Otoño que empieza con el qué ropa me pongo. Otoño de armarios revueltos y desordenados. Otoño de no hacer demasiado ruido; de saborear los regalos de la lluvia y del viento. Otoño de historia y tradición. Otoño de la uva y de la mesa.
Otoño del frío de las castañeras; de las mascarillas pasamontañas cortando el viento. Otoño de tirar al recuerdo los shorts del verano. Otoño de obediencia social. Otoño de medias de epatar, de nuevas modas de ti, de excursiones reducidas a por setas.
Otoño de llorar a mares, otoño de dejar a ese hombre por otro, otoño de matemáticas agrietadas y de dudas por todos los recovecos del alma.
Otoño de ponerse prietos, y duros, y comprensivos, y amorales, y de tener toda la paciencia del mundo con los desobedientes y con los privilegiados. Otoño de la uva moscatel, y de probar las granadas deliciosas, y las frutas de temporada, y de visitar a los nuestros que ya no están y así podernos visitar a nosotros mismos y en serio.
Otoño de la nueva y extraña temporada. De la distancia en la alegría, del ciclismo en época poco propicia, de todo patas arriba, de que no hay más remedio que reaccionar y no dar nunca pasos hacia atrás. Otoño de resistencia para dar lo mejor de cada uno.
Otoño del senderismo y del sacrificio, de la belleza natural que huye del peligroso gentío, otoño de recuperar la idea de vecino, otoño de fijarnos en los que sufren y que los tenemos ahí, otoño de ayudarnos entre todos. Otoño que debería ser un consenso en hoja de arce. Otoño del viaje posible ...
Otoño de los campos de fútbol vacíos. Otoño de esperanza en que lleguen los medicamentos. Otoño de médicos y de vendaval. De quedarse en casa valorando todas nuestras pequeñas cosas. Otoño interiorista y de feng shui, otoño expectante y pacífico.
Otoño salvaje de la hoja desnuda que cae. Otoño de barrenderos superados, otoño que le da un corte de mangas a la nostalgia del estío, otoño de mejorar de muchos de los tuyos y de los míos. Otoño de reto y de arremangarse la camisa y ver los frutos cuando llegue el invierno. Otoño de ser laboriosos y optimistas. Otoño de pelear como solo lo hace una ciudadano convencido.
Otoño de virus y pandemia, otoño sin razas constreñido, otoño de todos o ninguno. Otoño de aguantarse y seguir. Otoño que vale la pena y del que saldremos más fortalecidos.
Otoño festivo y quieto, otoño emocionalmente capado de gestos, otoño reality y de telematía, otoño de apatía y frustración, sumérgete entre tus botas o botines de fino tacón, y ponte la falda corta que nunca me dirás pero que admiraremos; otoño de tus labios carnosos y bellísimos.
Otoño de caraseta y carnaval, otoño de cómo es tu cara, otoño de tus ojazos arriba de tu nariz, otoño de ojos grandes expresivos y vivarachos. Otoño de otro amor conseguido. Otoño delicado y de hospital, de pinchazos y batas blancas, de gripes inevitables, de desconectar junto al fogón y de perder el miedo a irse al cine.
Otoño de contagio latente y vigilado, otoño de sol que ha sido substituído por otras estrellas perentorias, otoño de breve luz, de plantas de sombra que salen al balcón, verde que crece y se rebela frente a la secadora del calor, otoño de un nuevo verde césped que avanza con el fresco y el rocío. Otoño que atempera el calor de los disgustos, que le pone profundidad y que desafía a la pesimista desazón.
¡OTOÑO NUEVO!
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