miércoles, 26 de febrero de 2020

- JUEGO DE NIÑOS -




Le vi el otro día con motivo de una excursión. Era un niño de casi cincuenta años. Alguien, que evidentemente y dada su edad, debe tener alguna deficiencia que le infantiliza y no le permite un adecuado crecer.
Leroy, es muy de iglesia. Lo hubiese tenido todo para ser un cura, aunque le gusten las mujeres. El otro día, nada más verme, se me acercó y aprovechando que yo viajaba con un amigo, me espetó levemente diciendo que yo era gay.
Leroy, jugaba. Porque él sabe que no lo soy. Y yo, para pararle después y sin cortarme un pelo le dije delante de todos: ¡"Tú sí que eres un maricón!" ...
Leroy me miró entre asustado y sorprendido. Y ya no se acercó a mí en toda la excursión. La idea era soltarle un cachete dialéctico y devolverlo al pasado. Asustar a ese niño impertinente y un tanto estúpido que quería ensuciar mi día de fiesta.
Yo también era demasiado niño fantasioso, cuando un día fui a una reunión de gente singular que hacía cortometrajes. Allí conocí a Leroy. Me pareció alguien con dinero, sin oficio ni beneficio, aniñado, extraño, y conmigo amable porque se ve que le caí bien.
Yo fue ambicioso y narciso. Y procuraba ir a las quedadas a las que asistía Leroy. Él, al verme, por una parte cogía expectación y por otra, le daba rabieta por que su personalidad real no puede salir. Vive eclipsado por una amiga que tiene, y posee una valiosa cámara cinematográfica, que es su juguete social más evidente a la par que infantil.
Porque Leroy no sabe lo que es el cine ni le interesa. Lo que quiere es no deprimirse, y con la excusa de la cámara tratar de colocar la golosina del caramelo del cine a chicas que llegan a sus reuniones y que le gustan. Ninguna le trata en serio, porque en seguida saben quién es y de qué va. En tiempos, me citaba para confesarme sus bajones, sus subidas y sus cosas. Luego, aparecía esa amiga inadecuada que tiene,-otra niña y mala-, y borraba con astucia todas mis indicaciones y sugerencias. Pero él, la prefiere a ella porque así es todo más fácil y sencillo para él. Craso error.
Un día, me sorprendió Leroy. Porque pareció interesado en alguno de mis relatos para el cine. Pero en el fondo, conmigo hacía lo mismo que con los demás. Jugar con ellos, utilizarles, y luego dejar toda la resolución de sus temas en manos de su más que influyente amiga.
Finalmente, conseguí hacer un cortometraje. Y ahí le conocí yo mejor a Leroy. Ahí, en su casa, entre citas, premuras, infantiladas, story boards, su ordenador y todos los etcéteras, me di cuenta de que yo también debía madurar.
Mi historia y mi creatividad eran innovadoras, pero en el proyecto nunca mandaría Leroy a pesar de ser el cámara. Y yo debía haberle mandado a paseo y no meterme en sus chiquilladas. Pero llevado por la vanidad, decidí seguir con el proyecto. Pocos creían en mí, y en lo que yo podía aportar. Ni eran profesionales, ni tenían por qué serlo. Y nunca me entendieron. Y además yo quería hacer algo digno y hasta ambicioso. ¡Metedura de pata! ...
Salió finalmente una trabajadísima castaña. Jamás lo que yo había propuesto se entendió. Leroy me dijo que yo era el director, y a mí me dio por creérmelo. ¡Ni hablar! Sus actores amiguetes amateurs y el personal técnico del cortometraje, hicieron lo que les apeteció hacer. Me vi sin autoridad, sin apoyo, frustrado, humillado, tuve que solicitar un actor profesional para poder hacerlo bien, y para el rodaje pedí los favores de una amiga que conocía y que tenía dinero y contactos. Pero todo mal. Porque yo no quería jugar a las cosas de Leroy sino hacer algo serio y que valiera la pena.
La hermosa chica de la película me salió diva y trepa, desobediente y desconfiada; solo quería estar ahí en la imagen para poder lucir su belleza. El fotógrafo me puso todas las zancadillas que pudo en un intento de desmoralizarme con la idea de que dejara el proyecto, y solo guardo buen recuerdo de algunos aspirantes a actrices y a actores que sí fueron sensatos, amables y obedientes. Así como del actor protagonista, que fue muy correcto.
Fue uno de los chascos más grandes que tuve en los últimos tiempos. Mi primer corto y mi primera decepción. Y al acabar mi dura labor, me alejé de ese grupo de Leroy para no volver más.
Leroy no me debe unas disculpas porque no sabe lo que hace, y yo tampoco debo exigirle nada porque Leroy ya tiene bastante desgracia de ser como es y como le manejan o se deja manejar para no sentirse solo y descolgado. Por eso me hizo gracia su nueva mirada cuando el otro día me lo saqué de encima en la excursión con una argucia para asustarle. ¡Nunca más, Leroy! Nunca más mi ciega ambición. ¡Jamás más, esa compañía que no podría llevarnos a ningún buen terreno! ...
-RECTIFICAR, FUE DE SABIOS, LEROY.-

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