A pesar de superarse el ochenta por ciento de participación, los resultados de las Elecciones en Cataluña nada han resuelto ni decidido. Un empate a casi nada, y la división de la herida que ya sale en todas las radiografías y resonancias.
Todo fue raro e ineficaz en este jueves inhabitual por laborable. Fue una especie de pugna de identidades, más que una reivindicación de cariz ideológico y político.
Ganó aparentemente Inés Arrimadas, pero no le sirvió su envite osado para presidir nada y todo parece querer Ciudadanos extrapolarlo al resto de España para la Moncloa por si le sirven idénticos modos de glamour. El Partido no se sabe muy bien qué es, porque decir que se es de centro no es decir nada, y en España están como están tantos y tantos partidos políticos. Ciudadanos vive de la caspa y de la corrupción del PP. Y de sus excesos.
Los palos del 1 de Octubre están muy a flor de piel. Por eso el altote Albiol le dio a los de Rajoy el resultado más lamentable que se recuerda. El último de la clase.
Al PP no lo tragan en Cataluña, ni al artículo 155 que amenaza su raíz e instituciones propias, ni agrada el encarcelamiento de Oriol o los Jordis, ni mucho menos el exilio estratégico de Puigdemont en Bruselas porque sabe que si vuelve será encarcelado.
Ganó el rencor y la sensación de vendetta y de pasarse los votos unos por la cara de los otros. Venció el síntoma a la causa, y aquí todo el mundo perdió y no se logró meter un solo gol en la meta contraria. Ganó la meta contraria y la gran desazón.
Los dos bloques mostraron potencia de división. E incluso entre la aspiración nacionalista e independentista hubo muchas siglas que actuaron por su cuenta. Solo salvó la suma y la sensación de que hay cosas por ajustar y en suspenso.
No existió el PSC, ni tampoco los Comunes. Se quedaron en donde estaban y no serán árbitros ni arregladores de nada. Cataluña está para mucho diálogo de futuro pero para poco de presente. Cataluña está deseando descansarse y relajarse.
Y muchos desean que baje la lucha de las banderas y que vuelvan las buenas relaciones domésticas. Y que saquen a sus representantes de las cárceles y que no se meta en ellas a nadie más. Y que los de Bruselas sean indultados y que no tengan que estar en el exilio estratégico, y que las Navidades y el fútbol que viene pongan tiempo y distancia en unas situaciones tristes y poco agradables.
Cataluña es un lamento inane e inconcreto. Una gran brecha y una gran indecisión. En Cataluña hay gente que quiere ser republicana y nunca española,y otra mitad que desea que las cosas sigan más o menos como se quedaron tras el advenimiento de la más reciente Democracia tras la dictadura de Franco y con la proclama de Tarradellas con su "ya soc aquí", que ensució posteriormente la corrupción de Jordi Pujol.
Elecciones raras, entre semana, con enfado y tensiones, con leyes tirando de heridas y amenazando con encarcelar a más gente votada, con Puigdemont reafirmándose desde Bruselas en su liderazgo real, y con todos mirando hacia ninguna parte.
Herida. Fractura abierta. División. Catalanismo contra españolismo. Castigos y recelos. Demasiado odio. Gente con ganas de descansar y de olvidarse. Rictus tensos y nerviosos.
Cataluña está herida y cansada, y antes de tomar su rumbo del futuro deberá cohabitar con ese capitalismo y ese mercado de amiguetes que constituye una gran máquina que dirige y determina los bolsillos, los marcos, los hilos, las pulsiones, los modus y las libertades. A mí me duele la Cataluña española y la Cataluña republicana que no se siente de aquí. Las dos me hacen daño. Pero les comprendo. No me queda otro remedido.
-ES LO QUE HAY-
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