Herida. Muy herida por un tiempo que nunca la aceptó. Pero Evangelina, es ingeniosa y tenía preparadas nuevas estrategias. No se iba a conformar con el postergamiento al que fue siempre sometida. Y encima, su ex marido la hizo demasiado daño físico y moral.
Evangelina no se cree ella. Y yo le digo que vale mucho. Y me doy cuenta de que ya a estas alturas de su vida desconfía plenamente de los halagos de los demás. Y tiene un potente genio. A su manera singular.
A veces se vuelve contradictoria y mezcla en el mismo guión certezas y desconfianzas. Ha logrado convertirse en una aprehendedora que se resiste a llegar tarde a las cuestiones. No tiene ninguna arruga, y menos se la nota cuando está más cerca de los setenta que de los sesenta. Se ha vuelto muy difícil. Necesitaba ser muy difícil y compleja, y no dar nada por sentado o decidido, y a la vez desconfiar plenamente de las verdades o axiomas oficiales.
Como una gata negra que tiene. Su gata Mara. Así se siente Evangelina. Sin barreras por fin, con toda la movilidad, el culo inquieto y los ojos bien abiertos. Tratando en el día a día de olvidar el rencor hacia aquellos que decidieron machacar su futuro.
Evangelina me habla con ternura detenida de su padre. Era guionista de viñetas de los tebeos de los cincuenta y sesenta. Creativo e ingenioso, con ganas de gustar con sus cosas a los otros, renunciando a unos mejores emolumentos al rechazar una suculenta oferta de la mejor Editorial de mi país, de aquí, leal y agradecido a sus raíces, romántico, realista y singular. Evangelina tiene mucho de su progenitor. Le cae la baba mientras habla de él. Es una hija agradecida. Pero en un momento escéptico, tuerce el rostro súbitamente, y me dice que era muy bueno su padre pero que no permitió que ella estudiara. Y guarda un musculado silencio.
Evangelina no se fía de los médicos. Ha abrazado la espiritualidad de la Naturaleza y de sus propiedades y sueños. Como si los galenos no formaran parte de tal Naturaleza.
Evangelina es una máquina de aprender. Se matricula en el primer curso que cae en sus manos y que es abordable por su humilde economía que le ha quedado. Le gusta casi todo. Es como si su venganza se basara en hacer ver a los demás que siempre debieron confiar en ella. Pero no concluye con una imprecación en la queja estructural, sino con una bella y coqueta sonrisa. Es su gran corte de mangas a los violadores de su crecer.
Su vocación es la Medicina. Y la Química. Me impresionó el otro día cuando comenzó a hablarme de botánica en el Jardín que este mismo apelativo lleva de mi ciudad. Se sabe mucho. De ficus, de enormes árboles, de hierbas; de los componentes sanitarios de las diferentes especies vegetales.
No. A Evangelina no le va tanto la belleza o la espectacularidad en las especies. Porque cuando se refiere a dichas plantas y árboles, me habla destacándome sus propiedades. Le gusta la química orgánica botánica. Y con su voz de locutora y su exuberancia de conocimientos embolsados y sacados de mil sitios, deduzco desde sus palabras que ella ama más los resultados que las orlas o formas.
Evangelina habla por los codos. No para. Necesita contraatacar a ese silencio de mujer capada que no pudo integrarse entre los de su real nivel. Evangelina va a la suya. Es una suya, que se compone de generosidad y de vivencia personal de su futuro que impulsa su pasado.
Evangelina no tiene guión. Quiere ser viñeta. Actúa, avanza, hace, no se detiene, explora, analiza, sigue caminando aunque no sepa qué hay detrás de aquella calle. Porque tras ese no, hay un enorme vademecum de sorpresas que le van a servir. Y ya ella tamizará sus nuevos senderos. Ya ha llorado bastante. Y entonces el futuro sereno se la va a cargar. Porque Evangelina ya no va a volver atrás. Eso es metafísicamente imposible. Ese es su logro y propósito.
-FUE UN PLACER, EVA. -
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