lunes, 10 de febrero de 2020

- LA LOCA Y EL RETO -




Me llama por teléfono cuando la gente acostumbra a ir descansando. Dice llamarse, Felisa. La conocí en persona hace tiempo sin imaginar o comprender lo que escondía. Debí caerle bien. En una de las reuniones defendió mis argumentos ante los otros ante mi sorpresa.
Felisa  se sentaba en el seno del grupo de amigos, y no decía nada. Como a la espera de que alguien cometiera un error, para saltar entonces a la yugular. La gente nunca pudo aceptar aquello. Ni lo aceptan hoy. Sus ojos son verdes y hermosos, y su obesidad llama tanto la atención como su fortaleza física.
Cuando la gente comienza a descansar, Felisa le da al watsaap y me pregunta desesperada y educadamente su estoy. Le doy al ok, y comienza su discurso impresionante, el cual yo he convertido en un reto quijotesco.
Me cuenta cien veces su mismo drama. Que, sus padres las maltrataron de niña, que para huír de aquel infierno se casó con un psicópata, que adoptaron una peque chinita, y que los jueces  ahora se la quieren quitar y para siempre.
Jadea Felisa. Habla como un atleta en plena carrera. No deja a voces que la nieguen o contradigan. Y entonces yo hago de Freud y guardo atento silencio.
Felisa empieza a soltar su discurso caótico y demoledor. Según ella, son todos los demás unos perfectos hijos de puta, y que ella frente a los demás no tiene nada que hacer. Mi silencio no la sorprende, enfrascada como está en contarme lo mismo una y otra vez.
Su agobio es para mí lo mismo que un reto. Cuando me deja intervenir, entonces yo trato de plantearle que tiene muchas cosas personales que hacer, y que debe cuidar su salud emocional. Y Felisa guarda un poco de silencio mientras yo aprovecho para ampliarle mis parrafadas con el único propósito de que respire y piense en que tiene esperanza.
Felisa vivió económicamente de lujo al casarse con su ex, en la zona más cara de la ciudad. Lo tuvo todo, y ahora ha descendido al infierno global. No tiene dinero, o eso me dice. Su niña china pasa de ella, o eso me dice. Y se enfrenta con temas relacionados con el móvil, o con el internet, o con la tecnología, o me dice que su médico es un inútil, y todas las creatividades que la mujer puede emitir.
La mente humana. Tremendo. Debo hacer un enorme esfuerzo para seguirla. Yo también he sufrido y sufro mucho, y me sabe no ético abandonarla en medio de toda su mierda.
Trato de poner firmes y razonables sus pensamientos, y eso me provoca un derroche de energía extraordinario.
- "Tú, jadeas, Felisa ..."
- "Sí. Un poco ..."
Hablando y hablando, Felisa pierde la noción del tiempo. Y yo se lo recuerdo infructuosamente una y otra vez. Y le digo que su primera prioridad no es ni siquiera su hija, sino aprender a quererse a sí misma y a cuidarse. A mirarse en el espejo y verse cómo está su propia salud.
Felisa dice que sí. Es generosa. Mucho más de lo que parece. Por fin habla con alguien que le aguanta su marathoniano hablar. Y lo agradece. Y a la vez no puede evitar invadir mi tiempo de descanso.
Y su cabeza rebota una y otra vez dentro de sus fantasmas interiores. Y la lía. Y su cabeza mezcla todo lo negativo en una nube negrísima. Y cuando se desahoga, se duerme ...
O, se olvida de todo,-como actitud de enfado-, y decide plantarle al mundo su venganza. Se autoflagela sin saberlo. No tiene horas para dormir. No fija sus tiempos esenciales. No cree en ella misma. Apenas percibe que su falta de oxígeno no la permite presentarse en el mundo con credibilidad. 
Pero Felisa es buena y me dice que intenta cosas. Que, lucha y luchará siempre para recuperar a su hija. Y yo le digo que a quien tiene que recuperar, es a sí misma.
-FELISA, FELISA ...-

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