martes, 18 de julio de 2017

- LA GENIALIDAD DE GARBIÑE MUGURUZA -



Encajan las piezas. Hay sierras de emocionalidad en su peripecia, toques genialoides, típicos tics iterados de alguien con currículum especial.
Garbiñe Muguruza es una chica joven que juega al tenis y quiere ganar. Hija de la burguesía vasca y de la Venezuela bien, pija y bella, itinerante y alegre. Ya ganó el pasado año el Garros, y acaba de ganar igualmente el herbáceo Wimbledon al dejar sin fuelle en el segundo set a la veterana y hasta mítica Venus Williams.
Garbiñe puede coger unos tremendos berrinches y ser mucho más que mediática, venirse absolutamente abajo, y si se adaptan a ella, un portento físico e incluso técnico.
Internacional. Aúna a dos mundos latinos. El de Europa y el de Centroamérica. Y normaliza la idea del deseo femenino común. Divertirse, ser lo más feliz posible, aprovechar su belleza en formas de modelo, y arrear con femineidad y toda la frescura.
Muguruza es una rara avis. Por eso tiene carisma y respuestas, polémicas y contestación, envidias y aceptación, exigencias y hasta rechazos. Acaba de tapar la boca a toda crítica al cumbrear la catedral del tenis, y luego hace bien en conocer su mundo de chica, y no rehuír audazmente los envites mediáticos y normalizar ese su tiempo de vértigo.
Lo que nunca hará Garbiñe será para desapercibida. Conchita Martínez nunca fue mediática, y Arantxa S. Vicario proyectó el tenis femenino siempre hacia adelante desde su físico menudo y su garra corajuda.
Pero Garbiñe es mucho más que saudade o evocación de un tiempo de heroínas que abrían camino. Garbiñe es una chica de hoy; una superdotada para el deporte que sabe bien el terreno que pisa, sea con zapatillas o con tacones y femeninos vestidos favorecedores.
Sexy. Excesiva e inesperada, inmadura y especial, icono de la audacia normalizada, afirma sin dudar que cuando se ve en el centro de la gran pista de tenis de un gran torneo y contra una gran rival, le da gustirrinín.
Parece inconsciente ante sus sinceridades, se relaja, lo pasa bien bebiéndose cada segundo a la velocidad de su tiempo, salva dos bolas de set, sigue tranquila y golpea con la fuerza de un morrosko o de alguien de Centroamérica a la que nunca le falta en su nevera carne de vacuno. Garbiñe exhibe su poder. Sabe que puede impactar en tenis, en belleza, en medios, en espontaneidad, y en el centro de todos los focos de atención. Y en seguida se va a Twiter y pasa la página, y dice que quiere comprarse el vestido para bailar con el mito Federer que sigue haciendo magia como ella sobre la hierba de Londres.
Todo parece precoz y decidido en Garbiñe Muguruza. Todo es de avión, inmediato, de móvil y cámara, de que la dejen lucir tipo o novio en la playita y que nunca la atosiguen.
Ella tiene recursos propios para llorar frustración, hacer sorpresa, madurar, permanecer en la tierna adolescencia, o romper a mujer arrebatadora. Pero que no la presionen. Que no la digan dos veces cómo se hace un drive ganador o un revés letal de tiro olímpico. Porque lo pilla pronto. Como toda ella. Es pronto, inmediato, es innato, mestizo, único y especial.
- ES, ¡GARBIÑE 2017! -

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