martes, 4 de diciembre de 2018

- A CENTÍMETROS DE MÍ -




A escasos centímetros de mi pie izquierdo. En el interior del cajero de un banco. Se van notando los primeros fríos suaves en mi Valencia en el diciembre. Primeros fríos, pero suficientes para tener que defenderse de cualquier manera.
Once de la mañana. Está allí mientras yo saco dinero de dicho cajero. Un hombre en el suelo, derrotado, como un niño desorientado y extraño, conocido como otros en mi barriada, alto, pelirrojo, aún joven pero avejentado, sin navidad y sin ilusiones. Durmiendo su vida.
Al principio me incomodó su presencia por si había intención de quitarme el dinero. Como un bebé inofensivo. Asumiendo la mendicidad y la derrota. Dormía y profundamente.
Yo, nervioso, entoné una cancioncilla.La intención era que se despertara para que se fuese de allí. Sin ningún éxito. Aquel niño grande parecía percibir mi cancioncilla suave como si fuese una canción de cuna. Y al oírla, se dormía más profundamente y sonaban sus ronquidos.
Había más gente en la entidad bancaria. Y, hasta de varias nacionalidades. Todos le miraban a hurtadillas por si se despertaba y la liaba. Pero de momento era como un nene delicado y vencido. Ese grandullón está en su abismo y no se puede hacer nada.
Si no se da prisa y se levanta de ahí, alguien llamará a la policía y se le indicará que ahí no puede ni debe estar. Y la gran cuestión es esa brecha y ese abismo que aparece entre los que estamos manteniéndonos y entre los que se han caído, y que parece que una capa de fría normalidad les lleva a la puta e inane idea de la indiferencia. Sí. Estas personas necesitan muchas canciones de esperanza, y nunca nuestros rechazos o estigmas. El hombre derrotado también es de nosotros y nos corresponde atenderle.
Beodo, con mil problemas, sin sabérselos resolver él mismo, malviviendo y pasando frío. Preso de la derrota y del agujero, de la nada, de la vulnerabilidad y de la tremenda carencia interior. Orgulloso y fortachón, y demente. Hecho a la mala vida y a la marginalidad.
¡Demasiado contraste insoportable! Hay muchos más sin techo. Se tapan por las noches cuando nadie les ve o viéndoles, y se preparan para su particular defensa en Morfeo.
A escasos centímetros de nosotros están. De nosotros, de las navidades, del bullicio de las compras, de las lucecitas tradicionales o del calor de una familia. Están tan cerca y tan lejos ... Quizás a años luz de los no dementes o de los que aspiran a sorpresas reales, alegrías o esperanza.
¿Era lo mejor decirle a este pobre hombre que se despertara y que se fuese del interior del cajero? Según las normas y las leyes, por supuesto que sí. Pero habría que potenciar la protección social. La navidad se aja con gente así. La alegría se torna hipocresía al lado de gente agujereada y que parece que nos importa un puñetero carajo.
Existen. Molestarán o dejarán de molestar. Pero existen. Y una ciudad sensible precisa gente que se ocupe de las grandes brechas y que ponga orden. No es necesario que haya gente que malviva así, o que otra señora se tire por la ventana al no poder afrontar una hipoteca.
Estos contrastes en el capitalismo, son obscenos y a tratar. No es ya la estética de la verdad, sino el jugo de esa esencia. El mundo anda mal, y los ricos y clases medias creen que nunca les pasará nada parecido a lo que le ocurre al intruso del cajero en el banco. Se equivocan. Yerran. El dinero no solo es factor de protección. Hace falta peinarse la sensibilidad y la toma de conciencia. Hay que apretar por ahí. Y dejar de culpabilizar. La historia del vagabundo será un drama cruel que merece recompensa de justicia.
-COMO LA DE TODOS ELL@S-

0 comentarios:

Publicar un comentario