Todo es raro en 2020. Todo es consecuencial al coronavirus. El mundo está feo y extraño. Y el del deporte, no lo iba a estar menos. Ahora, en plena pandemia vírica, hay animosidad y audacia. Se trata de controlar positivos, de curarlos y de controlarlos. Todo es riesgo para todos. Lo deportivo alcanza niveles épicos de inconformismo y de intento de distraernos. Como los mejores deportes y más populares. Como Francia con su emblemático y catedralicio Tour. El gran padre y la gran autóritas del ciclismo.
Septiembre. Inédito. Todo es inédito ahora. Ha sido un Tour lleno de decepciones, contenciones, y por supuesto alegrías. El anterior campeón Egan Bernal, no puede entrenar bien en pandemia en sus Andes colombianos. Y cuando el Tour se puso en marcha, el elegante y precoz escalador empezó a sentir que su cuerpo le dolía. Y el Tour nunca perdona a los que no llegan con la preparación debida. No es que el virus tumbara a Bernal, pero quizás. Habrá que seguirle aún porque es muy joven y lleva mucha tradición de ciclismo encima.
El esloveno Primo Roglic, dominó la carrera de principio a "casi" fin. Y para ello practicó un ciclismo de fortaleza y de ampararse en su equipo, con lo cual descafeinó preciosos recorridos de montaña. Al final, al perder, se dio cuenta de que debió haber arriesgado mucho más.
Si algo hace grande al Tour a Frànce y al ciclismo en general, es la épica, el exceso y la hazaña. Merckx fue un caníbal avaricioso, Bahamontes un loco genial, y recientemente Alberto Contador un tipo capaz de atacar a falta de 90 kilómetros para el final.
A los aficionados, nos gusta la traca. La caña. Esperamos que llegue la montaña, y que entonces el ciclista solitario corredor de fondo, tire a apañárselas. Y todo esto del control, de la espera al último puerto para marcar ritmo fuerte y todas estas historias, no nos dicen nada.
Aquí es básica la fortaleza de la valentía. Que es lo que hizo el niño,-también esloveno-, Tadej Pogacar, cuando llegó la alta montaña y esos desniveles constantes y durísimos que te dicen que no hagas el loco, pero que va el valiente y hace caso omiso y arriesga.
El ciclismo de Pogacar parece distinto al de Roglic. Porque lleva alegría en su correr. Porque se nota que se descompone y se concentra frente a la adversidad, y va y se recupera, y vuelve para no mirar ya hacia atrás. Es su mágica audacia y juventud además de su clase, lo que le ha dado su enorme éxito internacional que ahora disfruta. Nada más y nada menos que: ¡ganar el Tour de Francia a sus veintiún añitos! ¡ Eso tiene mucho mérito! ...
Y la felicitación es extrapolable al aficionado. Porque Pogacar ha roto con el ciclismo de pinganillo y cartabón, de estrategia y escuchita, de carne teórica frente al crudo descaro de la loca e interminable dura carretera.
Ha tenido el coraje de atacar a lo intocable y a lo preparado; desafiar a lo improbable; ceder ante lo inimaginable.
Ser campeón se logra sorprendiendo y retando con alegría. Jugándose el desfondamiento, y celebrando plenamente su talento que parece potentísimo si no se estropea.
Pogacar sí que es capaz de levantar al espectador de la butaca, y llevarnos a la esperanza de que se puede con ese ciclismo blindado de equipo, y que un tío puede poner a todo patas arriba. Ésa y no otra es la clave del ciclismo. La machada, y lo inesperado. Lo grandioso entre un mundo de orden y de conservadores que temen perder el dinero. La última etapa de competición valió más que el resto de éllas. Justificó mucho.
El virus ha doblado la rodilla ante Pogacar. El Tour, finalmente, ha sabido rectificarse sus señas de identidad en la inolvidable contrarreloj a Belles Filles. La gente, -escasa necesariamente en presencial-, ha vibrado y se ha movido. Y el Tour ha vuelto a no dejar a nadie indiferente.
¡ENHORABUENA, JOVEN CAMPEÓN!
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