Aún era demasiado joven para que la pérfida guadaña le segara la vida. Me sorprendió la noticia de su fallecimiento. Y lo primero que sentí, fue lo de suavizar los para mí sus defectos. Supongo que a la raza humana nos pasa igual. Que toda pérdida, la interpretamos como una extraña orfandad que nos hace más vulnerables para la supervivencia. Nos entra el humanismo, y nos jode que se muera la gente que más o menos conocemos.
Sí. Y nos da una pena muy grande. Y entonces dulcificamos y nos acordamos mucho más de sus bellezas y virtudes. De sus aspectos positivos. Y nos identificamos y apostamos por esa vida que se fue. Tememos que pueda pasarnos lo mismo que a esta mujer de final inesperado y precoz.
¿Juzgar a alguien? ¿A alguien que ya no está aquí para poderse defender de nuestras opiniones en torna a su figura en vida? Me siento desnudo para poder hacerlo. Cuando yo me muera, tampoco podré rebatir a nadie. O, caer bien. O, mal. O, regular ...
A esta mujer muy recientemente fallecida, creo que no la conocí bien, jamás. En general, nunca me produjo agrado. Nos reuníamos en casa de una común amiga, y no iba con las cosas claras. Y se aprovechaba de la generosidad de la amiga común. Y hasta tenía la osadía de imponer sus reglas del juego, y era capaz de hacer levantar a la anfitriona para ocupar ella la silla que la daba la gana, o fumar sin preguntar, o dar por hechas cosas de mala educación.
Ahora que ha fallecido, soy en extremo cauto y analítico cuando rememoro sus cosas. Porque tras su mirada fría y casi desafiante, debía de haber muchas respuestas ocultas que yo nunca supe captar. Y sobre todo, me da la impresión de que también a ella se le olvidaban muchas cosas de sí misma.
No llegamos a congeniar jamás. Era alta y atractiva, pero su actitud y perspectiva siempre me produjeron distancia. Porque ella tampoco atisbó para nada a conocerme a mí.
Tras aquellas botas, tras su aprovechamiento de espacios o actitud irreverente, esta chica escondía demasiado dolor. Y al lado de su libre albedrío, esa terrible energía la perseguía constantemente.
Tuve la sensación de que pensaba que su belleza y experiencia le permitirían una visión más nítida de las personas y de los hombres en particular. Creo que erró en su actitud vital. Y que no estaba de acuerdo con su vida ni con los suyos. Y decidió ponerse a jugar a eterna chica atractiva.
Debió caer en ese pozo de la autocomplacencia y de la sensación de que la vida lleva en su zurrón demasiadas pocas sorpresas. Inolvidables, aquellas partidas de dominó que jugábamos entre amigos que también estábamos en búsqueda de un campo base o de un lugar común, que jamás pudo existir. Y aquello se rompió para siempre, dejando paso a vanos recuerdos.
Lo que me pasa a mí por mi situación, es que he ido a pocos entierros, y que me he relacionado con pocas personas que luego fallecerían. Y no digamos como ahora, en el caso de esta mujer todavía demasiado joven.
Me pillan y tocan estas cosas de la muerte inesperada. Me sorprenden, porque son una extraña putada. La muerte, siempre es una gran putada.
Esta mujer pasó por mi vida como alguien real, que me ayudó a que yo tomara decisiones y me apartara hacia otros lugares. Y entonces busqué, aprendo y aprendí. Observé subjetivamente que esta mujer no me aportaría nada nuevo ni real. Nada positivo.
Pero, vuelvo a la reflexión. Se ha ido. Ya no está. Es una pérdida. Fue unos meses de mi vida, todavía la tengo en el Face pidiéndome una amistad que yo la negué. Porque su actitud me llevó a ser más libre y más yo. Pero aún así no me gusta que se haya muerto. Siempre es frustrante que se muera la gente. Absolutamente, siempre.
- D. E. P. -
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