Era un juego. Una costumbre. Algo nuevo y frío, pero a mí me pasaba desapercibido. Era una niña y no había exteriores. Hasta que lo normal dejó de serlo. Porque mi padre entraba a jugar a mi habitación, pero no a juegos de niños sino de adultos. Mis hermanos no se libraron.
¿Mi madre? Mi madre era demasiado cobarde y miedosa para denunciar lo que ya sabía. Mi madre era gandula, vivía del cuento; del dinero que mi padre le daba todas las semanas para llevar la casa adelante. Y sabía que si se iba de la lengua, podría morir. Mi padre era capaz de todo.
Con ese panorama, ya podéis imaginar. Yo era una nebulosa, de sexo femenino, encarcelada en aquellas situaciones insuperables, indefensa, e incluso cuando me llegó la adolescencia y cercana la juventud yo misma me sentía desconcertada, decepcionada, sucia, dependiente de los llamados padres, no iba al colegio porque a ellos les daba igual, y nunca podría saber nada. Yo pienso que lo sospechaba mucha más gente de lo que yo creo.
Sí. De todo. Violaciones, felaciones; todo lo sexual que puede imaginarse tenía lugar en el cuarto. Y luego mi padre se metía en su habitación matrimonial, y seguía con mi madre su locura extraña de placer y desenfreno. Se escuchaban bofetadas, amenazas, y a todos nos sacaba el cuchillo.
No pude crecer. Lo único que decidí como una suicida, fue intentar largarme de aquel infierno de dolor e indignidad. Lo intenté varias veces. En una de las intentonas mi padre me pilló y me dio tal paliza que tengo desde entonces algunas vértebras que no van. Y cuando cambia el tiempo, me entran unos dolores tremendos. Son peores los otros.
En otra ocasión, me enfrenté al monstruo de mi progenitor. Él sacó el cuchillo y yo le lancé una silla. Hubo forcejeo, él se cayó y se hizo daño, y entonces más que huír lo que pensé fue en llegarme a la comisaría de policía más cercana.
Estaba temblando. Los polis me decían que me calmase. Y en mi tiritona de desesperación no lograba decirles que ni nombre es Verónika. Llamaron a un médico, me quedé dormida, y al día siguiente me desperté de nuevo aterrorizada en mi casa.
Mi padre entro en mi habitación cuando me percibió despierto. Mi madre sollozaba la cabrona como siempre. Mi señor padre me dijo sin pestañear que había vuelto a vivir. Pero que si repetía lo que había hecho, yo no saldría viva de la casa aunque él tuviera que pasar el resto de su vida en la cárcel. Su mirada y contundencia parecían sinceras. Necesitaba meterme más miedo aún.
Pero yo interiormente resistí, e impuse mi no. ¡Ni hablar! Había que intentarlo muchas más veces. Y más, cuando mi padre un día nos abandonó a todos, y mi madre se puso a puta para llevar el dinero para mantenernos.
Sin estudios y sin recursos económicos, me sentí una mierda y nunca nadie me ayudó. Mendigué, me ayudaron personas en las parroquias, abandoné mi ciudad, y me volqué con los chicos. Me enamoré como una loca de una docena de ellos. Pero sobre todo, de Víctor. Nunca le olvidaré a pesar de que un día descubrí al traidor embustero con una chica espectacular haciendo sexo con todo el ahínco de un modo poseído y cabrón.
La violencia fue desde entonces mi amor y mi sombra armada. Me pegué con todas y con todos, me hice a la droga y al robo, hasta que el señor juez con el dedo me dijo que a la cárcel y se acabó.
Me es igual. Dentro de la cárcel yo iba a ser la jefa. Y tuve muchas rivales que querían lo mismo que yo. Peleas, cuartos oscuros, calabozos, más hostias, heridas, pinchos, y toda la violencia hasta que llegaban los carceleros a separarnos. Pero ganaba yo, y me sentía bien. Recibía respeto por temor. ¡Logré que me tuviesen miedo!
Los psicólogos fallaban una y otra vez. Nada. Masificación y escasez correctiva de mi conducta. Logré apartarme unos centímetros de la droga, pero nunca me alejé del todo. Y quiero fugarme de los penales porque me impiden mis locos sueños. Si me escapara de aquí tendría ya una experiencia potente de la vida, y por eso es que no me dejan salir.
No me dan una oportunidad, y eso que he intentado dejar esta vida perra ya en dos ocasiones. A la tercera, no fallaré. Estoy perfeccionando la técnica. Ya he perdido toda esperanza de recuperación y de inserción. No puedo más. Solo escribo esto para que otras niñas y niños como yo, vean en mi relato todo lo contrario. Para que se recuperen.
¡CAGO EN LA HOSTIA!
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