sábado, 19 de septiembre de 2020

- ÁGATHA RUIZ DE LA PRADA -



Corazones y colores. Moda. Irreverencia y adolescencia. Interior. Creatividad. Alta alcurnia. Ágata quiere ser Ágatha. Con hache. Y liberarse de muchos dolores de corazón. A la Ruiz de la Prada ya se la conoce en medio mundo.

Divertimento. Los modelos salen al recreo de su libre albedrío. Ágatha tira hacia adelante llenando sus huecos evidentes. Fue el póster de la Movida madrileña en la Villa y Corte de los 80. Cuando la modernidad hincó sus fauces en aquella generación nueva, y deseosa de otro tipo de libertad. De cuando estragos hizo el sida, y el veneno de la droga, el grito descarado y desgarrado, y el exceso quasi necesario. La sociedad, iba a ser otra. Se preparaba para ser otra bien diferente. Y Ágatha se defendió con fuerza y determinación de los grandes peligros que estaban en la monotonía, y decidió seguir avanzando hacia donde fuera.

Ágatha ha jugado con la moda. Se entretiene. Vive. No puede estar quieta. Ha sido y es, flaca y lenguaraz. Descreída y a la vez, vulnerable. Desea dar la nota y destacar, porque así se compensa y se distrae su alma enigmática.

Las mil caras de Ágatha. Y su coraje de irreductible de tanqueta. Y su versatilidad y argucia para convertir una menoridad en un acontecimiento de relieve. También las locazas pueden marcar caminos y consistencias de futuro.

Ágatha Ruiz de la Prada solo puede ser élla misma. Y se lo curra. Y cuando no está por arriba, se va y se aleja. Se refugia, se grita, se autoanula, se mimetiza, hiverna y desaparece como la paloma del gusano de seda. Y finalmente, siempre reaparece.

¿El Poder? Siempre supo y sabe bien lo que es ser una diosa, que muchos olimpos le han de parecer aburridos. Ágatha juega su mundo frágil de mano mandona de hierro. Al periodista Ramírez nunca le perdonó la infidelidad enlatada. Y fue práctica. ¿Los hombres? No hay que pensar mucho sino vivenciar. La vida tiene estas cosas. La vida es para vivir, para sorprender, para llorar, para ser una niña bien, o para ser la patita fea. Pero la vida es irrenunciable. Como los nervios vigorosos de la diseñadora.

Ágatha me recuerda un tanto a Almodóvar. Han marcado estilo viniendo de caminos distintos y contrarios. Y los dos tienen dolor y gloria. Quizás Ágatha podía haber sido una chica Almodóvar, y viceversa. Nadie les conocía y ahora todos saben de ambos.

Ágatha es torbellino, irreverencia, mala leche, goce y sacrificio. Dureza, cosa arisca y abrupta, sin concesiones, con heridas que saben a velocidad; con ojos que nada dicen y que lo dicen todo. Paradoja. Contradicción y genio.

De la Prada está ahí. Los días pasan. Las semanas y los tiempos. Pero hasta en América ya saben de su ropa las jóvenes estrellas rompedoras. No entienden mucho ese color, o esos corazones, o esos cuadrados coloridos, o esos floreros con mesas incorporadas desde el surrealismo a sus extraños vestidos y modos.

Ni aquí. Nunca es fácil entender a esta madrileña complicada y que nunca sabe rendirse. Y que no acepta a nadie las críticas, y que pasa de todo porque quizás siente que también los demás pasan de ella. Es su eterna venganza creativa. Trasladar la infancia hacia la adultez, montarse su película de lápices de colores y de libertinaje total. Que no la pare nadie. Que no se pare nunca ella a sí misma. Antes muerta que sencilla. Antes viento que la nada. Antes, los ladridos de los perros que el silencio indolente.

-SIEMPRE, ÁGATHA-
 

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