No es tristeza sino realidad. Hay que conquistarse un futuro. Rascar algo. Pelear. Intentarlo. Asumir realidades haga viento, lluvia o frío. "Sara", la protagonista que interpreta Greta Fernández con afán, solo sabe que debe intentarlo y apurar sus tragos de zumo de la vida.
La película no tiene concesiones y refleja el estresante mundo de los jóvenes en precariedad y en insatisfacción. Chicos y gente de barrios deprimidos, existentes, reales y evidentes.
"Sara" es una chica de ese estrato social y de ese desgarro estructural. Y se aferra a la vida. Debe moverse entre demasiadas barajas como lo es un padre delincuente y un bebé. Su mundo es asfixiante, y ella busca los recovecos del placer. A su modo.
Y sin una sonrisa y con toda la tristeza, ella agarra la inercia y allá que va con todas sus energías. Y lo da todo, y se entrega, y muestra generosidad, y sufre la falta de calor en su alma, y actúa desde un rencor al todo, y aparecen sus evidentes dificultades de relación.
Y a pesar de todo tiene un hijo y le cuida, y trata de dárselo todo, y de hacerse una mujer y una madre. Y dentro de su reducida área de actuación personal, se empuja para intentar atrapar a sus sueños.
Su vida es un combate necesario por sobrevivir y para no venirse a la lona. Su vida es un impulso. Una planta que quiere a toda costa emerger del barro de la tierra y poder soñar.
Su afán y su inercia en fe la lanza a seguir. Pero la negra sensación de impotencia la va menguando y apartando. "Sara" es joven, y esa energía parece su mejor aliada. Pero las cosas están como están. Avanzar cada metro es un disgusto y perder mucho tiempo de su vida, y ocurra que la desilusión atrape las lágrimas de sus ojos agotados.
Es la historia de alguien que intenta dar el salto pero que finalmente no ha de ganar porque tiene demasiadas cosas en contra y no van a haber milagros buenistas. Excelente guión y dirección de Belén Funes.
"Sara" es real, creíble, una chica más, un ser que se rebela y que a la vez es práctica y consecuente. Alguien que aunque aspira a todo, sabe parar. Y entonces llora su derrota.
Después, la inercia la lleva de nuevo a la acción. Pero caerá en la imposible e insatisfactoria inercia de su mundo apurado y cruel. Y quiere tener madurez y legado, trascendencia, asentamiento y hasta lógica de poder. Y no desea que le quiten a su niña. Al revés. Desea que una justicia azarosa se vuelva fantasía y que entonces todo acabe realmente bien.
Nunca sé por qué las películas han de acabar bien. Es un invento de buenas intenciones. Aquí no ganan los malos ni los buenos. Vence el contexto y la realidad. "Sara" no está aún preparada para proteger a nadie.
Es a ella a quien otros han de proteger. Y a la marginalidad y a la precariedad deben protegerlas otros valores, otras sensibilidades, otras paciencias, otros acentos y hasta otros azares.
Lo más humano de esta agria y punzante película es que lo que ocurre no es extraño ni mistérico. Que aunque descarnado, todo esto que se cuenta existe y es real. Está pasando y está con nosotros. Y destapar la cebolla con sus capas y ver su contenido real, es realmente conmovedor y necesario.
Greta Fernández borda este personaje tan frágil como vulnerable y laborioso. Se lo ha currado bien. Se ha metido en la psicología de una chica ambiciosa y corta de espacio para desarrollar su gran animosidad y valentía.
Ahí están sus ojeras, su naturalidad o su mirada. "La hija de un ladrón" es un buena película si decidimos ponernos en el subsuelo y dejamos atrás ciertas burguesías de conciencia. "Sara" está pisando más el subsuelo que el suelo. Y aunque no es marginal, casi lo está siendo, y no parece ser posible que una hada mágica reconduzca su fatalidad.
-Y SU DUREZA-
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