Me fue de resaltar, la expresión de mi entrañable y granadino peluquero Ramón. Mi peluquero desde que yo era un adolescente.
Era, su cara. Su sentimiento sentido y exteriorizado. Quizás, su edad. Ramón con su componente habitual de campechana ternura, pero mucho más metido en esta ocasión sobre lo que me decía y refería.
Pensaba en su padre, y en él mismo, y en los años cincuenta antes de emigrar a mi Valencia, y en el hambre. Ramón hablaba del hambre que pasó. Y eso le indigna, porque ve tiempos de despilfarro y de comodidad, y eso le saca las venas: "Los chavales no se comen las galletas si no llevan muñequito para jugar" ...
Ramón es el sobrevivir. El hambre, nuevamente. Me contaba que de una barra de pan diario, debían comer siete bocas. Su familia. Y no valía con un trabajo, y allá en su tierra cuna o te la jugabas currando hasta el agotamiento, o te morías de hambre. Un trabajo, era poco. El dolor del hambre no se puede notar con el impacto de una verbalización, o por el choque de la punta de un bolígrafo con un papel desnudo y blanco. ¡Nunca! ...
La puta postguerra. La pobreza límite. Por eso hoy más que nunca comprendo y respeto la personalidad de mi peluquero. Era una España y una Andalucía de desesperación la que tuvo que vivir. La que vivió.
Su padre, no podía con tantos trabajos a la vez. Curraba todo el santo día. Ramón, diez añitos, maduró con la precocidad de un osado. Y era un nene. Me contó, que a su padre le habían encomendado un desempeño más, el cual consistía en la construcción de un grupo escolar. Y entonces, Ramón habló con su padre. Y le dejó un tanto perplejo. Le dijo que no se preocupara y que siguiera haciendo de pastor, porque él le cubriría ese tiempo. Y que al trabajo del grupo escolar, acudiría él mismo ...
El padre de Ramón le negó en principio las ideas, hasta que al final le concedió el beneficio de la duda. Había que tener en cuenta que podían sancionar a dicho padre si no se presentaba a este trabajo de obligado cumplimiento.
- "Padre, ¡no se preocupe! El no, ya lo tenemos. Iré yo y ya le contaré si me admiten o no en la obra" ...
- ¡Pero, hijo! ¡Me cago en todo lo que se mueve! ... ¡Venga!, ¡vale! Pero, ¡ya me dirás!, ¿eh?"...
Ramón se presentó en la obra y explicó al jefe el motivo por el cual él substituiría a su padre. ¡Muchos e indeclinables trabajos! Y entonces los obreros le miraron con sorna e ironía. Pero al final premiaron su audacia y le encomendaron la labor de ir llenando los capazos de tierra extraída. Dicho trabajo era tan duro cavando las zanjas, que todo el mundo tenía derecho a un poco más de media hora de descanso. Y en seguida, rígido como el reloj, el encargado urgía a todos a reanudar la faena.
Pero, el niño aguantó. Y en la cabeza de Ramón se clavó la idea definitiva de la dinámica de la supervivencia. No tuvo infancia y apenas juventud. Solo trabajo constante mal pagado, y una novia con la que se casó y sigue casado.
Pasó el tiempo. Como ahora hacen los inmigrantes ecuatorianos o de tantos países que nos llegan cuando logran atravesar la guadaña del Nostrum en barquitas de llanto. Ramón empezó a tener familiares aquí en mi Valencia, que fueron viniendo y aprendiendo oficios y destreza. Tíos, hermanos, primos y familia cercana, conocieron el arte del pelar cabezas, y se fueron haciendo peluqueros. Como Ramón, que lleva casi toda su vida aquí currando en tal oficio.
Me decía, entre emocionado y sorprendido, que no comprende del todo bien por qué los jóvenes no se mueven como antes. No ve mucha perspectiva ni puede comprender el tiempo de hoy. Que es otro. Él vivió el trabajo para combatir el hambre y hasta para poder comprarse una moto, un coche y un chalet. Trabajó como un bestia y además no le quedaba otra.
Pero más allá de sus ideologías, me quedo con su cara sincera y emocionada que definía hoy su más profunda verdad. Las pasaron putas. Y no le hubiera gustado pasarlo tan desagradablemente. Ramón no logra pensar en los causantes de aquella pobreza. Nunca lo hará. Prefiere moverse y seguir cortando pelos y afeitando barbas. Su infancia le marcó del todo. Como a tantos. Y le hizo tierno y extremadamente práctico.
-TE ENTIENDO, RAMÓN-
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