No puede ser todo una mierda. También hay un después. Y darse cuenta de que la ha cagado, le jode tanto que se desmonta sin remedio.
Abre su dolor. Pero está siempre. Don Diablo, atenazando su credibilidad y mostrándose con rabo y cuernos. Miguel Bosé trata de asumir las cosas. Aborrece todas las locadas que ha hecho. Dice preocuparle sus hijos y que no se le parezcan a él.
¡Que salga Dios y le eche una mano! Da pena verle sin brillo en la sonrisa. Y da malestar observarle el gesto durísimo, desencajado, demasiado concentrado, y solemne como un cura fallido.
La voz juguetona y vívida de Miguel Bosé se torna dentro de un eterno chaparrón dominado por borrascas oscuras. Emocionales e imperfectas. Lesas y lastimeras.
Quiero volver de los infiernos. Su voluntarismo se valora. Se loa. Pero más allá de la mirada extraña y hasta siniestra, la nostalgia me agradece que vuelva a sonreír aunque ya no pueda ser el gran pibón de este país.
¡Sí! Cansado. Demasiado cansado parece en las camas de un herido que vuelve de la guerra atacado por todas las balas, piedras, y ramas de la vida. Todavía tiene sesenta y cinco años, y podría decirle que sí. Lo que pasa es que es imposible llamarle joven con ese aspecto.
El Miguel Bosé negacionista, es el borrón rebelde prescindible. Me da rabia y un carajo que niegue todas las evidencias. Me da compasión. Y siento un de veras, que diga majaderías acerca del Covid-19. Es como si un grupo de lobbies de alta presión le hubiese inoculado la manía de negar las evidencias. Es como si su santo padre Dominguín saltara de la tumba para darle dos leches a tiempo. O que su madre Lucía le diera piedad y arroba de miel. Lindo Bosé, lindo y extraño; irreconocible. Cuando hizo el loco era más creíble. Más él.
-PREFIERO RECORDAR SU BRILLO-
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