Mucho antes de que se hiciera público y notorio el acelerón y la presión en los medios de las vacunas anticoronavirus que todos tenéis in mente, yo logré la fórmula de una extraordinaria vacuna, por supuesto de una eficacia más que superior a todas las de esos oportunistas y ambiciosos negociantes que véis en estos días. Sí. ¡Fui yo! ...
Porque en el mismo mes del Marzo español, en donde las bombas y balas del patógeno golpeaban a miles y miles de vidas como un Pearl Harbor y de sopetón, sobrepasando todas las barreras del ejército sanitario, mi mujer y yo decidimos meternos en nuestro improvisado laboratorio a buscar soluciones.
Ni mi mujer ni yo éramos ni somos virólogos, pero siempre nos atrajo el microcosmos, y las cosas pequeñas y aparentemente invisibles o imposibles. Mi mujer se contagió pronto, la llevé al hospital, y allí quedó su recuerdo. Pero yo antes experimenté con ella, y retuve en mi laboratorio casero varios frascos de su sangre infectada.
Y a continuación,-no tuvimos hijos-, y sin decir nada a nadie, yo decidí experimentar en mí, inyectándome fuertes dosis de coronavirus. Antes, lógicamente, preparaba mi cuerpo con substancias que combatirían definitivamente al gran mal que a todos nos ha afectado en mayor o menor medida.
Pronto,-a mediados de Marzo-, me di cuenta de que el virus era muy contagioso y utilicé una mascarilla que yo mismo diseñé y preparé para evitar contagiar a nadie. Soy ateo, pero la verdad es que oré para que nuestras autoridades médicas descubriesen y al mismo tiempo que yo, las peculiaridades y especificidades que planteaba el maldito virus para poder de esta manera actuar en consecuencia.
Os contaré que también creí que sucumbiría a la letalidad vírica, al notar el efecto del maligno Covid-19 en mi organismo. De modo que preparé con mucha antelación un sistema propio de ventilación y de oxígeno, para salvar mi vida. Asimismo, llené mi casa de víveres, y como mi lugar de trabajo siempre estaba abarrotado de medicación que yo mismo con mi mujer fabricábamos a una escala suficiente para los dos, pude aguantar.
Y, ni policías, ni ambulancias, ni autoridades sanitarias, nunca pudieron saber lo que estábamos haciendo. En mi estantería, podríais ver decenas de volúmenes médicos. Me considero un investigador científico y riguroso, que funciona en paralelo o si se quiere, al margen del Sistema.
Yo había sido profesor de Física y Química, al igual que mi mujer, y un día nos había dado por transformar la espaciosa casa en un laboratorio con medios. Nunca hemos dejado de investigar por nuestra cuenta. Y no solo cuando el cataclismo de Marzo, sino muchos años antes de todo eso. De hecho tengo trabajos ocultos acerca del ébola, del sida, del S A R S, y de otras enfermedades terribles. Y afortunadamente, con gran éxito. Pero nunca los haré públicos a dichos trabajos, porque para eso hubiese necesitado las autorizaciones correspondientes y los títulos a defender, además de informarles de en dónde realizo los trabajos y todo lo demás. No me hubiesen creído, y mi mujer y yo hubiésemos dado con nuestros huesos en la cárcel por continuada ilegalidad.
Mi mujer y yo, lo hablamos en mil ocasiones. Nunca tendríamos posibilidades, a nuestra edad, de sacarnos los títulos de investigadores desde la legalidad, y hubiera sido imposible lograr alcanzar plazas oficiales en los diferentes Centros Oficiales o Escuelas de Laboratorios de Investigación. Pero nos pudo lo vocacional.
Vivimos un infierno, y decidimos morir si era necesario por el país y por la humanidad en su conjunto. ¡Oh, mi pobre e inolvidablemente eterna María! Dio su vida por tod@s. Y nadie podrá sospechar de sus méritos.
La viudedad, como véis, no me arrinconó el buen propósito. Y antes de que acabara Marzo yo ya estaba curado. Había generado inmunidad, anticuerpos, y autoanalicé mil veces a posteriori mi sangre con la intención y logro de certificar la definitiva desaparición de todos los peligros. Soy consciente de que nunca tendré credibilidad, y ni siquiera aspiro a tenerla. Pero yo os digo a vosotros la verdad.
Las alegrías no me vinieron al comprobar que yo lo conseguía, y además, el primero de todos. En Abril yo ya estaba al cabo de todas las cosas. No. Mi alegría vino bastante después. Cuando vi que los progresos en los diferentes laboratorios ya eran imparables. Y además deduje que bien pronto seguirían mis pasos hasta alcanzar mi fórmula pionera por la cual yo vencí al virus y ahí abrí la gran puerta de la esperanza personal y mundial. Os animo ahora en que confiéis en todos estos resultados científicos, y en que optéis y sin reticencias ni dudas, y os dispongáis a poneros las vacunas cuando se os indique.
¡¡No tengáis miedo!! Todos lo tenemos. Lo tuvo mi mujer, lo tuve yo, y es humano que temamos al error y a la imperfección. Pero, ¡hacedlo! Yo ya lo hice, y hace meses que ya no puedo ser objetivo de antígeno ninguno. Yo vencí antes que nadie al virus, y esto da una cierta vanidad. Pero no me muevo por esa circunstancia.
Tras perder a mi mujer, también ha cambiado mi vida. Llevo tiempo desechando material quirúrgico, y haciendo ver que en mi casa ya no hay laboratorio, ni oxígeno, ni elementos terapéuticos.
He decidido dejarlo todo ahí. Porque la evocación de lo que sucedió, me lleva a la figura de mi mujer que ya no está. Y ese vacío es peor que cualquier virus, porque es capaz de matarte el alma y de transformarte las perspectivas personales definitivamente. ¡No lo haré más! Y nadie podrá saber que yo fui el primer humano que percibió el éxito y mi victoria definitiva y pionera ante el espantoso virus. Mi vida ya hace tiempo que es otra cosa.
-Y A LA TUMBA IRÁN MI RELATO Y MIS DESCUBRIMIENTOS-
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