En mi Valencia luminosa que avanza suave pero firme camino del verano, el domingo un banderazo se agitará dinámico sobre buena parte de la sociedad deportiva valenciana: ¡La Volta a Pèu! La carrera de unos ocho kilómetros llenos de familias que recorrerán con sus zapatillas todo el Centro Histórico de mi ciudad para desembocar arriba del río Turia y en el tradicional final del Paseo de la Alameda.
Os cuento mi reto que voy a lograr. No la voy a andar ni a correr. Porque me quiero mucho más y me siento satisfecho por mi mayor madurez en la decisión tomada.
Claro que me gustaría estar ahí y con tod@s. Mi vida ha sido el deporte en muchas facetas. Como el marathón, el ultrafondo o el senderismo de nivel. Yo he disfrutado mucho con la Volta a Pèu. En función del tiempo y de la evolución de mis cascadas rodillas.
Me he metido en el pelotón, he tirado como un salvaje, me lo he pasado bomba con el sudor del esfuerzo, y después me he hecho séis kilómetros más con la camiseta obsequio al hombro, para llegarme hasta mi casa.
Este año he estado a punto de nuevo de caer en la tentación. Me encanta mi cuerpo en acción. Mi resistencia, mi fuerza, mis ganas de competir, mi capacidad de sufrimiento, mis remontadas en la carrera, mi vanidad y todo mi exceso. Pero, ¿para qué? ...
He sido operado en dos ocasiones de la rodilla, y padezco además un potente proceso artrósico prematuro. El cuerpo me pide que me deje de cuentos y que me vaya a La Alameda. Y que juegue a héroe y disfrute, y que sorprenda con mi vitalidad y mi orgullo.
Pero la cabeza me dice exactamente todo lo contrario, y en un acento e idioma racional y científico. Que no corra la Volta a Pèu, porque me haré todavía más daño en las rodillas y aceleraré de este modo todo el proceso inflamatorio y artrósico posterior.
Es dura la lucha y a veces flaqueo. Como casi todo en mí. He de renunciar a cosas que me gustan, pero que nunca serán convenientes. ¿Cómo combatir mi dualidad de deseos encontrados? Es una lucha mental dura. Una lucha que pasa afortunadamente por un punto nuevo y mágicamente positivo.
No es tan importante mi deseo vanidoso. Todo es un gran espejismo embustero. Eso no es pasármelo bien, aunque mi fantasía pueda llevarme camino de otras conclusiones. Hay algo más. Seguro que hay algo más. Que el deseo es un caramelito envenenado que puede hacerme mucho daño.
Cuando al día siguiente de la carrera certifique que no he tomado parte en élla, entonces deberá surgirme el placer de la seguridad de mi fortaleza. Esa renuncia será placer, coherencia, amor propio y sudor brillante y sedado.
Precioso. Atrás las fantasías de una Valencia con zapatillas, y adelante la autoestima de mi vitalidad. Me quiero más que antes porque pienso más y mejor. Logro reaccionar anteriormente a la hostia, no necesito caerme para certificarme el daño, soy consecuente con la lesitud de mis articulaciones inferiores...
¡Esa es la fuerza real! La que me hace el bien, la que me cuida, la que me hace descubrir que se pueden las cosas, la que ha de dar paso a una consecuencia mucho más brillante y feliz. Y tras contaros ésto, dar la enhorabuena a tod@s los amig@s y participantes en la carismática Volta a Péu.
¡TODOS LOS ÁNIMOS!
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